Por Gilberto Maringoni

La última década del siglo XX fue un período de profundas transformaciones en todas las expresiones de los medios masivos de comunicación, más aun que los cien años previos. Las redes de comunicación, anteriormente comprendidas en los límites nacionales, compusieron un sistema transnacional cuyos centros de irradiación pasaron a ser los oligopolios de medios de comunicación de los países ricos, en especial de los Estados Unidos. Dicho fenómeno no difiere de lo que ocurrió en otras esferas del capitalismo neoliberal, como en el ámbito de las finanzas, el comercio y la industria, que cada vez más se realizan a escala global.

El avance tecnológico, combinado con las reformas de privatización, desregulación y debilitamiento del poder estatal en los países periféricos, posibilitó que las corporaciones de medios de comunicación diseminasen su poder más allá de los límites geográficos, en las áreas de producción de contenido, distribución y acceso. Los emprendimientos del sector exigen, cada vez más, pesadas inversiones de capital, imposibles de realizar por empresas cuya actuación se restringe al país donde operan.

Para continuar en América Latina, los grupos empresariales locales buscan asociarse a grandes corporaciones mundiales, y dan lugar de este modo a una compleja red de intereses multimediáticos que presiona a los gobiernos para que alteren las legislaciones a fin de acoger nuevas composiciones societarias y de abrir camino para nuevos medios masivos de comunicación. Las precarias fiscalizaciones ejercidas por el Estado o, en ciertos casos, por las agencias reguladoras de las telecomunicaciones, no logran hacer frente a un sector que se modifica y se fortalece en períodos cada vez más cortos.

Así como la economía internacional no consiste sólo en la suma de las distintas economías nacionales, sino en un sistema en sí mismo, el sistema mundial de medios de comunicación no es la adición de diversas redes nacionales, pero sí una trama diversa, con hegemonías, contradicciones y tensiones propias.

El desarrollo de las comunicaciones en América Latina sólo puede ser analizado desde esa perspectiva, teniendo como telón de fondo a la hegemonía norteamericana en el continente. Es posible clasificarlo en etapas de acuerdo con la introducción de cuatro avances tecnológicos fundamentales en el último siglo y medio, a partir de la segunda Revolución Industrial: la impresión en rotativas; la radio; la televisión y la tecnología digital. 

La máquina rotativa

La primera de esas fases se ubica en los últimos decenios del siglo XIX. Un conjunto de innovaciones, más o menos concomitantes, cambió la forma de hacer un periódico. Fueron éstas: el uso del telégrafo, para la transmisión rápida de informaciones; el linotipo, para la composición de textos; la fotomecánica, para la utilización de imágenes; la cincografía, como medio de impresión; y la máquina rotativa, como forma de reproducción en amplia escala.

La ministra secretaria general del Gobierno chileno, Ena von Baer, participa de la inauguración de la Semana de la Prensa, en la Plaza de la Constitución, en Santiago, Chile, mayo de 2011 (Ministerio Secretaría General de Gobierno del Chile)

 

Con esos cambios, el periódico se volvió más ágil, más atractivo en su aspecto gráfico y el aumento de las tiradas hizo que su precio unitario fuese más accesible, en tiempos de reducción del analfabetismo y de mejora de los patrones de ingresos.

En contrapartida, estas nuevas características exigieron costosas inversiones, lo que convirtió a la actividad periodística –antes iniciativa de pequeños grupos– en un emprendimiento capitalista de magnitud. O sea, los medios se volvieron industriales.

El lanzamiento de un periódico pasó a partir de entonces a necesitar una sólida estructura económica, algo no obligatorio en los tiempos de los pasquines de vida efímera y producción artesanal destinados a los círculos exclusivos de las elites. En Brasil, el período estuvo marcado por la fundación, entre otros, del Jornal do Brasil (1891) y de O Malho (1902, principal publicación de la editorial de mismo nombre, que lanzaría varias publicaciones para distintos públicos); en Chile , por la renovación de El Mercurio de Santiago (existente desde 1827 en Valparaíso y relanzado en la capital chilena en 1900); en la Argentina, por La Nación La Prensa (1869); y en México, por El Imparcial (1896). Fueron publicaciones que crecieron a la sombra de las oligarquías y se vieron beneficiadas por un flujo financiero que se tornó posible por la avanzada capitalista hacia el hemisferio sur.

La radio

El segundo avance técnico vino con la llegada de la radio, en los años 1920. Más que cualquier otro medio masivo hasta entonces, la radio cumplió una tarea integradora en países con poblaciones en gran parte dispersas en el medio rural. Los capitales necesarios para su implantación, a su vez, sólo fueron posibles gracias al desarrollo económico predominantemente urbano, concretizado en inversiones estatales o sostenido por medianos y grandes anunciantes, que disputaban mercados domésticos en expansión.

