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Puerto Rico

Ángel G. Quintero Rivera
(actualización en 21 de abril de 2021 a partir de la entrada original 29 de agosto de 2005). Colaboración especial de Néstor Nazario, Judith Sierra y Abner Fernández Malavé.

Nombre oficial Estado Libre Asociado de Puerto Rico
Localización Caribe, entre el mar Caribe y el océano Atlántico norte, al este de la República Dominicana
Estado y gobierno¹ Estado Libre Asociado
Idiomas¹ Español e inglés (oficiales)
Moneda¹ Dólar norteamericano
Capital¹ San Juan(2.466 millones de hab. en 2014)
Superficie¹ 13.790 km²
Población² 3.709.671 hab. (2010)
Densidad

demográfica²

418 hab./km² (2010)
Distribución

de la población³

Urbana (93,83%) y rural (6,17%) (2010)
Analfabetismo¹ 6,7% (2015)
Composición étnica¹ Blancos (75,8%), negros/afroamericanos (12,4%),

otros (8,5%), mestizos (3,3%). Del total de la población, 99% es latina (2010)

Religiones¹ Católica romana (85%); protestantes y otras (15%)
PBI (PPP)¹ US$ 61.460 millones (2013)
PBI per cápita (PPP)¹ US$ 28.500 (2013)
Elecciones¹ Gobierno electo directamente por voto popular para un mandato de 4 años, sin límites de reelección. Legislativo bicameral compuesto por el Senado de 27 miembros, de los cuales 16 son elegidos directamente por mayoría simple en distritos electorales plurinominales y 11 por el conjunto de la población también por mayoría simple; y una Cámara de Diputados con 51 miembros electos en distritos electorales uninominales por mayoría simple. El gabinete es designado por el gobernador con el consentimiento del legislativo. También es elegido directamente y por mayoría simple, para un mandato de 4 años, un representante para la Cámara de los Diputados de los Estados Unidos (House of Representatives), pero con poderes limitados de votación.

Puerto Rico y Cuba fueron las últimas posesiones del Imperio Español en América. Ambas, islas del Caribe con una economía históricamente basada en la producción de los mismos cultivos para exportación –caña de azúcar, café y tabaco–, fueron, junto a Brasil, los últimos territorios americanos en erradicar el sistema esclavista. También fueron los primeros países latinoamericanos en experimentar la ocupación militar directa de todo su territorio por Estados Unidos (EE.UU) y en incorporarse, de manera abarcadora, a la órbita de su poder económico, político y cultural. Compartiendo numerosos procesos históricos al punto de que se popularizaran en ambas los versos de la poeta puertorriqueña decimonónica Lola Rodríguez de Tió

Cuba y Puerto Rico son
de un pájaro las dos alas
reciben flores y balas
en el mismo corazón,

sorprende que, durante el último medio siglo, se hubieran convertido en los modelos contrapuestos de desarrollo económico y estructuración sociopolítica para la región: Cuba, el primer intento de revolución socialista y Puerto Rico, el reformismo del modelo de desarrollo de “industrialización por invitación” (crecimiento sobre la base de la inversión capitalista extranjera); Cuba, autodefiniéndose como “primer territorio libre de América” (en el sentido antiimperialista, es decir, libre de la dominación del “coloso del norte”) y Puerto Rico exhibiendo orgulloso su ciudadanía norteamericana; Cuba, hasta el 2008 liderada por un mismo partido y un mismo gobernante desde 1959, mientras Puerto Rico ha celebrado elecciones generales para la conformación de su gobierno cada cuatro años ininterrumpidamente, representando, para el mismo período, diez gobernadores y siete alternancias de partido, entre los mismos dos partidos, en el modelo predominantemente bipartidista de “Democracia Liberal occidental”.

Resulta importante para Latinoamérica conocer cómo dos de sus países, geográfica, histórica y culturalmente más parecidos (que se reconocen hermanos entre sí, además) hayan venido a representar modelos –de presente y futuro– diametralmente opuestos.

 

La amalgama étnica cimarrona “hispana”

En los primeros siglos de colonización fueron perfilándose algunas diferencias significativas. En el sistema de flotas inter atlánticas que la metrópolis colonial desarrolló, San Juan constituía la primera parada de los buques en América, mientras en La Habana los barcos hacían su última escala. Este detalle aparentemente insignificante tuvo importantes repercusiones de índole económica, social y cultural. San Juan fue por mucho tiempo un puerto básicamente de aguada y, como “llave oriental del Caribe”, fue convirtiéndose en un bastión militar para la defensa de las flotas. Mientras tanto, La Habana se desarrollaba como puerto de importantes actividades económicas: reparación de los navíos antes de lanzarse a su larga travesía de regreso a Europa, preparación de víveres para la supervivencia de semanas en alta mar y el temprano desarrollo de algunos productos de exportación. Como bastión militar, una considerable proporción de la población de San Juan revestía un carácter transitorio, en cambio en La Habana se conformaban sectores productivos variados que servían de base al desarrollo de clases sociales autóctonas.

Por otro lado, el carácter de refugio o frontera para el escape que América en general representó para “los que en España, por unos u otros motivos, no eran bien considerados” –en palabras del historiador español Domínguez Ortiz–, se manifestó de formas mucho más dramáticas y evidentes en Puerto Rico, la primera posibilidad de desembarco. Los colonizadores vinculados a la institucionalidad y aquellos ávidos de riquezas y poder se dirigían sobre todo a México y Perú, los territorios de mayores riquezas minerales y asientos previos de imperios indígenas; “los que en España no eran bien considerados” se cimarroneaban en el hinterland –el Puerto Rico rural, en primera instancia– añorando vivir al margen de la presencia estatal.

El monumento y plaza Cristóbal Colón, en la Antigua San Juan (Daderot/Wikimedia Commons)

Este tipo de colonización de huída, se combinó con el retraimiento indígena al interior, pues los cacicazgos fueron prontamente subyugados y la previa conformación demográfica en yucayeques (aldeas) ya no tenía sentido socialmente. Además, facilitaba el trabajo forzado o la explotación sexual por parte de un colonialismo militar y, por ende, principalmente varonil. “Vivir como indio” llegó a significar vivir en aislamiento, y el término bohío –la casa indígena– vino a ser sinónimo del hogar campesino, del asentamiento montaraz.

Se combinó también con el cimarronaje esclavo, proveniente sobre todo de las Antillas menores, donde las metrópolis rivales –Francia e Inglaterra– desarrollaban tempranamente plantaciones esclavistas de caña de azúcar. Todo esclavo de plantaciones no españolas era declarado libre al llegar a Puerto Rico. Así, en contraste con el Caribe no hispano, todos los censos puertorriqueños desde siglo XVII, registran una proporción marcadamente mayor de negros y mulatos libres que de esclavizados.

Especialmente después de la experiencia en La Hispaniola, donde España perdió ante filibusteros franceses casi su mitad occidental, le resultaba conveniente al colonialismo militar citadino que se diseminaran súbditos leales por todo el territorio. Se desarrolló así una especie de tácita concertación entre este colonialismo y la amalgama étnica del escape. Frente al modelo colonial de la ruralía controlada que las plantaciones británicas y francesas representaban, su colonialismo citadino, que permitía la libre diseminación de campesinos a través del territorio, va a ser defendido a brazo partido por los escapados. Para que el bastión militar permitiera dicha libre diseminación, la amalgama étnica cimarrona no podía ser parte de la extranjería, debía manifestarse “hispana”, lo que en aquellos siglos de consolidación del Estado nacional español –tanto en términos de su “limpieza” u homogenización interna, como en su rivalidad externa– significaba sobre todo, manifestar una identidad católica: comer cerdo –prohibido entre practicantes judíos y moros– y venerar a la Virgen y a los santos, en contraposición a la insistencia monoteísta del protestantismo.

 

La cimarronería como herencia y utopía

Frente a la transitoriedad del bastión militar citadino, la amalgama étnica del escape rural –ese “primer piso” de la formación social puertorriqueña, en palabras del ensayista José Luis González– fue conformando una cultura basada en la cimarronería en su sentido amplio de lo huido: unos valores y patrones de interrelación que privilegian el lidiar oblicuo sobre la confrontación abierta que, en lo posible, se evade. Dicha amalgama étnica que debía manifestarse “hispana”, va a expresar su valoración cotidianamente vivida a la heterogeneidad, la inclusión y el nomadismo, a través de la simbología de Los Reyes Magos, como evidencia el arte popular puertorriqueño de talla de santos.

La primera referencia a Puerto Rico en los escritos de música se encuentra en un método para cítara del siglo XVII que refiere a un baile sobre la siguiente copla:

Tumba la la la, tumba la la le,
que en Poltorrico, escravo no quedé,

siendo la Tumba, en todo el Caribe, la nomenclatura de un baile de afrodescendientes. La atracción por un mundo de frontera libertaria y de “hospitalario abrigo para el fugitivo” según frase de Fray Iñigo Abbad, el más importante cronista del siglo XVIII, parece ser una de las razones para el poblamiento de un territorio pobre en términos mercantiles, pero rico en las posibilidades que la naturaleza brindaba para la subsistencia. Mientras en San Juan se exclamaba “¡Dios me lleve al Perú!”, a la ruralía arribaban numerosos escapados que, contrario a la organización agraria en la Península, no se agrupaban en aldeas. En ese mundo agrario cimarrón, proliferaba la producción familiar para el auto consumo, en una agricultura seminómada de “tumba y quema”. Esta economía estaba inserta en una región de creciente actividad mercantil, carácter que las plantaciones imprimían al Caribe y su cuenca. La presencia mercantil en la contra-plantación del escape se canalizaba fuera de los linderos oficiales y de su principal puerto, a través del contrabando por todo el litoral costero.

Hacia finales del Imperio español (1830), Puerto Rico exhibía una densidad poblacional de 37 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras Cuba alrededor de 6.5, México 4 y Perú 1. La predominancia rural de su poblamiento se evidencia en el examen comparativo con Cuba respecto a la proporción de su población que representaba el asiento institucional del poder colonial que, además, en ambas islas era su puerto oficial principal. Para finales del dominio español en las Antillas (1899), la proporción de la población cubana en La Habana era 5 ½ veces la proporción de la población de Puerto Rico que vivía en San Juan. Esta agrupaba sólo el 3.3% de la población, mientras La Habana representaba el 15.7% del total poblacional de Cuba. Para esa fecha, Puerto Rico exhibía una densidad de 107.4 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras Cuba sólo de 13.7, México 6.9 y Brasil 2.1. Es significativo que al campesino en Puerto Rico se le vino a llamar “jíbaro”, cuya enrevesada historia etimológica remite al retraimiento montaraz, al cimarronaje y a la amalgama “racial”. El “jíbaro” –término originalmente despectivo– fue elevado por el populismo en el siglo XX a símbolo nacional y es hoy, entre los sectores populares, prácticamente un sinónimo del puertorriqueño que exhibe su nacionalidad con orgullo.

Desde finales del siglo XVIII, y de manera más intensa y apremiante a partir de la pérdida de su Imperio en tierra firme, el colonialismo español comenzó a tomar medidas para convertir su colonia caribeña dependiente en una colonia productiva: fomentó la agricultura para la exportación y su canalización a través de aduanas, para cobrar impuestos; declaró guerra a muerte al contrabando y al nomadismo cimarrón del “tumba y quema”; estableció leyes de registro de la propiedad territorial y, como parte de ello, sistemas de impuestos sobre el usufructo de la tierra que estimulaban su uso más intensivo; y fomentó la inmigración de potenciales empresarios agrícolas para el establecimiento de haciendas y plantaciones.

