Kiev (Ucrania), 1914 – San Juan (Puerto Rico), 1997
Por Ángel G. Quintero Rivera
Fotógrafo, cineasta, caricaturista, diseñador gráfico y compositor “clásico”, descendiente de judíos ucranianos que emigraron a los Estados Unidos en 1923, Jack Delano pasó sus años de formación en Filadelfia y en Nueva York. Su infancia y juventud combinaron la tranquila convivencia familiar de tradiciones culturales ancestrales con el cambio social vertiginoso. Las metrópolis dramatizaban las condiciones sobre las cuales se forjaba ese nuevo país: una pujante economía crecientemente monopolizada y basada en la competencia para el enriquecimiento individual, frente a una arraigada ideología democrática cimentada en el “ciudadano común”. Ante la crisis de la Gran Depresión, el Presidente Franklin Delano Roosevelt ideó los programas del llamado “New Deal” (Nuevo Acuerdo) para buscar consensos sociales que posibilitasen una convivencia diferente.
El arte de Jack Delano es hijo del New Deal: agudas tensiones sociales y luchas por su resolución democrática. Por ese motivo no es casual que justo al iniciar su vida pública profesional, el inmigrante Jasha Ovcharov cambiara voluntariamente su nombre acorde con sus nuevas señas de identidad. Adoptó como apellido Delano, del nombre materno del entonces presidente norteamericano, y como nombre Jack, que tradicionalmente designaba al hombre común. Tampoco es coincidencia que decidiese iniciar su vida profesional con la fotografía documental. En los años 30, la fotografía salió del ámbito controlado del estudio para incorporarse a la realidad de las calles. Uno de los movimientos más importantes en este desarrollo estuvo vinculado al New Deal. Bajo la dirección del sociólogo Roy Stryker, un grupo de fotógrafos de la división de documentación histórica de la Farm Security Administration (FSA) se lanzó por todos los Estados Unidos para documentar los avatares de la cotidianidad del norteamericano común. El proyecto intentaba combinar el arte, las humanidades y las ciencias sociales en un quehacer dirigido a incidir en la política pública y la concepción del país. Cada fotógrafo se preparaba para sus encomiendas con lecturas de economía, historia, antropología de la región cuya vida iría a “documentar”, pero sin perder de vista su condición de artista.
El grato descubrimiento de Puerto Rico
Como fotógrafo de la FSA, Delano visitó Puerto Rico en 1941, y regresó cinco años más tarde para establecerse allí. A mediados de los años 40, el espíritu del New Deal estaba disipándose en los Estados Unidos, mientras la política de Luis Muñoz Marín convertía a Puerto Rico en el último reducto de aquella filosofía político-social. Delano se identificó de inmediato con las posibilidades de ese proyecto transformador y colaboró en el establecimiento de la División de Educación de la Comunidad que intentaba integrar diversas artes audiovisuales (carteles, panfletos ilustrados, fotografías, cine, etc.) en un proyecto de orientación social. En ese proyecto, Delano transfirió su foco principal de actividad al cine, dirigiendo y produciendo muchos de los primeros documentales educativos latinoamericanos. El filme Los peloteros (1951), especialmente, se considera a la altura de la mejor cinematografía que se hacía por entonces en la escuela del realismo italiano. Posteriormente produjo dos filmes de dibujos animados Sabios árboles, mágicos árboles de inspiración ecologista, en los 80, y Los aguinaldos del infante, cuento navideño infantil, en los años 90.
Sus primeras composiciones musicales se dieron en el marco de su trabajo como cineasta. Combinó una sólida formación en la tradición “clásica”, experimentos electroacústicos (que se consideran de los primeros en el mundo), con temas, armonías y ritmos del lenguaje musical del puertorriqueño común, protagonista de sus películas. Tuvo razón la Organización de los Estados Americanos (OEA) al definir a Delano, en su catálogo Composers of the Americas, como compositor puertorriqueño. Su desarrollo como compositor estuvo siempre vinculado al de las instituciones culturales del país: la Orquesta Sinfónica, los Ballets de San Juan, la radio y televisión pública, etc. Su música se caracteriza por integrar un profundo lirismo íntimo con una aguda conciencia social. Es oportuno destacar su Sinfonietta para cuerdas (1984), su Concertino para trompeta (1965), su ballet La bruja de Loíza (1956) sobre los toques de bomba, su cantata sinfónica Burundanga (1992), sobre un poema de Luis Palés Matos, y su Sonata para viola (o clarinete) y piano (1953) que integra a un lenguaje “clásico” los variados troncos históricos de la sonoridad puertorriqueña: la afrobomba, la música campesina y la proletaria plena.