La radio se convertió en el primer vehículo de comunicación realmente de masas, al alcanzar indistintamente públicos de elite y poblaciones pobres, letradas y analfabetas, y al inventar un nuevo discurso comunicativo. Poco a poco, ayudó a modelar el lenguaje periodístico, haciéndolo más directo y popular, alejándolas de los textos desagradables del inicio del siglo XX. Las ideas tenían que ser rápidas y claras, en búsqueda de audiencia y auspiciantes.

Las primeiras emisoras del continente se estabelecieron en la Argentina (1921), Brasil (1922), Chile (1922) y Venezuela (1926). La comprensión exacta del potencial del nuevo medio por parte del mercado, sin embargo, sólo tuvo lugar al inicio de la década siguiente. Hasta entonces la radio sería más una curiosidad que un medio de comunicación con un sólido potencial comercial.

El rasgo fundamental de la modificación del perfil de los negocios de los medios masivos de comunicación –delineado a partir de los años 30 y concretado tras la Segunda Guerra Mundial– es la constitución de grupos empresariales de comunicación. Éstos se caracterizaron por la propiedad cruzada de varios medios como revistas, diarios, emisoras de radio y, posteriormente, de televisión. El ejemplo más importante en la región fueron los Diários Associados –creados a partir del lanzamiento de O Jornal (1924) en Río de Janeiro–, del empresario brasileño Assis Chateaubriand (1892-1968). Diários Associados llegó a comprender, en los años 1960, 36 estaciones de radio, 34 diarios, 18 canales de televisión y una revista de circulación nacional: O Cruzeiro, que se fundó en 1928, alcanzó una tirada de 720.000 ejemplares y llegó a tener una edición en español para todo el continente.

La televisión

El tercer salto tecnológico se produjo alrededor de 1950, con el advenimiento de la televisión en los diferentes países latinoamericanos. Privilegio de pocos en sus inicios, en menos de una década ya era un fenómeno popular, tras haber llegado a regiones distantes de las capitales, moldeado hábitos, comportamientos y formado corrientes de opinión. Su potencial político y mercadotécnico fue casi ilimitado.

Cuando la televisión llega a la región, encuentra a su disposición el lenguage radiofónico. En cierto modo, lo que se hace al inicio es una radio con imágenes. Los programas eran pobres pictoricamente, pues muchas de las atracciones presentadas terminaron trasplantadas de manera mecánica de un medio al otro.

El surgimiento de la televisión en América Latina se dio en la mayoría de los países preferentemente de la mano del Estado. Esto ocurrió en la Argentina (1951), como parte de la expansión de los medios de comunicación durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955); en Chile (1959), por las universidades católicas; en Venezuela (1952), en el ámbito del esfuerzo de legitimación de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez (1948-1958); y en Colombia (1954), como herramienta del departamento de propaganda de la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-1962).

En México (1950) tuvo una particularidad: su desarrollo quedó estrechamente vinculado a la trayectoria del Partido Revolucionario Institucional (PRI) –que gobernó el país durante más de 70 años– y, por consiguiente, al Estado. Tanto el consorcio Televisa como su predecesor, el Telesistema Mexicano (1955), crecieron a la sombra del sistema unipartidista. Como consecuencia, el país tiene un sistema televisivo único, casi sin competidores viables, a pesar de la existencia de varias emisoras regionales. Hubo, durante décadas, una clara alianza entre el gobierno y los empresarios de Televisa.

En Brasil, aunque el medio haya llegado a través de un grupo privado, los Diarios Associados, la historia de la televisión es la historia de cómo grupos políticos y económicos crearon, a la sombra del Estado, una poderosa red de servicios de comunicación en la cual se cruzaban medios escritos, radiofónicos y televisivos. La primera emisora del continente fue la TV Tupi, de São Paulo. 

Todos estos países presentaban escasa industrialización, eran exportadores primarios y –a excepción de la Argentina y Chile– la mayoría de su población vivía en áreas rurales. La televisión fue, en todos ellos, una especie de pasaporte a la modernidad. Sin embargo, la mayor parte del empresariado aún veía en ese medio poco más que un juego científico o entretenimiento de circo. El propio ambiente publicitario dudó de su eficacia.

