ANTIGUA E BARBUDA

ANTIGUA Y BARBUDA

Por Rafael Affonso de Miranda Alonso

Nombre oficial Asociated State of Antigua and Barbuda
Localización Caribe
Estado¹ Parlamentarismo
Idiomas Inglés (oficial)
y dialecto local
Moneda Dólar del Caribe oriental
Capital¹ Saint John’s 
(22 mil hab. em 2014)
Superficie¹ 442,6 km2
Población² 87,2 mil (2010)
Densidad demográfica² 197 hab./km² (2010)
Distribución de la población³ Urbana (26,24%), 
rural (73,76%) (2010)
Analfabetismo 18% (2000)
Composición étnica¹ Negros (87,3%), mestizos (4,7%), hispánicos (2,7%),
blancos (1,6%), otros (2,7%), sin especificar (0,9%) (2011)
Religiones¹ Protestantes (68,3%, incluye anglicana 17,6%, adventista delséptimo día 12,4%, pentecostal 12,2%, morava 8,3%, metodista 5,6%, sagrada wesleyana 4,5%, iglesia de Dios 4,1%, bautista 3,6%), católica romana (8,2%), otras (12,2%), sin especificar (5,5%), ninguna (5,9%) (2011)
PBI (a precios corrientes 2010)³ US$ 1.159 miles de millones (2013)
PBI per cápita (a precios corrientes 2010)⁴ US$ 12.881,8 (2013)
IDH⁵ 0,774 (2013)
IDH en el mundo
y en AL⁵
61° e 7°
Elecciones¹ Gobierno general designado por la reina de Inglaterra. El Parlamento bicameral, en el estilo británico, está integrado por 17 miembros designados por el gobernador general y 17 miembros electos por el sufragio universal (Cámara de los Diputados), para un mandato de 5 años.

Fuentes:
¹ Cia. World Factbook.
² ONU. World Population Prospects: The 2012 Revision Population Database.
³ ONU. World Urbanization Prospects: The 2014 Revision
⁴ CEPALSTAT
⁵ ONU/PNUD. Human Development Report, 2014.

Las islas Antigua y Barbuda están situadas en el océano Atlántico norte, en el mar Caribe, y pertenecen a las Pequeñas Antillas. Con un área total de 442,6 km2, la nación está formada por la isla Antigua (280 km2) y sus dependencias: Barbuda (160  km2) y Redonda (2 km2). Sus vecinos más cercanos son las Antillas Holandesas al noroeste, Saint Kitts y Nevis (San Cristóbal y Nevis)  al oeste, Montserrat al sudoeste y Guadalupe al sur. La población del país se estima en unas 87.200 personas (2010), de las cuales 22.000 se concentran en la capital Saint John’s. Casi el 90% de la población es afrodescendiente, y las principales minorías son de mestizos, blancos, indios y amerindios. El idioma oficial del país es el inglés.

Colonización

Antigua, la principal isla que conforma la nación –ya habitada por los pueblos indígenas siboneyes (2400 a.C.-35 d.C.), arahuacos (35-1100 d.C.) y caribes–, fue llamada así por el navegante Cristóbal Colón, quien la avistó durante su segundo viaje, en el año 1493, y le dio el nombre en homenaje a la iglesia Santa María de la Antigua de Sevilla, en España.

Recién en el año 1632, un grupo de colonizadores del Reino Unido proveniente de la vecina Saint Kitts le atribuyó la posesión de estos territorios a la Corona británica. El protagonista de este primer impulso de colonizar sistemáticamente las islas fue Thomas Warner.

El primer producto que se cultivó con fines comerciales fue el tabaco, y más tarde, desde mediados del siglo XVII, fue reemplazado progresivamente por la caña de azúcar. El principal responsable de la introducción del azúcar fue Christopher Codrington, quien llegó al lugar en el año 1684 en busca de nuevas tierras para repetir el emprendimiento azucarero que ya había resultado exitoso y muy lucrativo en otros lugares de la región. Era un profundo conocedor de las técnicas de producción, y aplicó las innovaciones basándose en lo que sucedía en Barbados, la más antigua y lucrativa colonia azucarera británica.

La producción de azúcar alcanzó su auge a mediados del siglo XVIII. Al paisaje de las islas se incorporaron plantaciones y molinos de viento que servían para procesar la caña, muchos de los cuales aún existen y fueron restaurados con fines turísticos. Al igual que en todo el Caribe, en los siglos XVII y XVIII, las islas también recibieron miles de esclavos africanos que eran llevados para trabajar en las grandes plantaciones.

Antigua también adquirió relevancia entre las colonias británicas en el Caribe gracias a su ubicación estratégica. Se la consideraba “portón de entrada” a la región y punto clave para el control de las rutas de comercio del área. Son testimonio de este valor estratégico las fortificaciones levantadas en diversos lugares, algunas de las cuales pueden apreciarse actualmente en English Harbour Town, en el sur de la isla.

En el año 1834, la Corona británica abolió la esclavitud en todas sus colonias y estableció un plazo de cuatro años de transición o “aprendizaje”, como fue llamado en aquel momento.

Vista desde la colina de Shirley’s Heights (Andrew Moore/Creative Commons)

En Antigua, la abolición fue decretada inmediatamente. Por lo tanto, se trata de uno de los territorios pioneros en poner en práctica el decreto de la Corona. Sin embargo, las condiciones de vida de los trabajadores africanos y d

e sus descendientes no se modificó sustancialmente. Durante muchos años aún permanecieron vinculados a otras formas de dependencia en la relación con sus patrones, los grandes plantadores de caña de azúcar. Desde 1871 hasta 1956 los territorios de Antigua y Barbuda fueron gobernados por la Federación de las Islas de Sotavento y, de 1958 a 1962, por la Federación de las Indias Occidentales.

 

Gobernabilidad

El centro comercial de la capital St. John’s (Wolfgang Meinhart/Wikimedia Commons)

El Partido Laborista de Antigua (ALP), el primero del país, surgió como un desdoblamiento de la organización sindical de los trabajadores ATLU (Antigua Trades and Labour Union), iniciada en el año 1940. Su líder principal fue Vere Cornwall Bird, fundador de la asociación sindical y del ALP, en el año 1946. Si bien en sus comienzos el partido estaba formalmente subordinado al sindicato, de a poco fue adquiriendo autonomía. El sufragio universal adulto fue introducido en el año 1951.

En 1958, las islas pasaron a formar parte de la Federación de las Indias Occidentales creada por Gran Bretaña. Dos años más tarde, una nueva Constitución le concedió más autonomía al gobierno local y, en las elecciones del mismo año, el ALP fue el vencedor. Bird llegó a ser primer ministro en el año 1966. Al año siguiente, Antigua llegó a ser el primer Estado del Caribe oriental en adquirir la condición de Estado asociado a la comunidad británica. Dicha condición le otorgó el derecho de autogobierno interno y, a la población autóctona, el derecho de elegir un Parlamento a través del voto. Las islas pasaron a ser miembros del British Commonwealth y la dirección de la política externa y la defensa del país quedaron a cargo de los británicos.

El gobierno local no cambió de manos hastá 1971, cuando el Movimiento Progresista Laborista (PLM, Progressive Labour Movement), liderado por George Walter, logró derrotar por primera vez al ALP, que ocupaba el poder desde el año 1946. Cinco años más tarde, Bird retornó al gobierno e inició las negociaciones con la metrópoli británica para adquirir la independencia del país.

Los políticos de la oposición temían que, al romperse los lazos que unían a las islas con la Corona británica, la figura de Bird se tornara aún más poderosa y autoritaria.

El 1.º de noviembre de 1981 se obtuvo la independencia y Vere Bird, confirmando las sospechas de la oposición, se mantuvo en el poder hasta 1994, año en el que abandonó la vida pública. Entonces, el gobierno pasó a manos de su hijo Lester Bird.

La dinastía Bird continuó, impasible, al mando del país hasta el 2004, siempre sufriendo acusaciones de corrupción y de abuso de autoridad por parte de la oposición. En 1999 el país fue acusado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de ser uno de los principales centros de lavado de dinero del Caribe. En ese mismo año, Vere Bird falleció.