Entre 1955 y 1963, Delano colaboró con el periódico The Island Times como caricaturista. Hasta entonces, las caricaturas de la prensa concentraban elogios o críticas dirigidos a personajes públicos prominentes. Delano contribuyó a la transformación del género, abordando principalmente las venturas y desventuras del ciudadano común. Sus caricaturas presentan con humor toda una serie de preocupaciones en torno a los giros que fue tomando el proyecto modernizador del cual él mismo había sido partícipe, adelantando incluso lo que más tarde llamarían “sensibilidades posmodernas”.
A partir de 1969, cuando se retiró del servicio público, se dedicó a la ilustración y diseño de libros, especialmente para niños y jóvenes. Junto a su esposa Irene, gran artista gráfica, diseñaron e ilustraron el aleccionador cuento Las nuevas ropas del emperador (1971) ubicando su trama en las calles de San Juan. Juntos diseñaron, ilustraron, investigaron y escribieron el libro, En busca del Maestro Rafael Cordero, sobre un tabaquero mulato que organizó una de las primeras escuelas del país, donde impartía gratuitamente la enseñanza a niños de todas las clases sociales. Finalmente, colaboraron con fotos y diseños en los libros del folclorista Teodoro Vidal sobre las artes populares puertorriqueñas, principalmente las tallas de santos y las máscaras de vejigantes.
Las mil caras de un pueblo
En 1990, Delano produjo un libro con sus fotografías de 1946, De San Juan a Ponce en el tren. Sus ideas, pasiones y utopías aparecen transparentes. El tren es visto más que desde su maquinaria y “funciones”, a través de sus trabajadores y pasajeros: los productores y consumidores, binomio relacional central de la filosofía del New Deal. Es significativo que sean imágenes de una familia “moderna” de nuevo cuño, liderada por una mujer trigueña, las que van hilvanando el discurso visual del trayecto y el libro.
Las fotografías de Delano de la década de 1940 permanecieron por años dispersas en diversas publicaciones; entre éstas la más importante fue el libro The People of Puerto Rico (1956) de un grupo de antropólogos entre los cuales figuraban Sidney Mintz y Eric Wolf. A principios de los 80 fotografió lugares y situaciones semejantes, escudriñando los cambios acaecidos en Puerto Rico durante cuarenta años. No sólo lo sorprendieron cambios, sino también continuidades, sobre todo en las maneras de tratarse las personas y en ese aspecto tan simultáneamente íntimo y social como lo son las poses y los gestos.
Este proyecto cristalizó en su libro Puerto Rico mío. Tanto por sus joyas fotográficas como por su manera de relacionar unas con otras, se trata simultáneamente de uno de los grandes libros en la historia del arte de la fotografía y uno de los más profundos análisis visuales de una cultura en cambio social. “Retrata”, como ningún otro, el proceso modernizador, con sus importantes logros, sus ambivalentes rumbos y sus preocupantes desaciertos. Su ojo crítico-constructivo, que anteponía a la denuncia la alegría de su fe en la vida, la cultura y la educación, permea los otros libros que publicó: la recopilación de sus caricaturas Así es la vida (1996), el poema fotográfico de El día que el pueblo se despidió de Muñoz (1987) y, de manera especialmente amena y profunda, su autobiografía Photographic Memories, que salió impreso pocos días antes de morir.
Su arte, en tan variadas facetas enfatiza la dignidad del compartir lo sencillo, dentro del más profundo sentido democrático; pero identificándose enseguida como sujeto de este compartir, tampoco escapa su trabajo a la utopía: expresa lo que quisiera que fuéramos. Su arte –realista, imaginativo y libre– es también, en el mejor de los sentidos, comprometido. Emigrante –como tantos puertorriqueños y latinoamericanos–, entendió cabalmente el carácter dinámico y fundamentalmente relacional del fenómeno nacional. Cuando le preguntaron si se consideraba puertorriqueño, contestó de manera decidida y con firmeza poco antes de morir: “lo seré mientras ustedes así lo quieran”.
Conteúdo atualizado em 05/07/2017 19:43