Es significativo que fuera justo cuando se fraguaba la economía mercantil institucional, moribundo el amplio mundo nómada del “tumba y quema”, que se capturara al Pirata Cofresí (1825), un contrabandista que compartía con el campesinado el usufructo de su inserción extraoficial en el mercado internacional. Es muy revelador que Cofresí fuera el primer personaje histórico en ser considerado “héroe” en el imaginario nacional puertorriqueño: no su colonizador español, tampoco ningún cacique indígena ni líder alguno de las revueltas de esclavos, sino un bandido social, cuya captura sellara el final del “primer piso” de su compleja y ácrata formación social.

 

El crecimiento agroexportador y la estructuración en clases

El desarrollo de la agricultura mercantil requería la disponibilidad de trabajadores para las nacientes haciendas y plantaciones. La formación social puertorriqueña de los primeros siglos no había propiciado la acumulación de capital necesaria para una masiva importación de esclavos, contrario al previo desarrollo económico de La Habana. Por otro lado, el extendido poblamiento de la ruralía presentaba el cuadro de un amplio campesinado libre, parte considerable del cual, en el marco de los nuevos regímenes de propiedad territorial, se encontraba desposeído.

Ello propició la sujeción del antiguo mundo de la cimarronería a la agricultura mercantil principalmente a través de diversos lazos de servidumbre; no obstante el hecho de que muchos empresarios inmigrantes trajeron o importaron dotaciones de esclavos, llegándose a registrar, en la década de 1840-50, las más altas cifras de esclavizados. La proporción de esclavos del total poblacional nunca sobrepasó el 11.7%, contrario a la realidad que había experimentado el Caribe no hispano, donde la población esclava fluctuó entre 85 y 95%, o la realidad que vivía Cuba para el mismo período, donde la proporción de esclavos era casi cuatro veces mayor que en Puerto Rico: 43% de su población. En Brasil, se registraba sobre el 50%.

Aunque durante todo el siglo XIX Puerto Rico experimentó           un acelerado proceso de concentración de la propiedad, jamás alcanzó los niveles que exhibía Cuba. En términos latinoamericanos, la gran mayoría de sus hacendados constituían prácticamente “sectores medios”. Hacia 1899, la producción azucarera cubana se concentraba en 207 ingenios, mientras la puertorriqueña se repartía en 345 que producían escasamente el 10% de aquellos. En la década del 1830, la proporción de la población perteneciente a familias de pequeños productores agrarios representaba casi la mitad de la población (44.7%). Esta proporción se redujo a cerca del 20% para 1899 pero aún duplicaba esta proporción en Cuba. Otro dato importante es que hacia 1899, el 91% de la tierra cultivada en Puerto Rico estaba ocupada por sus dueños y en Cuba sólo el 43.5%. En Puerto Rico aún era rara, pues, la tenencia absentista: los propietarios estaban mucho más presentes en la cotidianidad de su entorno social.

Con la Revolución Haitiana (1804) se eliminó el más importante exportador de azúcar, lo que propició el desarrollo de la industria azucarera en Cuba y Puerto Rico. Durante las primeras siete décadas del siglo XIX, el crecimiento mercantil de ambas estuvo asociado a esta actividad, que acaparaba la importación de esclavos. Sin embargo, en las últimas tres décadas, la agroindustria del café en Puerto Rico –donde predominaron las relaciones de servidumbre– experimentó un crecimiento espectacular, que a finales de siglo llegó a duplicar el área dedicada a la caña y casi cuadruplicó el valor de sus exportaciones. El mercado principal del azúcar para ambas islas fue el norteamericano, mientras las exportaciones de café se dirigían a España.

El Castillo San Felipe del Morro o El Morro, en San Juan, capital de Puerto Rico (Wikimedia Commons)

La emergencia de las luchas civiles y el reformismo “posibilista”

En 1868 se organizaron, coordinadamente entre los separatistas de ambas islas, las primeras insurrecciones importantes contra el colonialismo español. El Grito de Yara inició en Cuba una guerra que duró diez años, mientras el Grito de Lares en Puerto Rico fue sofocado en apenas un día. A partir de entonces, predominaron en Puerto Rico las luchas reformistas a través de la negociación política y la acción civil, mientras en Cuba crecía el militarismo de la lucha radical.

Hacia 1870, se organizaron los primeros partidos políticos. El de mayor arraigo y significación fue el Partido Liberal Reformista, que en 1888 se transformaría en Partido Autonomista. Hegemonizado por hacendados agroexportadores, logró representar a todo el amplio espectro de pequeños y medianos propietarios, a los incipientes sectores profesionales (en su mayoría, descendientes de propietarios rurales) y a los trabajadores urbanos independientes (los artesanos), alrededor del concepto de “la gran familia puertorriqueña”, inclusiva aunque estamentada. Sus principales objetivos eran cónsonos con los principios del Liberalismo: la ampliación de la ciudadanía, el libre cambio y el gobierno propio. Sin embargo, las contradicciones entre sus postulados liberales y las relaciones de producción sobre las cuales basaban las aspiraciones hegemónicas los hacendados –clase socioculturalmente dominante, pero política y económicamente subordinada por la condición colonial–, generaron un tipo de proceder político pragmático que sus propios artífices denominaron “posibilista”: no exigir lo que ideológicamente se aspiraba, sino negociar para el poder, “lo posible”. Así, a través de componendas con fuerzas políticas de la metrópoli –incluso monárquicas–, en 1897 logró la aprobación de una Carta Autonómica para Puerto Rico y el sufragio universal masculino, mientras Cuba se encontraba inmersa en su segunda Guerra de Independencia. En las elecciones celebradas bajo este estatuto, dicho Partido logró un amplio respaldo electoral (80.6% de la votación) y empezó a experimentar el ejercicio del gobierno. El reformismo posibilista –con viejas raíces culturales en la lucha oblicua de la cimarronería– acompañará a la política autonomista hasta el día de hoy.

Esas últimas tres décadas decimonónicas de lucha reformista autonomista coincidieron con el auge del principal puerto exportador, Ponce, que a finales del siglo XIX logró equiparar en población a San Juan, mientras que la suma de los habitantes de la segunda, tercera y cuarta ciudad en Cuba no alcanzaban la mitad de la población de La Habana. Ponce desarrolló una cultura ciudadana liberal, señorialmente hegemonizada: una arquitectura civil que contrastaba con la sobria –tipo militar– de San Juan, ferias agrícolas y comerciales organizadas al margen del Estado, publicaciones sobre sus “grandes hombres”, y una literatura y una música (la danza) que no van a autodefinirse como “regionales españolas”, sino como “propias del país”.

 

Del mercantilismo al imperialismo en la relación colonial

En 1898, como parte de la Guerra Hispano-Cubano-Americana, las tropas estadounidenses ocuparon el país, poniendo fin al colonialismo español y al reciente experimento autonómico. Este “cambio de soberanía” no sólo representó una sustitución de metrópolis, sino además una transformación de las relaciones coloniales: de una metrópoli declinante aferrada en mantener los beneficios mercantiles sobre los cuales había montado su imperio, a una metrópolis que se perfilaba como una de las más poderosas naciones capitalistas, cuya economía en expansión requería de una exportación de capitales, de la ampliación de los mercados para su creciente producción y de la adquisición de materias primas para el desarrollo de sus industrias. Su control sobre el aparato estatal era importante para desarrollar, a través de la “legalidad gubernamental”, medidas que propiciaran la inversión directa de sus empresas en la producción.

Inicialmente, los diversos sectores sociales no ofrecieron resistencia a la ocupación norteamericana. EEUU representaba la gran república federal de la democracia y el progreso, que tanto apelaba a los profesionales y artesanos, también el gran mercado al que aspiraban penetrar los agroexportadores. A dos años de gobierno militar directo siguió un gobierno civil que otorgaba una mínima participación a los gobernados. Hasta 1904, se restringió el sufragio a los contribuyentes y alfabetizados, debilitando electoralmente a los hacendados, cuyo apoyo –el mundo agrario– exhibía los más altos niveles de analfabetismo. Estructuró también un gobierno centralizado (en San Juan), que limitó el amplio radio de acción ejecutiva reconocido a los 76 gobiernos municipales por la Carta Autonómica y, de esta forma, a los hacendados, “caciques” de una agricultura patriarcal.

A través de esta estructura estatal el gobierno colonial formuló una serie de políticas económicas que, en su conjunto, obligaron a numerosos terratenientes a vender sus fincas o parte de ellas para poder continuar produciendo y/o sustituir sus cultivos de autoconsumo o café a los productos protegidos por las tarifas aduaneras de la nueva metrópoli –entre los cultivos tradicionales de la Isla, la caña de azúcar y el tabaco.

Se aceleró así el proceso de concentración de la propiedad iniciado durante el siglo XIX, ahora respondiendo al creciente dominio absentista. En 1897 sólo el 2.7% de la tierra cultivada se ubicaba en propiedades con más de 200 hectáreas (500 cuerdas, la mayor categoría en las cifras disponibles, identificada con la nueva forma jurídica de corporaciones); en 1910 esta proporción se había elevado a 31.4%. Las fincas menores a las 8 hectáreas representaban en 1897 un tercio del total de tierra cultivada; hacia 1920 éstas se habían reducido al 10.6% de la tierra en cultivos.

Entre 1899 y 1905, tres compañías norteamericanas llegaron a controlar casi la mitad de los cañaverales y establecieron las centrales que mantuvieron una mayor molienda hasta los años de 1940. La azúcar morena representaba materia prima para las compañías que elaboraban azúcar refinada en el este de los EEUU. La dramática reducción en los cultivos de autoconsumo convirtió a Puerto Rico, además, en mercado cautivo de las exportaciones de la metrópoli. Ya para 1905, las importaciones del país se habían duplicado, y cerca del 85% de la totalidad provenían de los EEUU. Hacia 1934, el año clímax de la monoproducción azucarera, con escasamente 8,876 kilómetros cuadrados y dos millones de habitantes, Puerto Rico se había convertido en el segundo país importador de EEUU en América Latina y el noveno en el mundo.

 

El surgimiento de las luchas obreras

 Las restricciones al gobierno propio y a la participación democrática que el colonialismo imperialista impuso al país en su intento de distanciar del aparato gubernamental a los hacendados, generó desilusión entre los profesionales independientes y artesanos que, precisamente por sus aspiraciones democráticas, lo habían apoyado. En 1904, propusieron la formación de un frente unido por la democracia y el gobierno propio –el Partido Unión de Puerto Rico–, al cual se sumó el Partido de los intereses hacendados (P.Federal). El Partido Unión dominó la política electoral por las siguientes dos décadas.

La incorporación de las emergentes organizaciones de trabajadores a esta política de la “gran familia puertorriqueña” duró muy poco. La creciente concentración de la propiedad agraria y la crisis de la agricultura del café, obligaron a numerosos campesinos de las áreas cafetaleras a emigrar a las nuevas zonas de crecimiento económico. Entre 1899 y 1910, la población de los municipios cañeros aumentó en 45.4% y se redujo en 4.2% la población de los cafetaleros. El desarrollo cañero estaba vinculado a la necesidad de exportación de capitales de la economía norteamericana, lo que arrojaba una inversión de maquinaria y equipo por hectárea cañera tres veces mayor que en las antiguas haciendas. Ello generó una tendencia a la máxima utilización de la tierra, lo cual unido a la situación del mercado de trabajo, marcó el fin del sistema de agrego: la actividad productiva fue organizándose sobre la compra y venta de mano de obra.