En marzo de 2004, Baldwin Spencer y su Partido Progresista Unido (UPP, United Progressive Party) vencieron en las elecciones nacionales. Así finalizaban cerca de sesenta años de dominio de la dinastía Bird. También de origen obrero, el nuevo primer ministro prometió luchar contra la corrupción y los “crímenes cometidos contra el pueblo” durante los gobiernos de sus predecesores. En octubre del mismo año, el Parlamento aprobó una ley anticorrupción que preveía multas y prisión para los ministros y funcionarios involucrados en situaciones de corrupción. En junio de 2014, Gaston Browne, del Partido Laborista de Antigua (ALP), sucedió a Spencer en el cargo de primer ministro.

Política externa y economía

La política externa de Bird siempre estuvo marcada por una adhesión entusiasta a la postura de los Estados Unidos en la región. El líder radical de la juventud, con el tiempo comenzó a defender abiertamente posiciones identificadas con la derecha. Esto incluía la aceptación integral de la doctrina Reagan y su corolario de combate a los gobiernos o a las organizaciones políticas de izquierda en toda América Central y el Caribe.

Esa relación se tornó aún más estrecha luego del arrendamiento de una parte del territorio de Antigua a los Estados Unidos, con fines militares y propagandísticos. En ese lugar se instalaron las antenas que transmiten a toda la región “La voz de América”, un medio de propaganda del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

La economía del país se mantuvo, de la misma manera que en la mayor parte del resto de las naciones caribeñas, sometida a la dependencia de un producto agrícola hasta la década de 1960. En el caso de Antigua, el producto fue la caña de azúcar. La década siguiente marcó la declinación final de los grandes cultivos de caña. En los años 80 hubo ciertas iniciativas para recuperar la industria azucarera, pero fueron interrumpidas en 1985 a causa de la inviabilidad financiera.

Actualmente, la dependencia de aquel producto fue reemplazada por la industria del turismo, responsable de alrededor del 60% del Producto Bruto Interno (PBI) del país. Esta nueva forma de dependencia convierte al país en un territorio extremadamente sensible a los cambios en la economía mundial y, al mismo tiempo, es una zona expuesta a catástrofes naturales, como los huracanes, que constantemente arrasan la región.

La agricultura representa apenas el 12% de las riquezas producidas por el país, lo que lo obliga a importar alimentos, principalmente para satisfacer las sofisticadas exigencias de la industria del turismo. Antigua intentó diversificar sus fuentes de ingresos como centro de servicios financieros offshore, atrayendo inversores extranjeros. Hay también otras iniciativas para estimular las actividades de los casinos virtuales (internet) y del ramo de los transportes y las comunicaciones.

Indicadores socioeconómicos de Antigua y Barbuda

1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010 2020*
Población

(en mil habitantes)

46 55 65 70 62 78 87 96
Densidad demográfica

(hab./km²)

105 124 148 159 140 176 197
Matrículas en el 
primer nivel¹
9.668 13.025 11.254
Población urbana (%)² 30,07 39,66 33,82 34,62 35,43 32,13 26,24 22,21
Población rural (%)² 69,94 60,34 66,18 65,38 64,57 67,87 73,76 77,79
Participación en la población

latinoamericana (%)**

0,03 0,02 0,02 0,02 0,01 0,01 0,01 0,01
Participación en la

población mundial (%)

0,002 0,002 0,002 0,002 0,001 0,001 0,001 0,001
PBI (en millones de US$ a 
precios constantes de 2010)
695,6 949,4 1.135,5
Participación en el PBI

latinoamericano (%)

0,026 0,027 0,023
PBI per capita (en US$ a 
precios constantes de 2010)
11.236,3 12.227,0 13.017,3
Exportaciones anuales

(en millones de US$)

59,5 33,4 76,8 45,7
Importaciones anuales

(en millones de US$)

114,7 235,4 342,4 453,9
Exportaciones-Importaciones

(en millones de US$)

-55,2 -202,0 -265,6 -408,2
Índice de Desarrollo

Humano (IDH)³

0,778

Fuente: ONU: World Population Prospects: The 2012 Revision Database (acceso en mar./2015). 
¹ Datos sobre la población urbana y rural tomados de ONU. World Urbanization Prospects, the 2014 Revision (acceso en mar./2015).
* Proyección. ** Estimaciones por quinquenios. *** Incluye el Caribe.

Obs.: Informaciones sobre fuentes primarias y metodología de cálculo (incluidos eventuales cambios) se encuentran en las bases de  datos indicadas

 Mapas

Bibliografía

HEFFINGTON, Douglas. Antiguan sugar mills: an adaptive use of relic geography. Focus. v. 43. n. 3. 1993.

WHEATCROFT, Geoffrey. Oh, to be in Antigua: this Caribbean island makes an englishman feel right at home. The Atlantic Monthly. v. 274. n. 4. Oct. 1994.

ABYA YALA

ABYA YALA

Por Carlos Walter Porto-Gonçalves

 

Abya Yala en la lengua del pueblo cuna significa “tierra madura”, “tierra viva” o “tierra que florece” y es sinónimo de América. El pueblo cuna es originario de la sierra Nevada al norte de Colombia; habitaba la región del golfo de Urabá y de las montañas de Darién y actualmente vive en la costa caribeña de Panamá, en la comarca de Kuna Yala (San Blas).

La expresión Abya Yala ha sido empleada por los pueblos originarios del continente para autodesignarse, en oposición a la expresión “América”. Si bien esta última había sido usada por primera vez en 1507 por el cosmólogo Martin Wakdseemüller, sólo se consagró a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, cuando las elites criollas trataban de afirmarse frente a los conquistadores europeos en pleno proceso de independencia. Aunque los diferentes pueblos originarios que habitan el continente atribuyan nombres propios a las regiones que ocupan –Tawantinsuyu, Anauhuac, Pindorama–, la expresión Abya Yala viene siendo cada vez más usada por ellos con el objetivo de construir un sentimiento de unidad y pertenencia.

Si bien algunos intelectuales, como el sociólogo catalán-boliviano Xavier Albó, ya la habían utilizado como contrapunto de la designación muy difundida de “América”, la primera vez que se la utilizó con ese sentido político fue en la II Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas de Abya Yala, realizada en Quito en 2004. Hay que destacar que en la I Cumbre, realizada en México en el año 2000, la expresión Abya Yala todavía no había sido invocada, como puede leerse en la Declaración de Teotihuacan, donde se presentaron así: “los Pueblos Indígenas de América reafirmamos nuestros principios de espiritualidad comunitaria y el inalienable derecho a la Autodeterminación como Pueblos Originarios de este continente”.

A partir de 2007, sin embargo, en la III Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas de Abya Yala realizada en Iximche, Guatemala, no sólo se autoconvocaron como Abya Yala sino que resolvieron constituir una Coordinación Continental de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas de Abya Yala,como espacio permanente de enlace e intercambio, donde puedan converger experiencias y propuestas, para que juntos enfrentemos las políticas de globalización neoliberal y luchemos por la liberación definitiva de nuestros pueblos hermanos, de la madre tierra, del territorio, del agua y de todo patrimonio natural para vivir bien.

Poco a poco, en los diferentes encuentros del movimiento de los pueblos originarios, el nombre “América” está siendo sustituido por Abya Yala, lo cual no sólo indica otro nombre sino también la presencia de otro sujeto enunciador del discurso hasta ahora callado y sometido en términos políticos: los pueblos originarios.

La idea de un nombre propio que abarcase todo el continente se impuso a esos diferentes pueblos y nacionalidades en el momento en que comenzaron a superar el largo proceso de aislamiento político al que se vieron sometidos después de la invasión de sus territorios en 1492, con la llegada de los europeos. Junto con Abya Yala existe todo un nuevo léxico político que también está en construcción, donde la propia expresión “pueblos originarios” cobra sentido. Esa expresión afirmativa fue la que esos pueblos en lucha encontraron para autodesignarse y superar la generalización eurocéntrica de “pueblos indígenas”. Finalmente, antes de la llegada de los invasores europeos había en el continente una población estimada entre 57 y 90 millones de habitantes que se distinguían como mayas, cunas, chibchas, mixtecas, zapotecas, ashuares, huaoranis, guaraníes, tupinikimes, kayapós, aimaras, ashaninkas, kaxinawas, ticunas, terenas, quechuas, karayás, krenaks, araucanos/mapuches, yanomamis, xavantes, entre tantos pueblos y tantas nacionalidades originarios.