La década de 1950 asistió, en forma desigual según cada región, a un crecimiento lento del medio televisivo. Las limitaciones eran el alto precio de los receptores y el pequeño alcance de las emisiones, generalmente restringidas a los grandes centros. El surgimiento del videocasete, que llegaría en Brasil a mediados de los años 1960, permitió la reproducción de programas en áreas apartadas, al mismo tiempo que fueron apareciendo, paulatinamente, emisoras regionales –generalmente impulsadas por la iniciativa privada–.

 Había, todavía, un obstáculo crónico para el pleno desarrollo del nuevo medio: la carencia de capitales. Al inicio de los años 1960, una realidad empieza a imponerse y un nuevo elemento, además del Estado, aparece para sustentar el emprendimiento: el capital externo, en especial el procedente de los Estados Unidos.

Representantes de las redes de los Estados Unidos –ABC (American Broadcasting Company), NBC (National Broadcasting Company), CBS (Columbia Broadcasting System) y Time-Life Broadcast Station– empezaron a recorrer el continente ofreciendo asociaciones. Los aportes de capital no son la única interferencia. Con éstos llegó también buena parte de la programación estadunidense para televisión, cine y publicidad, además de una extensa gama de productos industriales. En otras palabras, la modernización y la urbanización latinoamericanas se dieron no sólo en alianza con la televisión, sino también junto con la absorción de patrones culturales norteamericanos.

Un ejemplo de las asociaciones con extranjeros se registró en Venezuela. En 1961 surgió Venevisión (Canal 4) con apoyo de la red norteamericana ABC, que poseía el 42,95% del capital, además de Pepsi-Cola Internacional. Según datos de la época, el 80% del capital pertenecía a inversores estrangeros, mientras los grupos empresariales locales, como Cerveza Polar, Philco, Publicidad Vepaco y el empresario de origen cubano Diego Cisneros, detenían el control de las demás partes. Era el comienzo de un imperio que, años después, evolucionaría con la salida de los socios extranjeros.

El más elocuente de este tipo de sociedad tuvo como escenario a Brasil. Aprovechándose de la apertura de un mercado que se expandía, el grupo Time-Life (hoy Time-Warner) llegó al país en 1962 y se asoció con el grupo Globo, del empresario Roberto Marinho (1904-2003), en esa época propietario de un diario, tres emisoras de radio y una editora de revistas. Hasta 1966, Time-Life invirtió cerca de US$ 6 millones, en valores de la época, en TV Globo –que había comenzado sus emisiones el año anterior–. El aporte de capital con ese monto desequilibró el mercado televisivo y estableció una disputa desigual en el sector, además de no respetar la norma constitucional que prohibía el ingreso de socios no brasileños en empresas de comunicación. Es necesario recordar que en muchos países, como subproducto de la fase de sustitución de importaciones y del nacional desarrollismo, las legislaciones imponían restricciones a la entrada de capital externo en las comunicaciones.

Una Comisión Parlamentaria Indagatoria (CPI) intentó investigar la negociación y recomendó el retiro de la concesión en 1966. Pero era tarde. Roberto Marinho, con la empresa a plena potencia, había deshecho la alianza y legalizado su situación. TV Globo ya contaba con un patrimonio y el apoyo del gobierno militar para, paulatinamente, asumir el liderazgo en la audiencia, en la captación de ingresos por publicidad y en la producción de programas. La emisora y sus filiales se convirtieron en portavoces no oficiales de la dictadura, y a comienzos de los años 1970 apoyaron el llamado milagro económico: el período más represivo del régimen.

El monopolio de TV Globo nunca estuvo seriamente amenazado por las otras emisoras. Su capacidad de adaptación al gobernante de turno fue tal que, en pocos meses, cambió el irrestricto apoyo que dedicaba al régimen militar –ignorando la mayor movilización de masas de la historia del país, la campaña de 1984 por elecciones presidenciales directas– por la defensa del primer gobierno civil posdictadura, liderado por José Sarney. En este gobierno, la TV Globo logró influir en la designación de uno de los propietarios de una filial suya, el senador Antonio Carlos Magalhães, como ministro de Comunicaciones.

En la Argentina, al contrario de lo que ocurría en Brasil, la legislación impedía que una misma persona o grupo fuese propietaria de diferentes medios –como diarios, radios y emisoras de televisión– en forma simultánea y en una misma región. Por ese motivo, en dicho país, hasta los años 1970, no se verificó la formación de grupos de multimedios
de la magnitud de la Red Globo en Brasil, de Venevisión en Venezuela y de Televisa en México. La ley argentina también prohibía la formación de redes, lo que posibilitó el surgimiento de muchos canales independientes, propiedad de oligarquías regionales.