Las plantaciones cañeras absentistas quebraron también el antiguo patrón de asentamiento rural basado en la dispersión cimarrona. La actividad productiva agraria, previamente individual, se tornó colectiva y la vivienda aislada dejó de tener sentido. El bienestar material del trabajador agrícola se disoció de las fuerzas incontrolables de la naturaleza, de las cuales había dependido antes para el resultado de sus cultivos, debilitando la presencia antiguamente cotidiana de la religiosidad. Así mismo, de la benevolencia paternalista del “señor” propietario. Ante las compañías azucareras, los trabajadores constituían homogéneamente una fuerza de trabajo. El mejoramiento individual era posible sólo mediante el mejoramiento colectivo: mejorar lo que se pagaba por día de trabajo. Homogeneidad pasó a significar solidaridad.

Los artesanos de los centros urbanos experimentaron una proletarización similar. Las manufacturas importadas desde la modernidad norteamericana constituyeron una competencia mortal para la producción artesanal local. Por otro lado, el capital norteamericano acaparó prontamente la elaboración y mercadeo del tabaco, que en la primera década sobrepasó al café como producto de exportación. La industria tabacalera de capital absentista agrupó a casi el 80% de los tabaqueros en fábricas de más de 500 trabajadores. La competencia artesanal dejó de tener sentido ante la emergencia de la lucha salarial.

Artesanos proletarizados y trabajadores agrícolas cañeros desarrollaron juntos sus propias organizaciones: la Federación Libre de Trabajadores (1899) y su brazo político, el Partido Socialista (1915). En la segunda década del siglo XX, Puerto Rico experimentó las mayores huelgas en su historia y hacia 1924, el Partido Socialista, que alcanzaba el 25% del sufragio, se convirtió en el eje de la política insular. Instigados por el Ejecutivo de la metrópolis, que ofreció otorgar mayor autonomía y democracia si los tradicionales partidos rivales dejaban de lado sus rencillas, el Partido Unión –que llegó a exhibir la Independencia como ideal– y el Republicano –que propulsaba la anexión (como estado) a los EEUU– formaron una Alianza “posibilista” autonómica contra la amenaza de la solidaridad obrera.

 

La Gran Depresión: económica, ideológica y de “identidad”      

El análisis de la historia de las relaciones entre EEUU y América Latina, con frecuencia pasa por alto que hasta los años 30 del siglo XX, aquel fue un país principalmente agrícola. Aunque exhibía un pujante desarrollo industrial desde finales del siglo XIX, no fue hasta mediados de la década de 1930-40 que sus exportaciones manufactureras superaron sus exportaciones agrarias. Y no fue hasta la Segunda Guerra Mundial que su producción industrial sobrepasó a la inglesa. Este tránsito de la importancia relativa entre agricultura e industria en EEUU tuvo repercusiones fundamentales en su colonia caribeña.

El crecimiento en el empleo proletarizante de las agroindustrias de la caña y el tabaco en la primera década del siglo XX sirvió de base para el surgimiento de un proletariado que se distanciaba del paternalismo señorial, debilitando los reclamos hegemónicos de la política hacendada e indirectamente facilitando, por ende, el nuevo dominio colonial. Pero, hacia la segunda década, la militante lucha sindical y el inicio de su participación política independiente sobre bases ideológicas socialistas, pusieron en jaque también al capitalismo colonial, sobre todo a partir de la amenaza “roja” de la Revolución Bolchevique. Las empresas azucareras y tabacaleras intensificaron la búsqueda de incrementos en la producción que no conllevaran aumentos en el empleo proletarizante, es decir, desarrollando la productividad a través de la inversión científica y manufacturera: mayor utilización de fertilizantes, desarrollo de nuevas variedades de caña y la mecanización en la producción de cigarros y cigarrillos, entre otros. Entre 1915 y 1934, la producción azucarera creció en cerca de 200%, con sólo 5% de aumento en el empleo. Para el tabaco, sólo se conocen cifras confiables entre 1910 y 1920, cuando el proceso era ya evidente: un aumento de 12% en la producción con una reducción del 26% en el empleo. Agravado por la crisis de la Gran Depresión, en la década del 30 se registra un total estancamiento en las cifras de ocupados, mientras aumentaba la población en 18%.

Las organizaciones obreras se encontraron ante la situación de que, aunque la agricultura tradicional seguía desintegrándose, ello no significaba, como en la primera década, una ampliación potencial de su base. Agregados, campesinos y peones no se estaban convirtiendo ya en proletarios, sino en marginados: en una sobrepoblación relativa de desocupados, subempleados de los servicios, el mini comercio y el “chiripeo” (personas en empleos esporádicos constantemente cambiantes). Los marginados son muy difíciles de organizar en la estructura sindical, y el ejército industrial de reserva dificultaba la lucha salarial. A partir de 1924, el país experimentó un estancamiento en los salarios, y se registran numerosas huelgas derrotadas. Esta situación desmoralizó a los militantes y dio origen a una creciente desesperanza, que recoge dramáticamente uno de los boleros más famosos en toda América Latina: el Lamento Borincano de Rafael Hernández, “el jibarito”. Esta desesperanza engendró también un enorme crecimiento de las sectas protestantes de corte revivalista.

La crisis ideológica de la clase obrera su sumó a procesos igualmente agudos en las mentalidades de los sectores propietarios y de profesionales. Hacia los años 30, la clase de hacendados había prácticamente perdido la base estructural de su existencia misma y, por consiguiente, su liderato entre campesinos, y medianos y pequeños agricultores. La importancia que una economía de mayor desarrollo mercantil proveyó a ciertas profesiones –contables, gerentes, economistas, abogados, agrónomos, ingenieros, químicos…– el cauce más importante de reubicación social para sus descendientes. Sin embargo, la economía de plantaciones no proporcionaba un crecimiento suficiente para este sector: en los 20 aparecieron signos de saturación y en los 30, un creciente desempleo profesional. La ilusión de la “americanización” entendida como modernidad democrática, se desvanecía ante un colonialismo autoritario y una mono-producción expoliadora y limitante. La ausencia de una clase capaz de formular una visión e ideología que sirviera de base a un proyecto viable alternativo engendró una situación general de desasosiego que la generación intelectual del período resumió como “la búsqueda de identidad”. Los escritos más importantes de esos años se centraron de diversas formas en dicha temática (véase, Luis Palés Matos).

Para acrecentar la crisis, entre 1925 y 1940, la economía puertorriqueña experimentó un creciente deterioro de los términos de intercambio. Con un índice de precios que toma como base 100 para el lustro previo a la Primera Guerra Mundial, el precio de las exportaciones del país hacia finales de los años 30 fue de 92.5 y el de sus importaciones 126. El control de la metrópolis sobre los mecanismos de intercambio terminó afectando negativamente los propios sectores económicos que había promovido en su colonia y a partir del segundo lustro de la década de 1930-40, el capitalismo colonial empezó a replegarse de la mono-producción agraria.

 

El populismo y la transformación industrial

 El contradictorio desarrollo del capitalismo colonial de plantaciones culminó con el estancamiento de las fuerzas productivas y una caída general en los niveles de vida. Se le consideró responsable de la miseria de los trabajadores, la quiebra de los hacendados, la pauperización de los campesinos, el endeudamiento “al cuello” de medianos y pequeños propietarios, la inestabilidad del empleo y el crecimiento de la desocupación, las limitaciones al crecimiento del sector profesional, así como de una democracia restringida y un gobierno arcaico. La desesperanza que produjo la crisis cultural de ese resquebrajamiento general de las clases sociales abrió brechas hacia una nueva configuración ideológica montada, precisamente, sobre dicha desubicación clasista. Un primer intento –demasiado apegado a la desesperanza del pequeño propietario– fue el nacionalismo militante liderado por Pedro Albizu Campos, que empezó a promover la lucha armada, por lo que fue ferozmente reprimido por el gobierno colonial. En un país de tan fuerte tradición histórica antimilitar, curtido en la negociación “posibilista” y la lucha oblicua, el nacionalismo militante tuvo muy pocos adeptos, aunque sí gozó de un generalizado respeto y admiración, que perdura hasta hoy.

Simultáneo al descrédito de la economía y la política colonial, los experimentos reformistas del Nuevo Trato del presidente Roosevelt proveyeron –desde la metrópolis misma– necesarios paliativos económicos y aperturas democráticas que se canalizaban al margen del gobierno colonial, a través de una estructura paralela que en el país se conoció como “el gobierno federal”. A finales de los 30, los programas novotratistas llegaron a emplear tantos funcionarios como el gobierno colonial –“insular”– oficial, incluyendo numerosos profesionales jóvenes que, con el novotratismo, desarrollaron la ilusión de una posible redirección de la sociedad a través de la planificación estatal.

La desubicación clasista sentó las bases para un resurgimiento del consenso nacional que había representado “la gran familia puertorriqueña”: un maniqueísmo populista que enfrentaba al “pueblo” contra “sus enemigos”. El sector profesional, heredero de la vocación hegemónica de los hacendados, con el cimarrón símbolo del jíbaro y bajo la consigna de ¡Pan, tierra y libertad!, logró agrupar a los diversos sectores descontentos con el colonialismo de plantaciones. Una disidencia de la tradición partidista Liberal–Unión, originalmente denominada Acción Social Independentista (1938), se transformó en el Partido Popular Democrático (PPD), que alcanzó una mayoría legislativa exigua en las elecciones de 1940 y abrumadoras victorias consecutivas por dos décadas a partir de 1944. Su líder máximo fue Luis Muñoz Marín.

La situación bélica internacional dificultaba que el PPD presionara por su aspiración de Independencia, y ante un gobierno metropolitano (novotratista) afín, renació el reformismo autonómico “posibilista”. Si el “enemigo del pueblo” era el colonialismo de plantaciones y las corporaciones agrarias absentistas habían iniciado ya su retirada, parecía posible elaborar nuevas formas convenientes de relación con la metrópolis que emergía como la principal potencia industrial del planeta. La necesidad de exportación de capitales industriales que la economía de EEUU exhibía tras la finalización de la Guerra, fue aprovechada por esa alianza populista liderada por profesionales a través de un nuevo paradigma desarrollista que ha venido a conocerse como “el modelo puertorriqueño de industrialización por invitación”. Los novotratistas PPDistas impulsaron este modelo a partir de 1947 y, durante las décadas siguientes una alta proporción de la inversión manufacturera exterior de las empresas norteamericanas se concentró en Puerto Rico. Hacia 1974, esta pequeña isla caribeña era el tercer país en el mundo en el valor de la inversión extranjera directa de EEUU, superado sólo por Alemania y Canadá. Los $6,112 millones de inversión en Puerto Rico representaban el 21% del valor total de la inversión estadounidense en todos los países del tercer mundo y sobre el 40% de su inversión en América Latina: aproximadamente la suma del valor de sus inversiones en Brasil y México, los dos países que le seguían en la penetración de este capital, pero con una población y territorio infinitamente mayores. El ritmo acelerado de esta transformación se evidencia en la comparación con las cifras de inversión directa norteamericana para una década y media antes: justo al inicio de la Revolución Cubana, la inversión directa en Puerto Rico representaba 7.4% del total estadounidense en América Latina, sobrepasado por Venezuela, Cuba, Brasil, México y Chile (en ese orden).