A pesar de que la expresión indigena significa en latín aquel que “ha nacido en casa”, la designación entre nosotros quedó marcada por señalar a aquellos que habitaban las Indias Occidentales, nombre que los españoles atribuían no sólo al “nuevo” continente, sino también a las Filipinas. En ese sentido, representa una de las mayores violencias simbólicas cometidas contra los pueblos originarios de Abya Yala, dado que es una denominación que hace referencia a las Indias, o sea, a la región buscada por los comerciantes europeos a fines del siglo XV. De este modo, ignora que esos otros pueblos tenían sus nombres propios y una designación propia también para sus territorios. Paradójicamente, la expresión “pueblos indígenas”, en la medida que desconoce la differentia specifica de dichos pueblos, contribuyó para unificarlos desde el punto de vista de los conquistadores/invasores, pero al mismo tiempo es una designación que, para empezar, servirá a fin de que esos pueblos por sí mismos constituyan una unidad política cuando empiecen a percibir la historia común de humillación, opresión y explotación de su población, y la dilapidación y devastación de sus recursos naturales.

Abya Yala se configura, por lo tanto, como parte de un proceso de construcción político-identitario en que las prácticas discursivas cumplen un papel relevante de descolonización del pensamiento y que ha caracterizado el nuevo ciclo demovimiento indígena, cada vez más movimiento de los pueblos originarios. La comprensión de la riqueza de los pueblos que aquí viven hace millares de años y del papel que tuvieron y tienen en la constitución del sistema-mundo ha alimentado la construcción de ese proceso político-identitario. Hay que considerar, por ejemplo, que hasta la invasión de Abya Yala (América), Europa ocupaba un lugar marginal en los grandes circuitos mercantiles, que tenían en Constantinopla uno de sus puntos centrales.

Cuando la ciudad fue tomada por los turcos, en 1453, surgió la necesidad de buscar caminos alternativos, sobre todo por parte de los grandes comerciantes genoveses, que encontraron apoyo político entre las monarquías ibéricas y en la Iglesia Católica Romana. Desde entonces, circuitos mercantiles relativamente independientes en el mundo pasaron a ser integrados, incluso conformando el circuito Atlántico en la incorporación de Tawantinsuyu (región del actual PerúEcuador y Bolivia, principalmente), de Anahuac (región del actual México y Guatemala, principalmente), de las tierras guaraníes (que comprenden parte de la ArgentinaParaguay, sur de Brasil y Bolivia, principalmente), y Pindorama (nombre con que los tupís designaban a Brasil).

El carácter periférico y marginal de Europa puede verse en el sentido de la expresión “orientarse” (“ir hacia Oriente”), que demuestra la relevancia de Oriente para la época. Así, fue con la incorporación de los pueblos de Abya Yala y su subyugación política, sumados al tráfico y la esclavitud de los negros africanos traídos a este continente, que Europa logró su centralidad. En fin, el surgimiento del sistema-mundo moderno se da juntamente con la construcción de la colonialidad. Por lo tanto se trata de un sistema-mundo moderno colonial. Y es el carácter contradictorio inscripto en el sistema-mundo moderno lo que los pueblos originarios de Abya Yala vienen tratando de explicitar en la lucha “por la liberación definitiva de nuestros pueblos hermanos, de la madre tierra, del territorio, del agua y de todo patrimonio natural para vivir bien”.

De este modo, la descolonización del pensamiento se instala en un lugar central para los pueblos originarios de Abya Yala. Como bien señaló Luis Macas Ambuludi, de la Conaie, “nuestra lucha es epistémica y política”; en ella el poder de designar lo que es el mundo cumple un papel fundamental. Varios intelectuales ligados a las luchas de los pueblos de Abya Yala han señalado el carácter etnocéntrico inscripto en las mismas instituciones, incluso en el Estado territorial, cuyo eje estructurante reside en la propiedad privada y que encuentra en el Derecho Romano su fundamento. A pesar de su origen regional europeo, los fundamentos del Estado territorial, incluso la idea de espacios mutuamente excluyentes, como la propiedad privada, han sido impuestos al resto del mundo como si fueran universales, ignorando las diferentes formas de apropiación de los recursos naturales que predominaban en la mayor parte de la tierra, casi siempre comunitarias y no mutuamente excluyentes.

En América Latina, el fin del colonialismo no significó el fin de la colonialidad, como ha afirmado el sociólogo peruano Aníbal Quijano, explicitando el carácter colonial de las instituciones que sobrevivieron luego de la independencia. Esto queda también explicitado en la declaración de Evo Morales, cuando en su asunción del mando en la presidencia de la República de Bolivia, en 2006, afirmó que “es preciso descolonizar el Estado”. Para que no se piense que se trata de una afirmación abstracta, hay que tener en cuenta que los concursos para funcionarios públicos en aquel país se realizaban exclusivamente en lengua española, cuando aproximadamente el 62% de la población piensa en quechua, aimara y guaraní, su lengua de todos los días. En países como Guatemala, Bolivia, Perú, México, Ecuador y Paraguay, así como en ciertas regiones de Chile (en el sur, donde aproximadamente viven un millón de araucanos/mapuches), de la Argentina (Chaco norteño) y de la Amazonia (brasileña, colombiana y venezolana), el carácter colonial del Estado se hace presente con todo su peso. El “colonialismo interno”, expresión consagrada por Pablo González Casanova, se muestra vigente, en tanto historia de larga duración actualizada. No es extraño que esas regiones sean objeto de programas de desarrollo, generalmente de (des)envolvimiento, de modernización, por lo general de colonización (todas expresiones que suelen ser sinónimas).

La elección del nombre Abya Yala de los cunas recupera la lucha por la afirmación de sus territorios, en la cual ellos fueron pioneros con su revolución de 1925, consagrada en 1930 en el derecho de autonomía de la comarca de Kuna Yala con sus 320.600 hectáreas de tierras más las aguas vecinas del archipiélago de San Blas. La lucha por el territorio se configura como una de las más relevantes en el nuevo ciclo de luchas del movimiento de los pueblos originarios que se delineó a partir de los años 1980 y que ganó su mayor expresión en los años 90 y comienzos del nuevo siglo, revelando cambios profundos tanto desde el punto de vista epistémico como desde el político.

En este nuevo ciclo de luchas ocurre un dislocamiento de la contienda por la tierra en tanto medio de producción, característico de un movimiento que se construyó en torno de la identidad campesina, hacia una lucha por el territorio. Las grandes marchas por la Dignidad y por el Territorio de 1990 que se movilizaron en Bolivia y en Ecuador, con estructuras organizacionales independientes, son hitos de este nuevo momento. “No queremos tierra, queremos territorio”: he aquí la síntesis expresada en un cartel boliviano. Así, más que una clase social, lo que se ve en construcción es una comunidad etnopolítica, en fin, es el indigenato (Darcy Ribeiro) constituyéndose como sujeto político. Hay que tener en cuenta que para que se diera esa emergencia fue fundamental la tensa lucha de los misquitos en la Revolución Sandinista de Nicaragua (1979-1989), por la afirmación de su derecho a la diferencia y a la demarcación de sus territorios. A pesar de todo el desgaste que trajo aquella experiencia revolucionaria, en gran parte por la colonialidad presente entre las corrientes políticas e ideológicas que la lideraron, nos legó una de las más avanzadas legislaciones sobre los derechos de autonomía de los pueblos originarios, conforme nos informa Héctor Díaz-Polanco.

El levantamiento zapatista del 1.º de enero de 1994 otorgó gran visibilidad a ese movimiento que, todavía de manera desigual, se esparciría por todo el continente al mostrar, por primera vez en la historia, que los pueblos originarios comienzan a dar respuesta más que locales/regionales a sus demandas. El protagonismo de ese movimiento ha sido importante en la lucha por la reapropiación de sus recursos naturales como se ha podido ver en 2000, en Cochabamba, con la Guerra del Agua, y en 2005, con la Guerra del Gas, ambas en Bolivia; pero también entre los araucanos/mapuches, en Chile, en la lucha por la reapropiación del río Bío Bío amenazado por la construcción de hidroeléctricas, o incluso en la lucha contra la explotación petrolera en el Parque Nacional de Yasuny, en la Amazonia ecuatoriana, o en la frontera colombiano-venezolana también en la lucha contra de la explotación petrolera, entre tantos otros ejemplos.