La “industrialización por invitación” transformó rápidamente la faz del país. Para 1970, la manufactura generaba ingresos ocho veces superiores a la agricultura y empleaba el doble de trabajadores, brechas que continuaron ensanchándose: en el 2004, los ingresos de la manufactura fueron casi cien veces mayor a los de la agricultura, y la cantidad de trabajadores, 5.3 veces mayor. En el 2018 se mantenía esa proporción aproximada en el empleo (5.5 veces mayor); y la proporción relativa a su aportación al PIB (Producto Interno Bruto) siguió distanciándose: 47.3% de la manufactura en el 2010 frente al .08% de la agricultura, y 52.1% de la manufactura en el 2018 a .08% de la agricultura. Si el colonialismo agrario de plantaciones fue identificado por el populismo como el “enemigo del pueblo”, las empresas manufactureras “invitadas” que contribuían a su industrialización, serían consideradas “aliadas” en el programa PPDista de industrialización del país. La política habría de reconfigurarse en términos de esta re-conceptualización del absentismo.

 

Logros y fisuras en el modelo de desarrollo

La vocación hegemónica del sector de profesionales “servidores públicos” novotratistas que lideraban el populismo, requería armonizar el crecimiento industrial con la justicia social, a través de la ampliación de la ingerencia gubernamental en la reestructuración socioeconómica. Ello presuponía el establecimiento de un gobierno propio. Con el respaldo de los novotratistas en el Partido Demócrata, y aprovechando la fuerte presión anticolonial internacional de la posguerra, el PPD logró que el gobierno metropolitano aceptara la conformación de una Asamblea Constituyente, democráticamente electa, para la redacción de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico (ELA). El Congreso estadounidense aprobó el proyecto de Constitución redactado por la Constituyente en la Isla con pocas modificaciones: la más importante, la eliminación del derecho al trabajo. En 1952, con sus propios símbolos nacionales (bandera, himno, escudo), se inauguró este estatuto jurídico, vigente en Puerto Rico hasta el día de hoy.

Con el ELA, Puerto Rico alcanzó un nivel considerable de gobierno propio, al punto que, aunque mantenía serias limitaciones coloniales, EEUU logró que la ONU lo eximiera de presentar informes sobre la Isla en su monitoreo del proceso de descolonización. El nuevo gobierno –puertorriqueño por primera vez, exceptuando el brevísimo interludio de la Carta Autonómica–, se configuró en torno a tres pilares básicos: FOMENTO, como se llamó la instancia que promovía la “industrialización por invitación”, la legislación social tutelar para “corregir los excesos” del capitalismo, según sus propios artífices “posibilistas”, y la consolidación de un Estado benefactor, cuyos modernos principios democráticos se garantizarían a través de la “ciencia de la Administración Pública”. Así, mientras en Cuba se iniciaban las guerrillas contra un gobierno retrógrado dictatorial –un militar apoyado por el gobierno estadounidense–, el posibilismo civil reformista de la “brega” puertorriqueña con Washington en su “industrialización por invitación” emergió como modelo en un mundo obsesionado con la problemática del desarrollo. En palabras del intelectual puertorriqueño que el gobierno de EEUU designó como Subsecretario de Estado a cargo de sus relaciones con América Latina, Arturo Morales Carrión,

The US is too vast for the people of newly independent states (to identify with)… Puerto Rico is in a scale of reference they can match. We achieved what the Communist promised but without resorting to Soviet methods…

 El gobernador Muñoz Marín lideró, junto a los presidentes de Costa Rica y Venezuela –José Figueres y Rómulo Betancourt– lo que se conoció como “el triángulo democrático”, formado por gobiernos reformistas en amistad con EEUU. Se establecieron programas de becas para que servidores públicos del Tercer Mundo conocieran en Puerto Rico “la vía democrática del desarrollo”; y poderosas casas editoriales divulgaron textos puertorriqueños sobre Administración Pública por toda América Latina, incluso traducidos para Brasil.

Conjuntamente al crecimiento económico, el gobierno PPDista ciertamente desarrolló el Estado benefactor y un aparato gubernamental moderno: por ejemplo, un sistema público de salud que logró elevar las expectativas de vida a una de las más altas tasas del mundo entonces: 72 años en 1970; para el 2001, la expectativa fue de 76 años, y para el 2018 79.7, superando a los EEUU (78.5) y a todos los países latinoamericanos menos Chile (80.0). (Banco Mundial, 2009).

Desarrolló los sistemas de electricidad y acueductos que requería la “industrialización por invitación”, aunque en su terminología populista se presentaba como “llevando, a todos, agua y luz”. En 1973 Puerto Rico había llegado a ser el sexto entre los países de mayor generación de energía por kilómetro cuadrado, superado en América sólo por la isla petrolera de Trinidad. La legislación social estableció un mecanismo para garantizar salarios mínimos. Como la militancia sindical podía ahuyentar a los inversionistas “invitados”, las luchas de las organizaciones obreras se canalizaron en esos años en la instancia gubernamental a cargo de fijar los “mínimos”, transfiriendo el viejo paternalismo hacendado a un paternalismo benefactor estatal avalado por la racionalidad burocrática.

El Capitolio de Puerto Rico, sede de la Asamblea Legislativa, en San Juan (Fierro Ramírez/Creative Commons)

 

Transformaciones urbanas en la estructura de clases

La concentración urbana es un fenómeno que caracteriza al siglo XX en toda Latinoamérica; pero en el caso de Puerto Rico, el proceso fue especialmente vertiginoso. A finales de los años 60, atravesando su “milagro económico”, la Isla –cuya formación cultural previa, recordarán, se manifestaba anti-urbana–, se había convertido en uno de los países más urbanizados del mundo. La proporción de su territorio urbanizado era cuatro veces mayor que en EEUU, seis veces mayor que en Europa y diez veces mayor que las cifras globales para América Latina. La concentración se dio, sobre todo, en el área metropolitana de San Juan y, por tanto, diametralmente distinta a la que se experimentaba a principios del siglo XX, cuando el país exhibía dos ciudades prácticamente equivalentes. Además, los años de la transformación industrial registraron los niveles más elevados de emigración puertorriqueña a EEUU. Esta se concentró, sobre todo, en la ciudad de Nueva York, símbolo de “lo urbano” a nivel mundial.

La concentración metropolitana arropó vertiginosamente a un país con una cultura urbana muy débil. En términos de los sectores medios, representó la adopción acrítica del modelo urbanístico norteamericano de la posguerra: el desparramamiento en “urbanizaciones” segregadas por los niveles de ingreso determinados por los desarrolladores privados. A los pobres, se les concentró en los “caseríos” (housing projects) con financiamiento “federal”, al estilo de los ghettos de las urbes estadounidenses. Este tipo de urbanismo segregado predomina hasta hoy.

Una de las más frecuentes y recurrentes quejas de quienes tuvieron que habitar en housing projects ilustra esos remanentes culturales de la ruralía: lamentaban que no les fuera permitido criar animales. El cacareo de gallinas, las peleas de gallos y carreras de caballo clandestinas, los “rumbones de esquina” o –en los veranos nuyorquinos– en el Central Park y la sociabilidad a la intemperie, proyectaban la imagen de los puertorriqueños en las ciudades como una invasión de “la barbarie”, imagen que recorrió el mundo con el film del musical nuyorquino, West Side Story. El 44.5% de su población calificada urbana en 1960 aumentó a 58.3% en el 1970, a 66.2% en 1980 y a 92.9% en 1990. Desde entonces se ha mantenido estable alrededor de esa cifra representando 93.6% en el 2019. Aun así, para esa fecha representaba el 19no lugar de urbanización en el mundo, superando a EEUU (82.5%) y a todos los demás países de América: Argentina 92%, Chile 87.6%, República Dominicana 81.8%, México 80.4%, Cuba 77.1%, etc. (The World Bank, 2018).

En los inicios del programa de “industrialización por invitación” los salarios en Puerto Rico eran el 27% del salario manufacturero promedio en EEUU; de hecho, los más bajos en todo territorio dentro de sus barreras tarifarias y aduaneras. Ello propició el que afluyeran a Puerto Rico empresas de uso intensivo de mano de obra que, dado el desarrollo de la acumulación, eran, fundamentalmente, pequeñas y tradicionales: principalmente, de fabricación de ropa y enseres para el mercado norteamericano mismo.

Puerto Rico pasaba a convertirse en laboratorio de lo que más tarde sería una de las formas de organización preferidas de las multinacionales en la cuenca del Caribe y Centroamérica: las maquiladoras. (Pantojas García)

Se aprovechaba un mercado de trabajo barato y condiciones favorables en términos fiscales para ocupar un nicho en la cadena productiva de empresas extranjeras. Estas exportaban la materia prima y la maquinaria de producción al mercado de trabajo donde se elaboraba el producto que regresaba como exportación al país de origen de su materia prima y maquinaria. En términos de clase, los trabajadores de las maquiladoras constituyen un proletariado marginal, residente en un país, pero involucrado en todo un engranaje económico de otro que, en el caso puertorriqueño, además era su metrópoli colonial y el mercado de trabajo que absorbía su creciente emigración.

En la medida que estas empresas tradicionales representaban una fracción relativamente débil de la burguesía norteamericana, existían razones de peso para que los profesionales del gobierno PPDista se sintieran al timón de la transformación industrial a través de la planificación estatal. Pero, los otros pilares de su programa de “industrialización por invitación” engendraron un cambio en la correlación de las fuerzas sociales: la exención contributiva, el libre movimiento de productos entre Puerto Rico y EEUU, y la posibilidad –bajo ciertas condiciones– de la repatriación de las ganancias. Al estabilizarse el dominio internacional estadounidense de la posguerra, proliferaron mercados de trabajo aún más beneficiosos para la industria intensiva en mano de obra, mientras paralelamente se elevaban los niveles de vida en Puerto Rico, de gran importancia para el capital comercial. La composición de las empresas estadounidense en la Isla sufrió una importante transformación a través de dos vías: el establecimiento de poderosas cadenas comerciales de venta (ya no sólo al por mayor, sino incluso) al detal y, en la manufactura, el crecimiento en la proporción de empresas de alta composición orgánica de capital, sectores de punta, como las farmacéuticas y el equipo electrónico. Para 1974, 110 de las llamadas Fortune 500 (las corporaciones más poderosas de EEUU) tenían subsidiarias en Puerto Rico y representaban una tercera parte del total de empresas estadounidenses en la Isla. Ante una creciente inserción del capital monopolista, el poder social de los servidores públicos comenzó a palidecer frente a los profesionales que se tornaban en intermediarios o representantes locales de aquel.

 

La crisis del fordismo y las transformaciones en el modelo de industrialización

El modelo de desarrollo de “industrialización por invitación” tuvo sentido para un gobierno populista sobre el presupuesto del capitalismo fordista que EEUU simbolizaba, sobre todo, desde el Nuevo Trato: la producción en masa sobre la línea de ensamblaje, que conllevaba una masiva utilización de mano de obra, para el consumo masivo. La creciente democratización del consumo se garantizaba, a su vez, con salarios decorosos y el Estado benefactor. El énfasis en las industrias de fabricación de ropa y de electrodomésticos en las primeras dos décadas de la industrialización puertorriqueña parecían confirmar las expectativas: un crecimiento económico a precios constantes de alrededor del 6% anual en el Producto Nacional Bruto  (PNB) en la década del 50 y más de 7% en los 60 (de las más altas tasas en el mundo entonces); acompañado de un crecimiento en el empleo industrial de 47% entre 1950 y 60, y de 63% entre 1960 y 70; un incremento en los salarios de trabajadores industriales de 124% entre 1950 y 60, y 89% entre 1960 y 70; y un crecimiento en el consumo personal de 111% entre 1950 y 60, y de 168% entre 1960 y 70. Este modelo de desarrollo parecía proyectarse hacia un continuo crecimiento futuro ya que corría paralelo a un crecimiento en el por ciento del PNB que representaba la inversión en capital fijo: de 14.8% en 1950 a 29.9% en 1970.