Niña cayapó jugando con una muñeca durante una ceremonia en Belém do Pará (Leila Jinkings)

Ese movimiento ha sido fundamental incluso en la batalla por la preservación de la diversidad biológica, en gran parte asociada a la diversidad cultural y lingüística. Su dimensión territorial se muestra también en su protagonismo ante las nuevas estrategias supranacionales de territorialización del capital, como en el caso del NAFTA, el ALCA y los tratados de libre comercio (TLC). El movimiento zapatista explicitó mejor que cualquier otro ese sentido, al hacer emerger el México profundo, podría decirse la América profunda, exactamente el mismo día en que se firmaba el NAFTA. El protagonismo del movimiento de los pueblos originarios también fue importante en la lucha contra el ALCA y los TLC que siguieron a su derrota. Como puede verse, la lucha por el territorio asume un carácter central y una perspectiva teórico-política innovadora en la medida en que la dimensión subjetiva, cultural, se ve aliada a la dimensión material: agua, biodiversidad, tierra. El territorio es, así, naturaleza + cultura, como insisten el antropólogo colombiano Arturo Escobar y el epistemólogo mexicano Enrique Leff, y la lucha por el territorio se muestra con todas sus implicaciones epistémicas y políticas. Cuando observamos las regiones de nuestro continente que abrigan la mayor riqueza en biodiversidad y en agua, podemos ver cuán estratégicos son esos pueblos, y tienden a serlo cada vez más ante las nuevas fronteras de expansión del capital (Diaz-Polanco, Ceceña y Ornelas).

Abya Yala se coloca así como un atractor (Prigogine) en torno del cual otro sistema puede configurarse. Es eso lo que los pueblos originarios están proponiendo con este otro léxico político. No olvidemos que dar nombre propio es apropiarse. Es hacer propio un espacio por los nombres que se atribuye a los ríos, las montañas, los bosques, los lagos, los animales, las plantas, y por ese medio un grupo social se conforma como tal constituyendo sus mundos de vida, sus mundos de significación y tornando un espacio en su espacio: un territorio. El lenguaje territorializa y, así, entre América y Abya Yala se revela una tensión de territorialidades.

 

Bibliografía

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ESCOBAR, Arturo: La invención del tercer mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo, Bogotá, Norma, 1996.

DÁVALOS, Pablo: Yuyarinakuy: “digamos lo que somos, antes que otros nos den diciendo lo que no somos”, Quito, Ediciones Icci-Abya Yala, 2001.

DÍAZ-POLANCO, Héctor: El canon Snorri: diversidad cultural y tolerancia, México, Universidad de la Ciudad de México, 2004.

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MACAS, Luis: “Reflexiones sobre el sujeto comunitario, la democracia y el Estado”, Entrevista realizada por Daniel Mato, en MACAS, L. y DÁVALOS, P., Entrevistas a Intelectuales Indígenas, núm. 3, Caracas, Programa Globalización, Cultura y Transformaciones Sociales, CIPOST, FaCES, Universidad Central de Venezuela. Disponible en: http://www.globalcult.org.ve/entrevistas.html.

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QUIJANO, Aníbal: “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en LANDER, Edgardo (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, Buenos Aires, Clacso, 2000.

RIVERA CUSICANQUI, Silvia: Oprimidos pero no vencidos: luchas del campesinado aymara y qhechwa de Bolivia, 1980-1990, La Paz, CSUTCB, s/d.

VENTOCILLA, Jorge., HERRERA, Heraclio; NÚÑEZ, Valerio: El espíritu de la tierra: plantas y animales en la vida del pueblo Kuna, Quito, Abya Yala, 1999.

 

CUESTIÓN AGRARIA

Link

Por Bernardo Mançano Fernandes

La cuestión agraria es el resultado de un conjunto de problemas generados por el proceso de acumulación capitalista y el desarrollo de la agricultura y, en particular, de la cría de ganado. En América Latina se relaciona con la estructura agraria intensamente concentrada y con los procesos de expropiación y exclusión de los campesinos, en las diversas modalidades en que éstos producen sus condiciones de supervivencia. La resistencia a estos procesos se expresa en la lucha por la tierra, por la reforma agraria y por condiciones de trabajo dignas. Así se produce un enfrentamiento entre las necesidades de un capitalismo volcado al consumo de artículos de lujo y a la exportación y las necesidades de la masa de trabajadores del campo, que resulta en los enfrentamientos violentos que han caracterizado la cuestión agraria en nuestro continente.

Por lo tanto, la cuestión agraria es característica del desarrollo del capitalismo; nace de las desigualdades y contradicciones de ese sistema, cuyos principales factores son políticos y se expresan en el control de los precios, del mercado y de las políticas agrícolas. Los grupos que poseen el poder invierten grandes sumas en investigación, infraestructura y tecnologías. Las desigualdades generan aumento y concentración de riqueza y tierra, y, simultáneamente, intensifican la pobreza y la miseria.

 

No obstante, el desarrollo del capitalismo genera sus propias contradicciones: si bien, por un lado, expropia al campesino, por otro, lo hace resurgir mediante el proceso de arrendamiento de la tierra. Al arrendar partes de su propiedad, el hacendado posibilita la recreación del trabajo familiar; vale decir, del campesinado. El hacendado tiene interés en el arrendamiento –forma de explotación basada en el cobro de parte de la renta generada por el trabajo familiar en la producción agropecuaria– porque, además de los beneficios económicos directos, evita que la tierra quede ociosa y sea ocupada por campesinos sin tierra.

El conjunto de problemas que afecta a la cuestión agraria puede ser atenuado y/o reducido en escala e intensidad, pero es imposible de solucionar dentro de la sociedad capitalista, porque solucionarlo implicaría afectar profundamente el proceso de acumulación de capital en el campo, centrado en las grandes propiedades y en la exportación. No obstante, el movimiento campesino lleva a cabo movilizaciones constantes en su lucha por la ocupación de tierras, con marchas, huelgas y acciones concretas en pro de la reforma agraria.

A mediados de la década de 1990, el avance de las políticas neoliberales produjo innovaciones en la cuestión agraria latinoamericana. Con la globalización de la economía se amplió la hegemonía del modelo de desarrollo agropecuario que, con sus patrones tecnológicos, caracteriza al llamado agronegocio. A medida que se restringía el protagonismo del Estado, los grupos económicos ruralistas comenzaban a producir e imponer nuevas políticas agrícolas, extendiendo cada vez más su control de los mercados. Esta nueva fase de la agricultura capitalista modificó también las estrategias de control y explotación de la tierra. Gracias a la intensificación de la mecanización y el uso de agrotóxicos –y a la introducción y difusión del cultivo de plantas transgénicas– aumentó la producción y la productividad de determinados cultivos. Esto provocó el aumento de áreas agrocultivables ocupadas y la extensión de las fronteras agrícolas.

Estos cambios trasladaron la cuestión agraria fuera del ámbito rural. El aumento de la producción y del control político y territorial fue acompañado por el aumento de la exclusión, la pobreza y la miseria. En la segunda mitad del siglo XX, el intenso éxodo rural hizo bajar el porcentaje de la población rural en toda América Latina: del 43% en 1970 al 23% en 2005, según los datos aportados por el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade). La población urbana, a su vez, aumentó de 158 millones de personas en 1970 a 420 millones en 2005. En el campo, en números absolutos, la población se mantuvo estable: en 1970 eran 117 millones y, en 2005, 125 millones de habitantes. No obstante, con la tendencia al intenso éxodo rural en baja, el desarrollo del campo ya no puede pensarse, exclusivamente, como un espacio de producción sectorial. Es imprescindible verlo desde una perspectiva inclusiva basada en el desarrollo territorial, considerado como espacio de producción, residencia, trabajo y ocio.

En las ciudades latinoamericanas se multiplicaron los problemas resultantes del desempleo estructural, el agotamiento ambiental, la marginalización de la mayoría de la población urbana y el aumento del narcotráfico. La cuestión agraria y la cuestión urbana se transformaron en problemas territoriales interrelacionados, por lo que es necesario pensar el campo y la ciudad como espacios de una misma lucha por la conquista de la dignidad humana. La cuestión agraria abarca, por lo tanto, las dimensiones económica, ambiental, social, cultural y política. Para comprenderla mejor es fundamental saber cómo se formó el campesinado.

Formación del campesinado y resistencia

En las dos últimas décadas del siglo XX hicieron eclosión las luchas de resistencia de los movimientos campesinos e indígenas en América Latina y el Caribe. Esas luchas representaron la perseverancia registrada a lo largo de cinco siglos de dominación y sometimiento, como asimismo las perspectivas de futuro de esos pueblos y naciones. También significaron el rechazo permanente al modelo capitalista de desarrollo, que ha venido destruyendo sus territorios y sus culturas. En los proyectos de desarrollo de la agricultura capitalista no hay espacio político para la agricultura campesina, cuya concepción del mundo es muy diferente. Para justificar los fracasos del modelo de desarrollo capitalista, las corrientes hegemónicas difundieron un discurso que moteja de atrasados a campesinos e indígenas por igual, aduciendo que no logran incorporarse a las sociedades modernas. La resistencia de campesinos e indígenas al productivismo salvaje –que no respeta los tiempos ni los espacios de la naturaleza y las culturas de los pueblos– fue una de las fuerzas determinantes que los distanciaron del modelo del agronegocio.

Si bien se configuró y organizó dentro del sistema capitalista, el origen del campesinado latinoamericano se remonta a las civilizaciones amerindias anteriores a la conquista europea. Existe un campesinado indígena, con formas particulares de organización del trabajo y la producción acordes a su cultura. Otra vertiente proviene del mestizaje entre pueblos indígenas, africanos, europeos y asiáticos. Por eso es posible hablar de diferentes tipos de campesinado: indígena y no indígena. O, simplemente, de un único campesinado latinoamericano y caribeño que se constituyó con el desarrollo del capitalismo y la confluencia de pueblos oriundos de diversas partes del mundo.

La resistencia y la persistencia del campesinado en la defensa de su territorio y su modo de vida se vinculan con la integración del modelo capitalista. Esta condición significó distintos niveles de inclusión y exclusión. La exclusión aumentó a fines del siglo XX con la intensificación de la desterritorialización del campesinado y de los pueblos indígenas por el avance de las políticas neoliberales, interesadas en apropiarse de los recursos naturales de esos territorios. Con sus políticas de explotación no sustentable, el agronegocio ha destruido selvas y agotado ríos, extinguiendo los recursos hídricos y creando problemas ambientales a escala mundial. En varios países latinoamericanos, los territorios indígenas y campesinos son los mejor preservados y, por ese mismo motivo, la industria agropecuaria capitalista se los disputa. Las luchas en la selva de Chiapas y la selva amazónica son apenas dos ejemplos entre muchos.

La organización diversificada de los territorios y las relaciones laborales de indígenas y campesinos se estructura sobre bases familiares y/o comunitarias y determina la producción a pequeña escala, lo que no es sinónimo de producción baja o menor. La producción campesina –orientada hacia la propia reproducción y los mercados locales, regionales y nacionales– es responsable de un importante porcentaje de los alimentos que se consumen en toda América Latina. La explotación del trabajo y el territorio ajenos –cuyo objetivo principal es la concentración de la riqueza y el poder– no forma parte del modo de vida campesino. Numerosas regiones del continente todavía se encuentran subordinadas a la producción capitalista, que impone la “integración” a las agroindustrias y la participación parcial en el sistema agroexportador.

El avance de las políticas neoliberales creó nuevos tipos de conflicto. La territorialización del agronegocio intensificó la desterritorialización del campesinado y el latifundio. Estos procesos conllevan la expansión de la producción agroexportadora, sobre todo en los mercados de América Latina y, principalmente, del denominado Primer Mundo. La “modernización” de la industria agropecuaria –representada por el agronegocio– ha provocado un aumento simultáneo de la productividad y el desempleo.

La mecanización y la informatización condujeron a la creciente ocupación de nuevos territorios y, al mismo tiempo, disminuyeron el número de personas requeridas para el trabajo. El desempleo estructural y la disminución del éxodo rural intensificaron la disputa por los territorios, convirtiendo la cuestión agraria en una lucha territorial. La garantía del territorio campesino es condición esencial para su futuro. Si bien es una barrera para la territorialización del capitalismo, ello no anula la posibilidad de que el capital monopolice los territorios campesinos e indígenas generando permanentes conflictos.

Tanto la forma de organización como las opciones de lucha y resistencia de los movimientos campesinos e indígenas dependen de las coyunturas políticas. En Brasil, una de las manifestaciones contra la exclusión y la expropiación y a favor de la recreación del campesinado (mapa adjunto) es la ocupación de tierras. También se emprenden marchas y se organizan cortes de rutas para llamar la atención de la sociedad y presionar al gobierno para que acepte negociar políticas públicas que alivien la situación de pobreza y miseria. Esas formas de lucha aspiran a modificar la coyuntura político-económica.

El rechazo de los gobiernos a debatir estas cuestiones y el aumento de la violencia contra los indígenas y campesinos han dado origen a la resistencia armada, una opción extrema que expresa la brecha existente entre los límites del capitalismo para resolver la cuestión agraria y la persistencia campesina en defensa de su dignidad.

Ante esta coyuntura, campesinos e indígenas se han organizado en movimientos políticos y han creado ramificaciones a escala nacional, latinoamericana y mundial. Entre otros, la Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (CNOC, Guatemala); el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST, Brasil); la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB); la Federación Nacional de Organizaciones Campesino-Indígenas y Negras (Fenocin, Ecuador), y la Coordinadora Nacional de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas (Conamuri, Paraguay). Los movimientos campesinos de América Latina conforman la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y también participan de la Vía Campesina: articulación mundial de movimientos campesinos.

Orígenes del agronegocio

En la segunda mitad del siglo XX el campo latinoamericano sufrió profundas modificaciones causadas por el modelo de desarrollo que generó, al mismo tiempo, cambios y permanencias. Con el avance de la industrialización agropecuaria, el tradicional sistema de latifundios que durante siglos determinara la estructura agraria atravesó cambios sectoriales, técnicos y tecnológicos. La población rural conoció uno de los mayores éxodos de su historia. La territorialización de las corporaciones norteamericanas y europeas amplió sus dominios mediante la expansión de sus sistemas de producción. Estos cambios intensificaron las formas de explotación del modelo agroexportador y profundizaron la expropiación a campesinos e indígenas, generando pobreza y miseria. Las políticas de reforma agraria implementadas no lograron desconcentrar la estructura agraria.

El sistema de latifundios –que se caracteriza por el control de grandes extensiones de tierra, la actividad agropecuaria extensiva, el monocultivo y la intensa explotación de la mano de obra– comenzó a ser sustituido desde mediados del siglo XX. La introducción de nuevas técnicas y tecnologías y el uso de insumos químicos aumentaron la producción y la productividad. El desarrollo de nuevas variedades de cultivo facilitó la mecanización, volviendo innecesario en gran medida el trabajo manual. Las familias que vivían y trabajaban en las grandes propiedades rurales fueron expulsadas y se vieron obligadas a emigrar a la periferia de las ciudades. Este proceso acentuó la urbanización y la proletarización del campesinado y valorizó las tierras en las décadas de 1960 a 1980, privilegiando la territorialización de los inmuebles capitalistas sobre la de los campesinos e indígenas –quienes se vieron obligados a vender sus tierras o fueron sometidos a expropiación sumaria–. Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, con las tierras de cultivo de café en Brasil y Colombia, y de caña de azúcar en las regiones Sudeste y Nordeste de Brasil.

En la década de 1990 –con la avanzada de las políticas neoliberales– se consolidó el proceso de territorialización de las empresas multinacionales norteamericanas y europeas, que expandieron sus dominios y aumentaron el control sobre los principales productos primarios: soja, café, leche, frutas, etc. En esta etapa también aumentó el control político-territorial. A raíz de los procesos de compra o fusión con empresas nacionales, las corporaciones multinacionales pasaron a controlar mercados, tecnologías y patentes, concentrando poder y saber. Entre las grandes corporaciones que se establecieron en América Latina se destacan: Nestlé (Suiza); Philip Morris, Cargill, Coca-Cola, Del Monte y United Fruit Company (EE.UU.); Bunge (Holanda); Danone (Francia), y Parmalat (Italia). Al actuar en diversos sectores de la economía, estas corporaciones disfrutan de una serie de ventajas y adoptan estrategias para asumir el control político de los procesos productivos, los mercados y las políticas económicas.