A finales de los 60 y principios de los 70, el capitalismo mundial experimentó una importante transformación: el fordismo (con su combinación de producción en masa y consumo masivo) manifestó internacionalmente signos de claro agotamiento como modelo de acumulación predominante y, sobre todo a partir de la recesión de 1973, la economía mundial fue transformándose rápidamente sobre los supuestos de un modelo distinto. David Harvey, entre otros, lo denominó, “modelo de acumulación flexible”: flexible respecto a los procesos y mercados de trabajo, de productos y patrones de consumo. En éste, más importante –para cada empresa– que la producción y el consumo en masa, será la velocidad en que pueda readaptarse en esas esferas de flexibilidad y completar el circuito de la realización del capital. Además de los ritmos de intensificación en la innovación tecnológica, comercial y de organización de la producción y el consumo, en la velocidad de la comunicación y en el desarrollo de sectores productivos enteramente nuevos, para mantener su liderato económico internacional, EEUU necesitaba formas rápidas de facilitarle a sus empresas los servicios financieros que sus transformaciones requerían; sobre todo, cuando había ido perdiendo, ante los eurodólares, la concentración de capital líquido que el patrón oro le había provisto en la “época dorada” del fordismo. En 1947, las reservas de oro de EEUU representaban el 70% de las reservas mundiales, en 1957 el 60% y para 1967 se habían reducido a 30%. Las medidas tomadas en aquel momento dieron fruto, pues actualmente (2017) sus reservas de oro han superado el 70% que representaban en 1947: 75%

Durante el período de la mono-producción agraria de plantaciones, la economía puertorriqueña era dependiente de la norteamericana, pero claramente diferenciada de aquella: una economía de explotación colonial. El modelo de “industrialización por invitación” –en la medida que las empresas que se establecieron fueron sustancialmente subsidiarias norteamericanas– fue integrando la economía de la colonia cada vez más a la metropolitana –su estructura de producción, sus niveles de extracción de plusvalía, etc.– al punto que la crisis en su modelo de acumulación se manifestó inmediatamente en la Isla. Con la crisis de la producción en masa, entre 1973 y 1975, la economía de Puerto Rico –con tasas de crecimiento espectaculares escasamente unos años antes– experimentó tasas negativas de crecimiento por primera vez en cuatro décadas. Los salarios reales se redujeron en 2.6% y el ingreso personal en 1.6%. Se paralizó el crecimiento del empleo industrial (entre 1973 y 75 de hecho se redujo, y todavía en 1995 era prácticamente equivalente a las cifras de 1973) y se revirtió la tendencia alcista del por ciento que representa la inversión en capital fijo del total del PNB: de 29.9% en 1970 a 27% en 1975, a 18.4% en 1980, a 15.3% en 1985 (prácticamente la cifra de principios de los años 50). El “milagro puertorriqueño” parecía que había llegado a su fin.

 

La post-industrialización y la economía neocolonial

Pero el Puerto Rico del ELA continuaba siendo lo que, en términos constitucionales estadounidenses, se denomina un “territorio no incorporado”, para los cuales rigen disposiciones especiales bajo el concepto –bastante ambiguo– de ser considerados “partes de, pero no incorporados a” la nación. En 1976, luego de varias medidas importantes que no lograron resolver su problema de liquidez, el gobierno estadounidense –en su interés de evitar la fuga de sus ganancias líquidas como eurodólares, de retener el capital financiero para la necesaria transformación y flexibilidad de sus empresas–, modificó su código de rentas internas introduciéndole la sección 936 para sus “territorios no incorporados”. La sección 936 concedía ventajas tributarias a las corporaciones estadounidenses operando en dichos “territorios” siempre y cuando mantuvieran sus ganancias allí, bien a través de la reinversión productiva o inversiones financieras, con la posibilidad de repatriar parte de sus ganancias a su empresa matriz en EEUU.

Se aceleró la transformación del tipo de empresa que se establecían en la Isla: de manufactura liviana a compañías multinacionales con un alto valor añadido e inversión tecnológica. La crisis fordista provocó un rápido reajuste. Entre 1976 y 1980, la aportación de la industria al PNB de la Isla creció de aproximadamente 23% a casi 37%, aumento sin precedentes a nivel de la economía internacional. Según los economistas Cao y Nazario, mientras en las economías más industrializadas del mundo, la manufactura aporta alrededor del 20% de sus respectivos PNBs, en Puerto Rico sobrepasa el 40% desde los 1990. Su alto valor añadido lo ilustran los cambios en la compensación al trabajo del total de ingreso industrial generado: de 63.5% en 1970 a 34.8% en 1980, llegando a representar apenas el 20% en los albores del siglo XXI.

Con la sección 936, Puerto Rico se mantuvo como el tercer país del mundo en el valor de las inversiones directas estadounidenses. Más importante aún, logró escalar al primer lugar en términos de los ingresos generados por esa inversión, sobrepasando a los países que lo habían aventajado en los 70: Canadá, Alemania y el Reino Unido. Sólo el interés estadounidense en retener financieramente ese volumen de ganancias entre sus fronteras puede explicar el hecho de que un pequeño “territorio no incorporado”, con un PNB menor que el 4% del PNB del Reino Unido y 6% del de Canadá, le pudiera generar mayores ingresos a las transnacionales norteamericanas que esos países. Además de una muy real productividad, ese enorme margen de ganancias requería también lo que respecto a las transnacionales se ha denominado creative accounting: transferir ganancias de la empresa matriz a su subsidiaria amparada por beneficios impositivos. Ya al año siguiente de aprobada la sección 936, farmacéuticas como G.D. Searle y Abbott declaraban un alto por ciento de sus ganancias globales como generadas en Puerto Rico: 150 y 71%, respectivamente. Muchas de estas transnacionales funcionan como maquilas postindustriales de nuevo cuño, exportando a precios bajos a su subsidiaria en Puerto Rico materias primas o productos semielaborados desde EEUU o países europeos, e importándole a su subsidiaria en la Isla el producto terminado con la ganancia incorporada al precio. Ello explica, en parte, como en el 2001, Puerto Rico haya importado de EEUU productos por un valor de $15,586 millones (equivalente a lo que importó de EEUU, Brasil –$15,879) y haya exportado a EEUU productos por un valor de $41,367.5 millones, es decir casi el triple (y casi el triple de lo que Brasil exportó a EEUU –$14,466). Las cifras más recientes señalan que la inversión estadounidense en Puerto Rico genera cuatro veces los ingresos que su inversión en Brasil.

Para el 2001 Puerto Rico exportó un total de $46,900.8 millones en mercancías, casi en su totalidad (99.7%) productos manufacturados y, fundamentalmente (66%), productos farmacéuticos. Más del 88% de esta exportación se dirigió al mercado estadounidense continental.

Paralelamente, aumentó la proporción del PNB que representa la inversión en capital fijo, pero nunca a los niveles pre-crisis del 73, ya que para el nuevo modelo de acumulación flexible resulta fundamental la liquidez financiera. Los activos depositados en los bancos crecieron vertiginosamente, duplicándose en sólo un lustro: de $2,862 millones en 1979 a 5,553 en 1984. En la década del 1995 al 2004 los ingresos de las inversiones financieras mantuvieron su enorme ritmo de crecimiento (se duplicaron en ese período). En el 2004, dos sectores que sumaban menos del 15% del empleo total –la manufactura, 11.3% y las finanzas y bienes raíces, 3.5%– generaban más del 60% del PNB: 43.5% la manufactura y 16.6% el sector financiero.  En el 2018 la manufactura representó el 9.2% del empleo y las finanzas 3.8%.

Por otro lado, en 1975, justo el año anterior a la aprobación de la sección 936, se había incluido a los residentes de Puerto Rico (“parte de” aunque “no incorporados a”) entre los posibles beneficiarios del welfare “federal” denominado “Cupones de Alimentos”, y los puertorriqueños empezaron a recibir directamente las transferencias “federales” que antes se habían canalizado a través del gobierno colonial o particulares oficinas. En términos estadounidenses, más del 60% de la población de Puerto Rico estaba clasificada como “bajo los niveles de pobreza”, frente a un aproximado 13% en EEUU. En 1976, más de la mitad de la población puertorriqueña (51.1%) recibió “cupones”, aumentando la proporción del ingreso personal total que representaban las transferencias de 2.2% en 1970 a 15% en 1976, y sobrepasando el 18% a partir de 1982. Para 2001 las transferencias “federales” que fueron directamente a las personas sumaron $8,695 millones, representando el 20% del ingreso personal.

Los resultados de este programa y de la sección 936 acrecentaron las diferencias entre la economía insular y la de su metrópoli, revirtiendo el proceso de incorporación económica experimentado bajo la “industrialización por invitación”, y generando una economía colonial de nuevo cuño. Ésta podría denominarse postindustrial o postmoderna, pues no se estructura –como la mono-producción de plantaciones– sobre la explotación (lo que no significa que, como economía capitalista, siga existiendo y creciendo la extracción de plusvalía), sino sobre su papel en el circuito global de la realización del capital. La importancia del país para las transnacionales industriales en una época de acumulación flexible conllevó también el establecimiento de corporaciones transnacionales de servicios –en publicidad, contabilidad y finanzas–, muchas veces en asociación con empresas locales.

Con la retención del capital financiero por “las compañías 936”, el crecimiento de las transferencias directas y el desarrollo de este tipo sofisticado de servicios, se incrementó enormemente la rápida circulación de dinero y concomitantemente, las posibilidades de consumo. Un ejemplo dramático es que am principios del siglo XXI Puerto Rico representaba el segundo país en el mundo en la compra de automóviles per cápita –después, naturalmente, de EEUU. Puerto Rico se convirtió también en el país que exhibe un mayor nivel de consumo por índice de ingreso. Este agudo consumismo fortalece un individualismo hedonista que ha “americanizado” más –culturalmente– a Puerto Rico que cualesquiera intentos institucionales en esa dirección.  Para el ciudadano común, la metrópoli dejó de ser símbolo de expolición; al contrario, representó en ese momento un modelo (consumista) de bienestar y –en el terreno del “posibilismo”– la “gallina de los huevos de oro” y la fuente principal del welfare.

Vista desde San Juan del Fuerte San Cristóbal, una de las fortificaciones más antiguas de Puerto Rico (Tomás Fano/Creative Commons)

 

Emigración y etnicidad

Con el abandono de la agricultura, los dramáticos disloques socioculturales de una transformación urbana e industrial vertiginosa, y la creciente penetración institucional del Estado benefactor populista en la vida diaria de los sectores populares, los remanentes culturales de la cimarronería del escape se redirigieron, sobre todo, a Nueva York. Los inicios del ELA y de la “industrialización por invitación”, coincidieron con uno de los desplazamientos poblacionales mundiales más impactantes del siglo XX: en sólo un lustro (1949-1954), se trasladó a su metrópolis colonial aproximadamente una cuarta parte de la población puertorriqueña y casi la mitad de aquellos en edades productivas. Para los años 60, había tantos puertorriqueños en Nueva York como en San Juan.