Estos procesos consolidaron un modelo de desarrollo agrícola que se conoció como agronegocio. Valiéndose de argumentos que destacaban sus supuestas cualidades, el agronegocio ejerció un control político extraordinario sobre todo el proceso productivo, subordinando a todos los involucrados. En esta nueva fase, los dominios territoriales llegaron a controlar el agua –un recurso fundamental, por ejemplo, para las industrias de zumos de fruta–. La liberalización del comercio mundial tuvo todavía más incentivos con la firma del Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT) en 1947, cuyo objetivo fue incrementar el flujo comercial mediante la rebaja de las tarifas aduaneras.

 

El creciente control político de los territorios y sus recursos, las relaciones sociales y el conocimiento no dejó a los movimientos campesinos e indígenas otra salida que el enfrentamiento directo con el agronegocio. Así surgieron nuevos conflictos en toda América Latina, con manifestaciones y ocupaciones de fábricas multinacionales para exigir mejores precios y protestar contra el control generalizado del proceso productivo. La privatización de las semillas y su inmediata normalización produjeron una merma en la diversidad de las especies. El control de las semillas y la investigación por parte de las corporaciones afectó de manera negativa la seguridad alimenticia y aniquiló la soberanía en el campo de los alimentos. En 2005, once grandes empresas controlaban la mayor parte de los tipos de semilla en el mundo: Monsanto, Dupont/Pioneer, Land O’Lakes y Delta & Pine Land (Estados Unidos); Syngenta (Suiza); Groupe Limagrain (Francia); KWS AG y Bayer Crop Science (Alemania); Sakata y Taikii (Japón), y DLF-Trifolium (Dinamarca).

Contradicciones y conflictividad

La conflictividad subyace a la esencia de la cuestión agraria. Los medios globales presentan constantemente los conflictos como si fueran provocados por los movimientos campesinos e indígenas. Pero lo cierto es que continúan siendo parte de un proceso de exclusión. Para comprender ese proceso es fundamental considerar las contradicciones y paradojas que hacen surgir, en la solución de los conflictos, tanto su desarrollo como la aparición de otros. La desigualdad generada y regida por el capitalismo no sólo produce riqueza, pobreza y miseria. También crea conflicto, porque las personas no son objetos que integran unidades de producción. Son sujetos históricos que se resisten a la explotación y la expropiación y que quieren compartir los resultados de su producción laboral. Por lo tanto, desarrollo político-económico es sinónimo de desarrollo de conflictos.

El conflicto es un estado de confrontación entre fuerzas opuestas –con relaciones sociales distintas y en condiciones políticas de oposición– que buscan superarlo mediante la negociación, la manifestación, la lucha popular y el diálogo. Un conflicto por la tierra es una confrontación o disputa de territorios entre clases sociales o entre modelos de desarrollo diferentes. El conflicto puede ser “aplastado” o resuelto por la conjunción de fuerzas que se disputan las ideologías; la conflictividad, no. Ninguna fuerza o poder puede aplastarla, asesinarla, masacrarla. Permanece adherida a la estructura de la sociedad, en espacios diferentes, a la espera de que retornen las condiciones políticas que posibilitaron su manifestación. Los acuerdos, pactos y treguas definidos mediante negociaciones pueden resolver o postergar conflictos pero no acabar con la conflictividad, porque la conflictividad es producida y alimentada día a día por el inequitativo desarrollo del capitalismo.

La conflictividad es una propiedad de los conflictos en sus diversas formas: posesión y arrendamiento de la tierra, producción capitalista y consiguiente concentración de la estructura agraria con expropiación a campesinos e indígenas, por diversos medios y en diferentes escalas, con base social, técnica, económica o política. Las respuestas son la lucha por la tierra, la reforma agraria y la resistencia territorial con la perspectiva de superar la cuestión agraria. Estos procesos no sólo atañen a la cuestión de la tierra, sino a las formas de organización del trabajo y la producción, del abastecimiento y la seguridad de los alimentos; a los modelos de desarrollo de la industria agropecuaria y sus patrones tecnológicos; a las políticas agrícolas; a las formas de inserción en el mercado; a los tipos de mercado; a la cuestión campo-ciudad; a la calidad de vida y a la dignidad humana.

La conflictividad está en la naturaleza misma del territorio, que es un espacio político por excelencia. La creación del territorio está asociada a las relaciones de poder, dominio y control político. Los territorios no son solamente espacios físicos, sino también espacios sociales y culturales donde se manifiestan las relaciones y las ideas, transformando en territorio hasta las palabras mismas. Las ideas –con sus diferentes y contradictorias interpretaciones de las relaciones sociales– son productoras de territorios. Los paradigmas que buscan afirmar o negar la cuestión agraria son territorios políticos. La cuestión agraria, por ser imposible de superar, conlleva las posibilidades de transgresión e insurgencia y, por la misma razón, las posibilidades de cooptación y conformismo. Y son precisamente estas propiedades contradictorias de la cuestión agraria las que configuran la conflictividad. Están presentes en las disputas paradigmáticas entre cuestión agraria y capitalismo agrario que determinan los proyectos de desarrollo.

La estructura agraria en el continente

La estructura agraria de América Latina y el Caribe es una de las más concentradas del mundo. Esta realidad es resultado directo del control territorial de los inmuebles rurales por los sectores ruralistas y las corporaciones multinacionales. De acuerdo con los datos disponibles, los países con estructuras agrarias más concentradas son: Barbados, Paraguay, VenezuelaPerú y Brasil, según el cuadro siguiente:

Índice de GINI* de países de América Latina

Fuente: www.fao.org/ES/ESS/yearbook/vol.1

El coeficiente de GINI mide de 0 a 100 la desigualdad en la distribución del ingreso.

En la segunda mitad del siglo XX, algunos países de América Latina y el Caribe –Venezuela, Colombia, ChilePerúNicaragua, Brasil y Cuba– emprendieron políticas de reforma agraria. Pero, en la mayor parte de estos países, las medidas no bastaron para promover la desconcentración agraria. Aunque la reforma agraria implique políticas destinadas a minimizar la cuestión agraria, el desarrollo del capitalismo genera profundas desigualdades que producen reconcentración. Las luchas por la tierra y la reforma agraria se han vuelto permanentes por esa misma razón; la cuestión agraria lleva ya varios siglos de existencia en los países latinoamericanos, lo que provoca un estado de conflictividad constante. Este estado es producto de la contradicción generada por el proceso de destrucción, creación y recreación simultáneas del campesinado.

La conflictividad y el desarrollo son simultáneos y, en consecuencia, promueven la transformación de territorios, alteran paisajes, crean comunidades, empresas y municipios, modifican sistemas agrarios y bases técnicas, complementan mercados, rehacen costumbres y culturas, reinventan modos de vida y reconfiguran permanentemente el mapa de la geografía agraria. La agricultura campesina establecida, o que se establece mediante la ocupación de tierras o como resultado de las políticas de reforma agraria, fomenta los conflictos y el desarrollo, así como la agricultura capitalista –en su nueva denominación de agronegocio– al territorializarse y expropiar al campesinado. Este proceso es responsable del crecimiento de la organización campesina –en diferentes escalas y de diversas formas– en América Latina y el Caribe.

Un buen ejemplo de este proceso es el caso de la soja, uno de los productos primarios más característicos del agronegocio mundial. En la cosecha 2003-2004 se produjeron 186 millones de toneladas y, de acuerdo con las proyecciones, en el año 2020 se llegará a los 300 millones de toneladas. En América Latina, Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia son los países con mejores perspectivas de expansión de este producto (mapa adjunto, inferior). El impacto social y territorial de la soja ha provocado la desterritorialización de campesinos e indígenas, dado que el agronegocio se ha mostrado extremadamente agresivo para viabilizar la explotación del monocultivo a gran escala.

En Brasil, en cambio, aproximadamente el 30% de la soja es producto de la agricultura campesina, parcialmente mecanizada y más generadora de empleo que los cultivos a gran escala. En promedio, la agricultura campesina productora de soja genera tres puestos de trabajo cada 24 hectáreas, mientras que la agricultura capitalista genera un empleo cada 200 hectáreas. Los mapas adjuntos ilustran esta situación. En el primero se observa que la territorialización de la soja en Brasil avanza en dirección a la Amazonia. El segundo muestra que los principales espacios recientemente ocupados por la soja en Brasil, Paraguay, Argentina y Bolivia corresponden a las regiones de la Amazonia, el cerrado brasileño y el Gran Chaco.

Paradigmas del capitalismo agrario

La comprensión y la explicación de la cuestión agraria también se discuten en el ámbito de las universidades, los gobiernos, los movimientos campesinos y la sociedad. Como toda problemática política, la cuestión agraria permite lecturas diversas, puesto que los interesados la piensan desde distintos paradigmas; vale decir, de diferentes formas. Las referencias también son pautadas por las ideologías que postulan distintos análisis e influyen sobre la comprensión del problema. La tentativa de entender la cuestión agraria plantea un enorme desafío, porque implica buscar la solución a un problema que se autoalimenta. Sólo será posible comprender la cuestión agraria analizándola en su esencia, sin subterfugios, reconociendo y revelando sus límites dentro de un campo de posibilidades que exige una postura objetiva. Desde fines del siglo XIX se ha venido pronosticando la desaparición del campesinado. Pero lo que se observa, en realidad, es un proceso de resistencia permanente. Y, desde la década de 1990, dos paradigmas se han disputado la explicación de la cuestión agraria: uno procura afirmarla; el otro, negarla.

De acuerdo con el paradigma de la cuestión agraria, la destrucción del campesinado por diferenciación no determina su fin. Es un hecho que, al apropiarse de la riqueza producida por el trabajo campesino, el capital genera la diferenciación y la destrucción del campesinado. Pero también es un hecho que al capital le interesa la continuación de ese proceso para su propio desarrollo. Según sean las condiciones, la apropiación de la renta puede ser más interesante para el capital que el trabajo asalariado. Por esta razón, los capitalistas ofrecen sus tierras en arriendo a los campesinos o bien ofrecen condiciones propicias para que los campesinos produzcan en sus propios inmuebles. Existen tres alternativas de recreación del campesinado: el arrendamiento, la compra y la ocupación de la tierra. De este modo se desarrolla un constante proceso de territorialización y desterritorialización de la agricultura campesina, o de destrucción y recreación del campesinado. Lo que se entiende como un fin también tiene su término en la poderosa ventaja del capital sobre la renta de la tierra, que es producto del trabajo familiar o comunitario.

Según el paradigma del capitalismo agrario, el fin del campesinado no significa el fin del trabajo familiar en la agricultura –utilizando el concepto de agricultor familiar como eufemismo del concepto de campesino–. Basándose en una lógica dualista, el capitalismo agrario clasifica al campesino como un ente atrasado y al agricultor familiar como un individuo moderno. Esa lógica dualista conlleva un proceso, porque para ser moderno el campesino necesita metamorfosearse en agricultor familiar. Ese proceso de transformación del campesino en agricultor familiar también indica una modificación ideológica. El campesino metamorfoseado en agricultor familiar pierde su historia de resistencia –fruto de su perseverancia– y se convierte en un sujeto conforme con el proceso de diferenciación, que a su vez pasa a ser un proceso natural del capitalismo. Los límites de los espacios políticos de acción del agricultor familiar moderno subyacen a la diferenciación generada por la producción de la renta de la tierra. Su existencia está condicionada por la situación generada por el capital.

En el paradigma del capitalismo agrario, las relaciones capitalistas se presentan como una totalidad. La única perspectiva es la posibilidad de convertirse en unidades del sistema. El campesinado metamorfoseado es una unidad más del sistema, que avanza o retrocede obedeciendo los preceptos del capital. Por este motivo, los movimientos campesinos que se identifican con el paradigma del capitalismo agrario no tienen dificultad alguna en aceptar políticas basadas en la lógica del capital –por ejemplo el Banco de la Tierra, un programa brasileño de financiación de inmuebles rurales–. La lógica del paradigma del capitalismo agrario crea un estado de malestar cuando el tema en discusión implica contradecir al capitalismo, porque eso lo afecta en su médula. Ése es el límite de su ideología. La desobediencia sólo está permitida dentro de los parámetros estipulados por el desarrollo del capitalismo. Más allá de ese límite, se transforma en subversión. La “integración plena” es algo más que un estado de subordinación comprobada: implica obediencia absoluta a las reglas del juego comandado por el capital. En este paradigma, el campesino, para estar a tono, tendrá que estar plenamente integrado al capital.

El paradigma de la cuestión agraria no se restringe a la lógica del capital, por lo que la perspectiva de enfrentar al capitalismo es una condición posible. De allí que la ocupación de tierras sea una de las formas de lucha más empleada por los movimientos campesinos. También cabe considerar la economía de la lucha, que indica que la conquista de la tierra no debe transformarse en condición única de producción de mercaderías sino en producción de vida en plenitud, como asimismo de enfrentamiento al capital para la recreación continua del campesinado. La economía política de este paradigma tiene en cuenta el mercado y, al mismo tiempo, usa esta condición para promover la lucha por la tierra y la reforma agraria. Por esta razón desafía la realidad comandada por el capital, ya que éste sólo quiere al campesino como productor de mercaderías, jamás como productor de conocimientos adversos a los principios capitalistas.

Mapas

Bibliografía

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AGRONEGOCIO

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Por Bernardo Mançano Fernandes

El concepto de agronegocio (agrobusiness) surgió a mediados del siglo XX en los Estados Unidos. La idea era construir una política que incrementara la participación del productor familiar en el mercado. El énfasis en el mercado se volvió prioritario, restándole importancia a otras dimensiones del desarrollo. La idea era afín a los intereses de la agricultura capitalista y fue incorporada por las grandes empresas agroindustriales, que comenzaron a desarrollar políticas para la explotación de los campesinos y sus territorios en todos los países de América Latina. Este proceso, denominado “integración”, inauguró una nueva forma de sometimiento del campesinado al capital e intensificó la cuestión agraria. La intensificación se volvió más profunda debido a la dinámica productivista del agronegocio, que, al territorializarse, pasó a ocupar latifundios y tierras de campesinos.

Agronegocio es, de hecho, solamente un nuevo nombre para el modelo de desarrollo económico de la industria agropecuaria capitalista que había sido implantado en la década de 1950. El observador atento comprenderá de inmediato que el modelo no es nuevo: tiene su origen en el sistema de plantations –o agroexportador–, en el que las grandes propiedades se utilizaban exclusivamente para la producción de exportación. A lo largo de las diferentes etapas de desarrollo del capitalismo, este modelo sufrió modificaciones y adaptaciones tendientes a intensificar la explotación de la naturaleza y el campesinado. El agronegocio representa la fase más reciente del capitalismo dentro de la actividad agropecuaria y se caracteriza por el control estratégico del conocimiento, la producción y el mercado mediante el uso de tecnología de punta.

En América Latina, la noción de agronegocio se difundió en la década de 1990; cabe señalar, también, que es una construcción ideológica que pretende modificar la imagen latifundista de la agricultura capitalista. El latifundio carga con la imagen de la explotación, el trabajo esclavo, la extrema concentración de la tierra, el coronelismo, el clientelismo, la servidumbre y el atraso político y económico. Por lo tanto, es un espacio a ser ocupado para el desarrollo del país. El latifundio está asociado con tierras improductivas que pueden ser utilizadas para la reforma agraria. Las tentativas de crear la figura del “latifundio productivo” (sic) no tuvieron éxito, porque ya van más de quinientos años de explotación y dominación y no existe ningún adjetivo capaz de modificar el contenido del sustantivo.

La imagen del agronegocio fue construida para renovar la imagen de la agricultura capitalista, para “modernizarla”. Es un intento de ocultar su carácter concentrador, predador, expropiador y excluyente y resaltar, en cambio, su carácter productivista –destacando el aumento de la producción, la riqueza y las nuevas tecnologías–. De la esclavitud a la cosecha controlada vía satélite, el proceso de explotación y dominación continúa activo; la concentración de la propiedad de la tierra se intensifica y la destrucción del campesinado aumenta. El conocimiento que propició los cambios tecnológicos se basó en la estructura del modo de producción capitalista. Por lo tanto, aun cuando ese proceso haya sido perfeccionado, no se encontró ninguna solución a los problemas socioeconómicos y políticos: el latifundio produce exclusión por improductividad y el agronegocio produce exclusión por productividad intensa.