Este desplazamiento masivo no se ubicó económicamente –como la emigración europea a EEUU de finales del XIX– en sectores “de punta” de una economía en expansión. Se dirigió, más bien, hacia los remanentes “subdesarrollados” del industrialismo, como los talleres de confección de ropa, cosechas irremediablemente manuales de una agricultura, por lo demás, sumamente industrializada y, sobre todo, los servicios personales –conserjes, lavaplatos, porteros, ascensoristas, etc. Esta frágil ubicación estructural se combinó con la manifestación racial de su otredad étnica (la marca corporal de su procedencia de “áreas subdesarrolladas”), para dificultar su incorporación a una clase obrera “moderna” atravesada por el optimismo fordista. Espacialmente, se ubicó en los centros urbanos –Nueva York, Chicago, Filadelfia, Hartford…–, en un momento cuando la modernidad norteamericana se asociaba crecientemente con el suburbio que, en los 50, creció 15 veces más que los inner cities, los cuales ya comenzaban a identificarse como barrios negros dilapidados. Discriminados como “otros” en su nuevo ambiente social y excluidos del “milagro” modernizador en su país de origen, los inmigrantes puertorriqueños y, sobre todo, sus descendientes, no podían compartir el optimismo que caracterizaba al fordismo de la posguerra.

Los puertorriqueños llevaban décadas entretejiendo relaciones con el mundo afronorteamericano; sobre todo en dos de las principales esferas de estrellato en el mundo popular: la música (vea ensayo sobre Música) y los deportes. El béisbol en EEUU estuvo racialmente segregado durante toda la primera mitad del siglo XX. Los astros de las “Ligas negras” llegaron a ser héroes populares en Puerto Rico jugando en el béisbol “invernal” y era en las “Ligas negras” donde las estrellas puertorriqueñas se empleaban en verano. Los puertorriqueños –considerados en EEUU como una diferenciada “raza” entre las non-white, incluso en documentos oficiales– desarrollaron mayores relaciones y afinidades con el mundo afronorteamericano (no exentas de tensiones y conflictos) que cualquier otro grupo de inmigrantes en toda la historia previa del melting pot. Ello se manifestó en los movimientos sociales, el tipo de política y las expresiones artísticas principales de la neo-cimarronería borícua.

 

La neo-cimarronería de la “guagua aérea”

En el étnicamente segregado urbanismo estadounidense, proliferaron en los 50 las gangas juveniles que delimitaban “territorios” ghettoizados, como los palenques que nunca tuvo la cimarronería de la contra-plantación. Similar a los Black Panthers, la más notoria de las gangas puertorriqueñas –los Young Lords–, desarrolló una conciencia política y un tipo de bandolerismo social. Negros y puertorriqueños participaron juntos (con la izquierda norteamericana) en el Movimiento en pro de los derechos civiles (Civil Rights Movement), y muchos de sus activistas terminaron en el ala más progresista del Partido Demócrata. El siglo XXI inició con tres Representantes puertorriqueños en el Congreso de EEUU (dos electos por Nueva York y uno por Chicago), quienes –como la mayoría de los congresistas demócratas negros y contrario al representante (sin voto) oficial del ELA– asumieron posiciones de avanzada en el espectro político estadounidense. Por ejemplo, se opusieron a la Invasión de Irak, fueron firmes defensores de la desmilitarización de Vieques (vea discusión más adelante) y Gutiérrez fue de los principales portavoces para que se levantara el embargo a Cuba.

Desmontaje de un escenario en el Campo García, en Vieques, donde militares y agentes del Departamento de Justicia norteamericano recuperaron el lugar luego de estar ocupado por protestantes asentados allí durante un año, en mayo de 2000 (US Defence)

En los 70, las comunidades puertorriqueñas se embarcaron –como las de afronorteamericanos– en una lucha contra las bases ideológicas del discrimen a través de redefiniciones del canon y programas llamados de afirmative action en la Academia. Su carácter cimarrón se manifestó en el establecimiento de programas académicos separados: sin alterar significativamente sus currículos, muchas universidades establecieron Programas de Estudios Afroamericanos y Programas de Estudios Puertorriqueños.

Hacia mediados de los 60, los nuyoricans (puertorriqueños de Nueva York) lideraron –en continuo diálogo con el afronorteamericano jazz– la emergencia y desarrollo de una de las más importantes expresiones musicales del mundo contemporáneo: la salsa, con música y letras predominantemente contestatarias y de clara crítica social. En los 80, protagonizaron, junto a afronorteamericanos, la emergencia de otro de los principales movimientos artísticos juveniles populares del mundo contemporáneo, el hip-hop, con sus vertientes del rap (improvisada poesía musicalizada), el graffiti (o murales con pintura de aerosoles) y el break-dance. Paralelamente, emergió una vibrante literatura, nucleada principalmente en el Nuyoricans’ Poet Café, caracterizada por el elemento performático y la oralidad, al estilo del dub poetry jamaiquino.

Dado que los puertorriqueños pueden moverse sin restricción jurídica alguna entre la Isla y EEUU (y de hecho, ha existido por muchas décadas un amplio movimiento entre los barrios populares de Puerto Rico y las comunidades de puertorriqueños en la diáspora), dado que es rara la familia puertorriqueña que no tenga algún miembro emigrante y que una alta proporción de los residentes de la Isla ha experimentado en algún momento la vida en las comunidades de la emigración, todas estas expresiones y experiencias han marcado definitivamente la cultura del Puerto Rico de hoy. Más aún, son fundamentalmente manifestaciones de lo que Luis Rafael Sánchez, el más conocido escritor puertorriqueño contemporáneo, ha denominado la sociedad de “la guagua (ómnibus) aérea”, sociedad, no solamente históricamente constituida en el nomadismo, sino contemporáneamente reconstituida por las nuevas modalidades de éste. Relacionado a las luchas de los nuyoricans por el establecimiento de programas académicos de Estudios Puertorriqueños, emergieron en la Isla, en los 70, movimientos intelectuales que intentaron redefinir el significado de la nación y las jerarquías del canon: unas nuevas ciencias sociales vinculadas a los debates latinoamericanos de la dependencia, una nueva historiografía de “los sin historia”, y unas novedosas formas expresivas en las artes.

El Caribe exhibe la peculiaridad de países que son simultáneamente exportadores e importadores de mano de obra. Poco después del inicio de la gran diáspora puertorriqueña a Nueva York, la Isla recibe millares de exilados cubanos e inmigrantes dominicanos, cuyas repercusiones en la cultura y la vida económica y social, no se han estudiado aún en toda su dimensión.

El secretario de la Marina norteamericana, Gordon England, se dirige a la prensa para informar la decisión de dejar de usar Vieques como base para entrenamiento y bombardeo en el plazo de dos años, en junio de 2001 (US Department

 

Drogadicción y narcotráfico

El elemento más problemático de la neo-cimarronería es el escape en la drogadicción y el camuflaje de una economía del narcotráfico al margen del Estado. De la población mayor de 14 años, un 9% de varones y 3.4% de mujeres expresaron –en una encuesta oficial del 2002– haber consumido alguna droga ilegal. La encuesta de hogares de ASSMCA del 2008 presenta cifras similares (no hemos podido tener acceso a cifras posteriores). En el pequeño territorio de la Isla se calculan sobre 1,500 puntos de transacciones –compras para el consumo interno–, que generan un ingreso probablemente mayor que la suma del producido por la agricultura y la construcción, sectores que representan el 10% del empleo oficial. Ello no incluye las transacciones en Puerto Rico como puente hacia el mercado norteamericano, que extraoficialmente se calcula en 80% del narcotráfico en el país. Si estos fueran cálculos correctos, podríamos estar frente a una economía “informal” delictiva generando ingresos superiores a todo el comercio legal, a los servicios y al gobierno, superada sólo por la manufactura y las finanzas en su aportación al PNB.  Por la naturaleza de esta actividad, todas estas cifras están sujetas a un amplio margen de error, pero diversas aproximaciones etnográficas confirman su magnitud.  El narcotráfico atraviesa hoy en Puerto Rico toda la fibra social.

Ello ha representado cambios notables en patrones culturales y la sociabilidad, sobre todo en las relaciones entre géneros, clases y generaciones. Los patrones de autoridad en sectores residenciales hegemonizados por la economía del punto, han retornado al control sobre los mecanismos de violencia, refortaleciéndose un machismo que se encontraba por décadas en declive, y quebrando tradicionales jerarquías sociales y por edad. Entre las jóvenes, se evidencian dos tendencias contrapuestas: por un lado, la temprana maternidad como forma de fortalecer relaciones con varones de poder (70 adolescentes embarazadas por cada mil, en contraste con una o dos en los países de la OECD) y, por otro, la preparación académica, en parte, como forma de romper el círculo de poder a través de la cimarronería, del escape (o movilidad) hacia “mejores” áreas residenciales. Cerca del 75% del cuerpo estudiantil universitario es femenino. Los jóvenes varones experimentan una fuerte tensión entre patrones valorativos encontrados: la drogadicción masculina triplica la femenina, el 99% de los confinados son varones, y en el 2004, el suicidio fue la tercera causa de muerte violenta de varones entre 15 y 34 años. En esas edades, el 91% de los suicidios fueron de varones. En el 2017 la tasa de suicidios por género se mantenía sobre los 85% (exactamente 86%), aunque interesantemente en las edades menores a 39 años la proporción femenina aumentó hasta  28%  (reduciéndose a 72% los varones).

La magnitud del narcotráfico (con todo un amplio dinero circulante al margen de las estadísticas oficiales) estimula otras formas no directamente delictivas de la economía informal. Entre 1980 y el 2002, mientras el empleo formal aumentaba a una tasa de 2.1% anual, el informal crecía en una tasa de 3.3%. Los últimos años del siglo XX registraron una tasa de crecimiento mayor: 6.3% anual a partir del 1994. Aún así, el % del PNB que representaba la economía informal no delictiva en Puerto Rico era relativamente bajo en términos latinoamericanos: se calculaba en alrededor del 23%, cifra equivalente a España y Portugal, y menor que Italia y Grecia entre los países de la OECD, pero mucho mayor que la economía a la cual pertenece en términos aduaneros (EEUU exhibía un 8.9%). Las cifras posteriores más recientes a las que tuvimos acceso (2007) calculan la economía informal en la isla entre el 23.6 y el 27.2% generando más de $17,000 millones -$5,000 millones vinculados al narcotráfico- lo que representaba el 30% del PIB del país.

Puerto Rico vive hoy, como toda América Latina, enormes y múltiples problemas sociales. Sin embargo, en todas las encuestas de los últimos 25 años los puertorriqueños perciben la criminalidad como su problema principal. Respondiendo a estas encuestas –y sin que se hubieran registrado resultados positivos en las estadísticas–, los políticos inmediatistas han convertido a este Puerto Rico cimarrón –de fuerte tradición anti-militar– en uno de los países con mayor número de policías per cápita, superado en todo el mundo sólo por Rusia y Venezuela (en cifras de principios del XXI).

 

La política del “status”

 En los inicios del ELA y la “industrialización por invitación”, el populismo alcanzaba su más contundente triunfo electoral, 65% de los votos. Más aún si consideramos que el segundo partido en aquellas elecciones –19% en 1952– surgió, prácticamente, como una disidencia del PPD que desaprobaba el que éste hubiera abandonado su postura independentista. El Partido Independentista (PIP) estaba liderado por una pequeña burguesía de profesionales jacobinos y pequeños comerciantes, y por un sector considerable del liderato sindical. En la medida en que los reclamos obreros fueron canalizándose en la gubernamental Junta de Salarios Mínimos, se tornó muy difícil la participación política abierta del liderato sindical y el apoyo al PIP fue declinando con el repliegue de este liderato. También es necesario considerar el progresivo achicamiento del pequeño comercio independiente ante las cadenas comerciales norteamericanas.