La agricultura capitalista, patronal, empresarial o agronegocio –cualquiera sea el eufemismo utilizado– no puede esconder aquello que es parte de su lógica intrínseca: la concentración y la explotación. En esta nueva etapa de su desarrollo, el agronegocio procura dar una imagen de productividad, de generación de riquezas. De este modo se transforma en el espacio productivo por excelencia cuya supremacía no puede ser amenazada por los campesinos. Mientras que el territorio del latifundio puede ser expropiado para implementar proyectos de reforma agraria, el territorio del agronegocio se presenta como sagrado: algo que no puede ser violado. El agronegocio es un nuevo tipo de latifundio, todavía más amplio, porque no sólo concentra y domina la tierra sino también las tecnologías de producción y las políticas de desarrollo.

La implementación del agronegocio expandió su territorialidad, ampliando el control del territorio y las relaciones sociales y agudizando las injusticias sociales. El aumento de la productividad dilató todavía más su contradicción central: la desigualdad. El uso de nuevas tecnologías hace posible una producción cada vez mayor en áreas más pequeñas. Este proceso produce concentración de poder y, consecuentemente, de riqueza y territorio. El punto clave de esta expansión es el control del conocimiento técnico por medio de la agricultura científica globalizada. Por lo tanto, podemos concluir que el agronegocio redimensionó la cuestión agraria al haber aumentado la exclusión del campesinado del proceso de producción de alimentos e intensificado la expropiación. La tierra refuerza el carácter territorial, imprescindible para la construcción de un modelo de desarrollo que respete el tiempo natural, los derechos humanos y sus diversidades.

Ditadura e repressão – paralelos e distinções entre Brasil e Argentina

I. IDENTIFICAÇÃO

DISCIPLINA CARGA HORÁRIA 4h
MINICURSO Ditadura e repressão: paralelos e distinções entre Brasil e Argentina
SEMESTRE 2º/ 2016
PROFESSOR Janaína de Almeida Teles
TITULAÇÃO Doutora

II. OBJETIVOS
Repensar os estudos sobre as ditaduras argentina e brasileira à luz das pesquisas e informações acumuladas nos últimos anos relativas à violência do estado, às lutas de resistência às ditaduras, bem como às disputas pelas interpretações e memórias do período. Por meio desse panorama crítico pretendemos também estabelecer um balanço comparativo dos trabalhos da Comissão Nacional da Verdade (CNV) e da Conadep (Comissão Nacional sobre Desaparecimentos de Pessoas).

III. EMENTA
Os modelos repressivos utilizados pelas ditaduras latino-americanas vêm sendo objeto de intenso escrutíneo por parte de historiadores e cientistas sociais. No Brasil, a Comissão Nacional da Verdade representou uma possibilidade de que nova luz fosse lançada sobre os mecanismos específicos do modelo brasileiro e suas relações com outros do cone sul. A ocasião possibilitou maior aprofundamento dos estudos sobre os paralelos e distinções entre esses modelos. O presente curso procura satisfazer essa demanda, utilizando entre outras bases reflexivas, a obra de referência de Pilar Calveiro. Entre as principais conclusões destacam-se o fato de que práticas de tortura e repressão circularam pelo continente, tendo o Brasil como principal pólo disseminador, a despeito da existência de diferenças de estratégia quanto à aplicação do terror de estado, o que este artigo revela em relação à Argentina, onde predominou o “poder desaparecedor”, em contraste com o Brasil, onde prevaleceu o “poder torturador”.
A despeito dos esforços empenhados pela CNV, é de se considerar a fragilidade da recuperação factual e da punição dos responsáveis pelas torturas, assassinatos ou desaparecimentos forçados no Brasil. Este quadro contrasta com o que se configurou em outros países da América Latina, particularmente na Argentina, onde diversos processos e instrumentos de apuração dos fatos e responsabilidades estão em curso. O presente minicurso oferece também um balanço comparativo entre a experiência brasileira e a da Argentina relativo ao trabalho das respectivas Comissões da Verdade.

IV. CONTEÚDO SELECIONADO
a) A reestruturação do aparato repressivo: centralização e seletividade x desaparecimento forçado;
b) Repressão judicial e extrajudicial: legalidade, legitimação do estado de exceção x clandestinidade;
c) A cooperação repressiva no Cone Sul antes da Operação Condor;
d) O protagonismo das vítimas e sobreviventes na resistência à ditadura;
e) As transições brasileira e argentina: ruptura x conciliação e o desafio de narrar a barbárie;
f) O legado da ditadura: as disputas pela memória e as Comissões da Verdade na Argentina e no Brasil.

V. METODOLOGIA
A – Aulas expositivas/debates
B – Recursos audiovisuais.

VI. BIBLIOGRAFIA
Básica:

ALVES, Maria Helena Moreira. Estado e Oposição no Brasil (1964-1984). Bauru, SP, Edusc, 2005.
BAUER, Caroline Silveira. Brasil e Argentina Ditaduras, Desaparecimentos e Políticas de Memória. Porto Alegre, Medianiz,, 2012.
CALVEIRO, Pilar. Poder e Desaparecimento. Os campos de concentração na Argentina. São Paulo: Boitempo, 2013.
CRENZEL, Emilio. La historia política del Nunca Más: La memoria de las desapariciones en la Argentina. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
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DINGES, John. Os anos do Condor. Uma década de terrorismo internacional no Cone Sul. São Paulo, Companhia das Letras, 2005.
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TELES, Janaína de A. Os herdeiros da memória: A luta dos familiares de mortos e desaparecidos políticos no Brasil. São Paulo, IEVE/Alameda, 2016 (no prelo).
____ . Memórias dos cárceres da ditadura: as lutas e os testemunhos dos presos políticos no Brasil. Doutorado, História/FFLCH, USP, 2011.
____ . “Ditadura e repressão no Brasil e na Argentina: paralelos e distinções”. In: Taller (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina. Vol.3, N°.4, 2014.

Complementar:

ALMEIDA, Criméia A. S. de; LISBÔA, Suzana K.; TELES, Janaína de A.; TELES, Maria Amélia de A. (orgs.). Dossiê Ditadura: mortos e desaparecidos políticos no Brasil (1964-1985). São Paulo: IEVE/Imprensa Oficial, 2009.
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CAMPOS, Pedro Henrique Pedreira. Estranhas Catedrais: as empreiteiras brasileiras e a ditadura civil-militar, 1964-1988. Rio de Janeiro, Eduff, 2014.
CHIRIO, Maud. A política nos quartéis: revoltas e protestos de oficiais na ditadura militar brasileira. Rio de Janeiro: Zahar, 2012.
CODATO, Adriano. Sistema estatal e política econômica no Brasil pós-64. São Paulo: Hucitec/ANPOCS/Ed. da UFPR, 1997.
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LACAPRA, Dominick. Escribir la historia, escribir el trauma. Buenos Aires: Nueva Visión, 2005.
PEREIRA, Anthony W. Ditadura e repressão: o autoritarismo e o estado de direito no Brasil, no Chile e na Argentina. São Paulo, Paz e Terra, 2010.
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RICOEUR, Paul. A memória, a história, o esquecimento. Campinas, SP: Unicamp, 2007.
SAFATLE, Vladimir e TELES, Edson (orgs.). O que resta da ditadura? A exceção brasileira. São Paulo: Boitempo, 2010.
SANTOS, Cecília MacDowell; TELES, Edson; TELES, Janaína de A. (orgs.). Desarquivando a Ditadura. Memória e Justiça no Brasil, Vol. I. São Paulo, Hucitec, 2009.
____ . Desarquivando a Ditadura. Memória e Justiça no Brasil, Vol. II. São Paulo, Hucitec, 2009.

Bem vindo

O Programa de Pós-Graduação em Integração da América Latina (PROLAM/USP) completou 25 anos. Para celebrar a data , o PROLAM convida estudantes, professores, pesquisadores e os demais interessados na temática latinoamericana para o Simpósio Internacional “Pensar e repensar a América Latina”.

O objetivo do evento é contribuir para o conhecimento da região e das pesquisas produzidas, tal como incentivar a importância de se repensar e refletir a América Latina. Para isso, o Simpósio será composto por treze Seminários de Pesquisa, em que serão apresentados trabalhos de pesquisadores e estudantes de Graduação e Pós-Graduação, que abordem temáticas de América Latina, e Palestras com grandes pesquisadores.

O evento ocorrerá entre os dias 11 e 14 de novembro, no Complexo da Biblioteca Brasiliana Guita e José Mindlin na Universidade de São Paulo.