La tercera fuerza electoral en el momento del nacimiento del ELA (13% del voto) era el Partido Estadista Republicano, aliado al Partido Republicano norteamericano y promotor de la anexión de Puerto Rico a EEUU como el estado 51. Entonces, su liderato máximo estaba identificado con algunas de las familias más ricas del país, todavía asociadas a la industria azucarera. Con la transformación industrial y el crecimiento urbano emergieron nuevos sectores sociales identificados ideológicamente con la modernidad democrática que EEUU vino nuevamente a representar, sobre todo en su fordismo posguerra. El anexionismo fue creciendo, y luego de una transformación partidista interna cuando asumió el significativo nombre de Partido Nuevo Progresista, (PNP) y se desafilia de los Republicanos estadounidenses y de su pasado liderato agrario, alcanzó a tener, a partir de los 70, una fuerza electoral aproximadamente equivalente al PPD.

Entre 1952 y el 2016, la política en Puerto Rico se caracterizó por un sistema partidista definido en términos de opciones relativas a lo que en el país se denomina el status, es decir, la relación con EEUU. Y, desde 1968, por una alternancia bipartidista entre el PPD (pro ELA) y el PNP (pro estadidad) –la votación para ambos fluctuó entre el 45 y el 51%–, con un distante tercer lugar para el PIP con votaciones entre el 3 y el 5.7%. Sin embargo, las elecciones periódicas no deciden el status; son para elegir los funcionarios públicos y sus programas de gobierno, lo que sirvió de base para el surgimiento de una nueva política ciudadana (originalmente a nivel muy modesto en el 2004 y con mucha fuerza y pujanza en las elecciones del 2020 según analizaremos más adelante). En términos muy generales comparativos internacionales, las posturas partidistas hasta el 2016 podrían definirse así: el PNP se pretende presentar como una derecha “moderna” equivalente al PP de Aznar; el PPD como partido de centro derecha parecido al Partido Demócrata anterior al fenómeno de Bernie Sanders en EEUU; y el PIP como partido social demócrata de centro izquierda, similar al PSOE español. Pero, al definirse en términos de la política del status, se trastocan sus ideologías con numerosas contradicciones.

 

Fisuras y readaptaciones de la Democracia Liberal

 En los últimos años se han dado tres importantes procesos que marcan el posible desarrollo futuro de la política puertorriqueña y su democracia liberal. Como parte de los intentos populistas de minimizar la posible influencia electoral de los grandes intereses económicos, el ELA incorporó una ley para que el Estado sufrague en forma equitativa a los partidos. Esa medida, originalmente democrática y progresista, se ha tergiversado de tal forma que se ha convertido hoy en un importante escollo para la ampliación de la democracia. En las elecciones del 2004, el Estado sufragó en más de nueve millones de dólares (cada uno) al PNP y al PPD, y en más de seis millones al PIP, sin poder evitar grandes contribuciones privadas adicionales a los primeros dos. Así ha ocurrido en todas las elecciones subsiguientes. Los partidos se convirtieron en enormes maquinarias que dificultan tanto las disidencias internas, como la posibilidad de emergencia de nuevos contendores electorales. Se ha ido desarrollando una especie de clase política dispuesta a componendas para ampliar su poder social y garantizar su permanencia frente a cualquier intento de la sociedad civil que pueda representar una amenaza a sus privilegios.

Paralelamente, esas millonarias maquinarias, el individualismo consumista y la cultura de la economía delictiva han ido generando elementos de corrupción gubernamental de una magnitud nunca antes vista en el país, lo que ha minado la confianza ciudadana en su democracia liberal. Las más recientes encuestas de opinión colocan a “los políticos” como aquellas personas de las que menos se puede fiar. El ciudadano puertorriqueño común se encuentra ante la confusa situación de que el sistema judicial “federal” (es decir, directamente de su metrópoli colonial) se ha visto obligado a llevar a corte, y eventualmente a la cárcel, altos funcionarios públicos del más pro-norteamericano de los partidos (PNP) que, a su vez, esgrime argumentos de “represión y persecución” identificados –con razón– décadas antes con la prédica anticolonial independentista. Resulta confuso, además, que el PNP –el más vociferantemente neoliberal– aumentara el empleo público, conjuntamente a su política de privatizaciones. La lucha electoral por el control del aparato gubernamental se convirtió en una batalla que para muchos militantes representa su empleo y/o la posibilidad de prebendas a todo nivel, minando la previa confianza ciudadana en su administración pública.

En las elecciones del 2004, el PNP logró mayoría en la rama legislativa y ganó la mayor parte de las administraciones municipales. Sin embargo, su candidato a gobernador (quien había presidido el corrupto gobierno de 1996 – 2000) fue derrotado por el escaso margen de 0.5%. La preocupación de muchos electores (tanto de su propio partido, del PIP, como de diversos sectores de la sociedad civil) por la amenaza que dicho candidato representaba a la convivencia democrática, llevó a ese voto cruzado, frente a un militante apoyo carismático de nuevo cuño. Por primera vez en la historia electoral moderna del país, el candidato derrotado (y la mayoría de su Partido) no aceptaron como válidos los resultados electorales. Estos han tenido que ser avalados –luego del recuento que, ante ese pequeño margen, exige la ley– por la rama judicial, tanto a nivel nacional puertorriqueño como a nivel “federal”. Los derrotados se dedicaron a intentar desestabilizar el gobierno central electo a través de diversas prácticas que se acercan peligrosamente al fascismo. Más de cien años de un ininterrumpido desarrollo democrático electoral, manifestó fisuras que amenazan una tradición liberal que parecía consolidada.

Paralelamente con el crecimiento de la intolerancia y el autoritarismo en uno de los partidos que representó entonces casi la mitad del electorado, Puerto Rico comenzó ha experimentar también procesos hacia una profundización de su cultura democrática. Las elecciones del 2004 se caracterizaron por una proliferación de nuevos movimientos políticos, sobre todo a nivel de municipios o distritos representativos. Ante el poderío económico de las maquinarias partidistas tradicionales, ninguno de los nuevos movimientos estuvo cerca de alcanzar un triunfo electoral, pero claramente evidenciaron fisuras en el monopolio tripartidista; como también lo evidenció el voto cruzado o “mixto” al candidato a la gobernación por el PPD. Entre los nuevos movimientos, merece destacarse Alternativa Ciudadana, que, compitiendo en sólo uno de los 40 distritos representativos, logró mayor apoyo de destacadas figuras públicas –en tan diversos campos como las artes plásticas y la farándula, líderes cívicos, comunales, educativos, sindicales, de gremios profesionales y de la cultura popular– que los tres partidos nacionales juntos.

Puede decirse que Alternativa Ciudadana comenzó muy modestamente un proceso que se ha ido consolidando años después. En las elecciones del 2016 la joven Alexandra Lúgaro sorprendió con una votación de 11.3% del total como candidata independiente a gobernadora, rompiendo con numerosos muros del “political correctness”: se declaró atea e independentista (aunque correctamente aclarando que no se postulaba para adelantar la independencia, sino para gobernar el país). En esas elecciones hubo un segundo candidato independiente, el comerciante -de conservador a moderado- Manuel Cidre, que obtuvo el 5.7% de la votación. Entre ambos arrancaron un 17% del voto del bipartidismo tradicional.

El gobernador electo en el 2016 fue el hijo de quien gobernó representando al PNP entre el 1992 y el 2000, rechazado por escaso margen, como señalamos antes, ante la multiplicación de casos de corrupción gubernamental (no directamente por él, sino por sus allegados). La política corrupta de favoritismos volvió a instalarse, con la diferencia de que una prensa investigativa independiente logró acceso a un “chat” en Internet que claramente evidenciaba la participación del gobernador en esos esquemas y una actitud de desprecio hacia el país, sobre todo homofóbica y machista, y mofándose incluso de los damnificados por los huracanes. Ello indignó a amplios sectores del país que fueron escalando en manifestaciones de rechazo hasta -con concentraciones masivas nunca antes experimentadas- lograr que no le quedara remedio al gobernador que renunciar. Esa victoria de la democracia directa sentó las bases para un trastoque de la política tradicional.

Para las elecciones del 2020 Alexandra Lúgaro unió fuerzas con otros sectores sociopolíticos progresistas constituyendo el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC), que incorporó en su Programa muchas proposiciones adelantadas por Alternativa Ciudadana dieciséis años antes. Además de elaborar un Programa mucho más coherente y abarcador, el MVC comenzó a experimentar nuevas formas organizativas más participativas y democráticas. Rechazando el subsidio gubernamental, aumentó a 14% del voto y eligió dos senadores y dos representantes al parlamento. En dichas elecciones el colapso del bipartidismo tradicional se hizo mucho más evidente, pues además del crecimiento del MVC, el candidato a gobernador del Partido Independentista (PIP) alcanzó el 13.6% de la votación, cuando el PIP llevaba estancado entre el 3 y 5% por varias elecciones anteriores. La suma de los dos partidos tradicionales se redujo de 95% en las elecciones del 2012 y 80.7 en las del 2016 a 65% en el 2020.

La alternativa hacia la izquierda que el MVC representa en el Puerto Rico actual se ha visto fortalecida por el movimiento paralelo hacia la izquierda que se experimenta en el Partido Demócrata en los Estados Unidos a través del movimiento Our Revolution iniciado por Bernie Sanders, y por el hecho de que una de las principales líderes de ese movimiento sea la carismática representante al Congreso por el distrito 14 de Nueva York, hija de puertorriqueños, Alexandria Ocasio Cortez (AOC). En el 2018 triunfó en primarias contra uno de los líderes más poderosos del “establishment” demócrata, y con 29 años se convirtió en la mujer más joven de la historia y la primera mujer de la organización Socialistas Democráticos de América en ser elegida para el Congreso de Estados Unidos. Rápidamente se ha convertido en una de las figuras mediáticas principales de la política estadounidense. Anteriormente (desde las elecciones del 2016), fue voluntaria en la campaña política de Sanders. Durante su campaña a representante, AOC rechazó todo el dinero de cabilderos y millonarios demócratas. Como parte de su plataforma progresista ha sido una de las principales propulsoras del Nuevo Trato Verde (Green New Deal); apoya un sistema de salud pública universal (Medicare for All), universidades públicas gratuitas, la cancelación de la deuda estudiantil, la abolición de los Servicios de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), entre otras. Se ha definido siempre como puertorriqueña y ha defendido un trato igualitario hacia Puerto Rico en los desastres acahecidos (“naturales”: huracanes y terremotos; y sociopolíticos: el enduedamiento del gobierno).

Un fenómeno previo que dio fuerzas y esperanzas a movimientos contestatarios y a una creciente cultura de participación política independiente desde la sociedad civil, fue la lucha por la paz en la isla-municipio de Vieques. Desde hace más de medio siglo dos terceras partes de esta isla-municipio estaban ocupadas por la Marina de Guerra de EEUU que las utilizaba en el entrenamiento de reclutas y sus simulacros militares. En la última década del siglo XX, se recrudeció la militancia comunal y ciudadana contra la presencia de la Marina y se quebraron las tradicionales divisiones partidistas bajo un frente común. Surgió además en el resto del país un movimiento denominado Todo Puerto Rico con Vieques liderado por pacifistas de izquierda que logró aglutinar los más diversos sectores religiosos y políticos en apoyo a las luchas por la paz de los viequenses. Diversos actos de resistencia pacífica y desobediencia civil alcanzaron un amplio reconocimiento mundial. Finalmente, en el 2004 se logró que la Marina cerrara su base militar y saliera de la isla-municipio. Esta victoria ciudadana y comunal frente a una de las instituciones más poderosas del mundo fortaleció enormemente la autoestima de los puertorriqueños, y las posibilidades del activismo pacífico ciudadano que reconociera la importancia de los consensos y del respeto a la heterogeneidad.

 

Perspectivas: el arte de “bregar”

 Cuba y Puerto Rico son, de un pájaro las dos alas… Cincuenta años atrás, durante la “Guerra fría” entre “bloques de naciones” edificados sobre ideologías político-económicas “definidas”, contrapuestas y enfrentadas, parecía claro que Cuba representaba el ala izquierda y Puerto Rico la derecha de la paloma latinoamericana en su dificultoso vuelo desde la dependencia hacia la libertad. Este escrito ha intentado examinar las transformaciones experimentadas por Puerto Rico. Espero que éstas (como las de su Antilla hermana, las del continente y el mundo), nos obliguen a reexaminar hoy aquella visión dicotómica. Diferencias en la conformación y continua reconstitución de culturas hermanas, fueron privilegiando, en cada una, diferenciados tipos de interrelaciones y modos de proceder. Cuba privilegió unos modos donde la ejemplaridad se asoció a la lucha frontal (la supuesta virilidad del enfrentamiento); mientras Puerto Rico otros nucleados en torno al “posibilismo” de la lucha oblicua, cimarrona, camuflada (más identificados con la supuesta femineidad del cultivo de la domesticación).

Desde los inicios de la colonización, el Caribe ha sido una región atravesada por las más poderosas fuerzas extrañas –encuentro y enfrentamientos de imperios– que han marcado, como un carimbo, su cotidianidad con profundas incertidumbres. En ese problemático marco, hemos tenido que aprender a mirar, escuchar, olfatear y sentir el carácter múltiple de las encrucijadas. A los puertorriqueños nos tocó vivir, según frase de Martí, “en las entrañas del monstruo”. Y, como la híbrida culinaria cimarrona, aprendimos que de esas entrañas puede cocinarse mondongo: sabroso y reconstituyente. Distinta es la tripa amarga de la desfachatada hipocresía de la política estadounidense llevada a un extremo por el expresidente Donald Trump (y de numerosas instancias previas), de las roncas “payasadas” de Louis Amstrong, la parejera elegancia del Duke Ellington, los desafíos femeninos de Isadora Duncan o Madonna, las habilidosas contorciones corporales y la pícara sonrisa amplia del que “se las sabe todas” de Michael Jordan, o las prédicas “arcoiris” del reverendo Jesse Jackson. Con esa otra cara de los EEUU, la cara de su profunda raigambre democrática, aun en sus contradicciones (incluyendo su individualismo consumista), la cultura popular puertorriqueña ha evidenciado sentirse definitivamente identificada, más que ningún otro país del continente.

Mucho antes de los estimulantes análisis de García Canclini, justo en el momento en que la Revolución Cubana aparecía como modelo alterno para el Caribe y Latinoamérica, estudiando la transformación industrial puertorriqueña, las Ciencias Sociales desarrollistas de los 50 y 60, utilizaron por primera vez con connotaciones positivas el problemático concepto biológico de la hibridez. El desarrollo de la agro-ciencia enfrentaba la problemática entre lo positivo del vigor híbrido y lo limitante de la infertilidad resultante. El híbrido era incapaz de auto-reproducirse; sólo continuarían existiendo vigores híbridos en un ininterrumpido proceso de hibridación. Según un destacado teórico del developmental planning (Meir, 1956, 1965), Puerto Rico se insertaba en lo que Rostow (1960) denominaba para la misma fecha “el crucial momento de despegue” del subdesarrollo por su vigor híbrido, engendrado en lo que los apologistas de su modelo de “industrialización por invitación” llamaban “lo mejor de dos mundos”. El más lúcido de los críticos de la teoría de hibridez de Meir en ese momento (y de aquella “transformación” industrial que, de hecho, llamó ilusoria), Richard Morse, tituló, no obstante, el capítulo sobre Puerto Rico de su importante libro sobre Cultura e ideología en las Américas treinta años después, “Puerto Rico: eternal crossroads” (Morse, 1989: 201-225). ¿Habría perpetuado Puerto Rico los procesos de hibridación en su propia dinámica identitaria? ¿Residiría su ejemplaridad en las lecciones de su indefinición y de su perenne apertura a la incorporación diversa –cordial, generosa, tolerante– en su ininterrumpida sucesión de encrucijadas?

Con camufladas connotaciones eróticas, llamamos en Puerto Rico “bregar” al lidiar oblicuo, entre varias otras connotaciones relacionadas. Como bien ha señalado desde Nueva Jersey el más destacado crítico cultural puertorriqueño contemporáneo, Arcadio Díaz Quiñones, “bregar” no es un proceder automático, sino un arte relacional, uno de cuyos principios centrales consiste en distinguir las circunstancias en las cuales “se brega”, de aquellas en las que “¡no se brega!”. El arte de bregar –que ha ido desarrollando Puerto Rico desde su cimarronería– conlleva balancearse –eternamente– en una cuerda floja.

¿Qué le depara a Puerto Rico, a este país escindido entre tendencias facistoides y procesos de profundización democrática, entre el individualismo consumista y la generosidad inclusiva comunitaria; a este país caribeño que pretende combinar su pro-americanismo y su latinoamericanidad; a este país con una de las mayores economías (formales e ilícitas) del continente en tan pequeño territorio, a este país además territorialmente dividido, con aproximadamente la mitad de su población en la diáspora? Es muy difícil saberlo; como difícil es saber que le depara a su ala contrapuesta hermana del mismo pájaro.

Pero en un mundo dominado por el capitalismo de la acumulación flexible, un mundo en tensiones entre el particularismo y la globalización, un mundo que aprende a golpes (migratorios, sobre todo) la realidad de la heterogeneidad, un mundo de incertidumbres donde todo lo sólido se desvanece en el aire (Marx), un mundo, por otro lado, de crecientes fundamentalismos que pretenden paralizar la historia a la fuerza, la simbología cimarrona de los Santos Reyes Magos –heterogéneos y nómadas– se fortalece en Puerto Rico cada día. El muy respetado World Values Survey de Estocolmo en su edición pre-crisis internacional de principios del XXI señalaba a esta isla caribeña escindida como el país, ¡en todo el mundo!, donde se encontraba más generalizada la felicidad. Eso ha cambiado radicalmente en las últimas décadas, pero en un capitalismo voraz basado en la velocidad de su realización comercial, el aguinaldo de los Santos Reyes sigue siendo magia, alegría y promesa, porque su santidad es sólo plural y sólo ofrendas, y la cimarronería, simultáneamente, herencia y utopía. En su esperanza de adorar al Niño –es decir, a la felicidad del futuro– Puerto Rico apuesta a su añejo (y constantemente reconstituido) cimarrón arte de bregar.

Que ¿de dónde vengo, y pa’ dónde voy?

soneaba su incertidumbre, evocando a Puerto Rico desde Nueva York, el cantante de cantantes Héctor Lavoe, en su salsa al “Paraíso” (como dice Benedetti, “es decir, a mi país”). Frente a la certeza

Vengo de la tierra de la dulzura,

las encrucijadas,

Que ¿pa’ dónde voy?…
Voy a repartir ricura;

Sin saber por dónde,

la sabrosura
rica y sandunguera que Puerto Rico puede dar.

Con la presencia futura del pasado:

 Lo le lo lai, lo le lo lai, lo le lo lai.

 

 Referencias

BANCO MUNDIAL. Esperanza de vida al nacer, total (años) – Puerto Rico. Derived from male and female life expectancy at birth. Male and female life expectancy source: ( 1 ) United Nations Population Division. 2009. Disponible en: https://datos.bancomundial.org/indicador/SP.DYN.LE00.IN?locations=PR.

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__________: El arte de bregar, San Juan, Callejón, 2000.

DIETZ, James L.: Economic History of Puerto Rico, Institutional Change and Capitalist Development, Princeton, Princeton University Press, 1986 [ed. cast.: Historia económica de Puerto Rico , San Juan, Huracán, 1986].

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MORSE, Richard: New World Soundings, Culture and Ideology in the Americas, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1989.

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PANTOJAS GARCÍA, Emilio: Development Strategies as Ideology, Puerto Rico’s Export-led Industrialization Experience, Boulder, Lynne Rienner Pub., 1990.

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Mapa de Puerto Rico

 

Datos Estadísticos

Indicadores demográficos de Puerto Rico

  1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010 2020*
Población
(en mil habitantes)
2.218 2.356 2.710 3.188 3.518 3.797 3.710 3.679
• Sexo masculino (%) 50,23 49,43 49,00 48,68 48,43 48,13 48,05
• Sexo femenino (%) 49,77 50,57 51,00 51,32 51,57 51,87 51,95
Densidad demográfica
(hab./km²)
250 265 305 359 396 428 418
Tasa bruta de natalidad
(por mil habitantes)**
37,36 32,26 24,96 20,51 17,45 13,80 12,1* 11,0
Tasa de crecimiento
poblacional**
0,26 1,80 1,58 1,11 0,95 -0,19 -0,16 0,08
Expectativa de vida
(años)**
63,53 69,12 72,36 73,92 73,84 76,78 78,8* 80,4
Población entre
0 y 14 años (%)
43,21 42,63 36,52 31,56 27,17 23,56 20,47 17,8
Población con
más de 65 años (%)
3,88 5,22 6,51 7,90 9,73 11,32 13,00 15,9
Población urbana (%)¹ 40,59 44,55 58,33 67,84 92,94 93,83 98,83 93,49
Población rural (%)¹ 59,41 55,45 41,67 32,17 7,06 5,61 6,17 6,51
Participación en la población
latinoamericana (%)***
1,32 1,07 0,94 0,88 0,79 0,72 0,62 0,56
Participación en la población
mundial (%)
0,088 0,078 0,073 0,072 0,066 0,062 0,054 0,048
Fuente: ONU: World Population Prospects: The 2012 Revision Database
¹ Datos sobre la población urbana y rural tomados de ONU: World Urbanization Prospects, the 2014 Revision
* Proyecciones. | ** Estimaciones por quinquenios. | *** Incluye el Caribe.
Obs.: Informaciones sobre fuentes primarias y metodología de cálculo (incluidos eventuales cambios) se encuentran en la base de datos indicada.

 

Indicadores socioeconómicos de Puerto Rico

  1960 1970 1980 1990 2000 2010 2015
PBI (en millones de US$ a precios constantes de 2005) 11.141,0 23.367,2 39.215,5 52.345,8 72.478,9 75.077,5
PBI per cápita
(en millones de US$ a precios constantes de 2005)
4.724,8 8.597,2 12.231,9 14.799,5 19.020,3 20.173,9
Participación en el PBI latinoamericano (%) 0,000002 0,000003 0,000002 0,000003 0,000003 0,000002
Población
Económicamente
Activa ( PEA)
1.151.519 1.354.447 1.299.338
• PEA del sexo
masculino (%)
64,18 60,49 57,69
• PEA del sexo
femenino (%)
35,82 39,51 42,31
Matrículas en el
primer nivel¹
299.746
Matrículas en el
segundo nivel¹
290.991
Matrículas en el
tercer nivel¹
129.708 249.372
Profesores 68.059
Fuentes:
Banco Mundial databank, Indicadores do Desenvolvimento Mundial. 
¹ UNESCO Institute for Statistics  (acceso en enero/2016).
Obs.: Informaciones sobre fuentes primarias y metodología de cálculo (incluidos eventuales cambios) se encuentran en las bases de datos indicadas.