Hasta el final de la década de 1960, la mayoría de los capitales externos salió de las emisoras de la Argentina, Brasil, Perú y Venezuela. Si por un lado tal hecho redujo de manera sensible los presupestos de las emisoras, por otro eso ocurrió cuando los emprendimientos ya caminaban con sus propias piernas. Entre las causas de esa salida estaba la rentabilidad mayor del mercado de los Estados Unidos, en un momento en el cual comenzaba a llegar al país la TV por cable y por satélite. 

Aun así, hay en los países más grandes la maduración de un ambiente publicitario profesionalizado, formado bajo la luz de la industrialización y la urbanización, y también de la ampliación del mercado interno. La llegada de poderosas empresas extranjeras como Colgate-Palmolive, Ford, Johnson&Johnson, entre otras, propició la expansión de agencias publicitarias. A esas alturas ya se había consolidado el papel de las agencias de noticias, como la Associated Press y United Press actuando como proveedoras de información a los medios locales.

Televisión y urbanización

Circunscripta en un comienzo a una elite, la televisión profundizó rápidamente la característica radiofónica de vehículo de comunicación de masa. Su historia en la mayoría de los países de América Latina coincidió con el período de mayor migración interna del campo hacia la ciudad y con la etapa más dinámica del ciclo de sustitución de importaciones en la economía. Fue también la etapa de desarrollo más acelerado que la región haya conocido, con la transformación de Brasil y México de países agrarios a sociedades industriales urbanizadas. El fenómeno en la Argentina fue anterior: el censo de 1914 ya señalaba que el 53% de los habitantes residían en medios urbanos. Pero aun así, por un buen tiempo, el país siguió siendo proveedor de productos agrícolas para el mercado externo.

Es posible establecer una relación directa de la difusión de los medios de comunicación con el proceso de urbanización en el continente. A comienzos del siglo XX, pese a las diferencias regionales, sólo uno de cada cuatro latinoamericanos vivía en ciudades de más de 2.000 habitantes. Cien años después, el 75% de los habitantes del continente estaba en ámbitos urbanos. El cuadro más abajo muestra la migración campo-ciudad en seis países latinoamericanos a partir del año de la llegada de la televisión.

América Latina: porcentaje 

de población urbana (1950-1990)

1950 1960 1970 1980 1990
Argentina 62,5 73,8 79,0 83,0 87,3
Brasil 36,5 43,0 55,9 67,6 78,4
Chile 60,7 68,2 75,1 82,2 83,5
Colombia 42,7 52,1 59,1 67,2 71,0
México 42,6 50,7 58,7 66,3 71,3
Venezuela 53,7 67,4 77,2 84,0 84,4
Fuente: base de dados Depualc-CEPAL, 2000. Boletim Demográfico , núm. 56 y núm. 63.

Si bien la Argentina continuó siendo el país más urbanizado, la mayor movilización humana se produjo en Brasil –en términos tanto absolutos como relativos–. En 1950, poco más de un tercio de su población vivía fuera de zonas rurales. Cinco décadas después ese porcentaje alcanzaba a cuatro quintos del total.

Las emisoras, en los primeros años, se concentraban en el eje más dinámico de la actividad económica, comprendido entre Río de Janeiro, por entonces la capital del país, y São Paulo.

En la práctica, la televisión brasileña funcionó como uno de los elementos ordenadores tanto de la industrialización como de la urbanización y de la integración nacional –aceleradas, al final de la década de 1950, por el impulso desarrollista del gobierno de Juscelino Kubitschek–.

En las décadas siguientes, la televisión también pasó a ser, en varios países, el gran organizador colectivo y agente de sociabilización. Al igual que la radio, es uno de los pocos instrumentos de unión entre pobres y ricos, viejos y jóvenes, cultos e incultos, hombres y mujeres, etc., que sirve a la integración cultural, lingüística y de cierta visión de mundo. A traves de las telenovelas, derivadas de las radionovelas que conmovieron multitudes en los años anteriores, de programas de entretenimiento y telediarios, se difundió un patrón de vida urbana y de clase media, con hábitos de consumo inaccesibles para las mayorías, que fue difundido por todas las sociedades a través de los telediarios y de otros programas. Hasta el advenimiento de la TV por cable, su modalidad abierta era vista como una especie de espacio público, en el cual el espectador desempeñaba un papel pasivo.

A partir de los años 70, y en especial en la década siguiente, esa población que acudía a las ciudades, que no tenía referencias culturales y afectivas en un medio agresivo, que era alojada en periferias colmadas, sin infraestructura y carente de instancias de sociabilización, pasó a tener en la televisión su vínculo emocional más fuerte con el nuevo ambiente. El abaratamiento de los aparatos posibilitó una democratización en el acceso a la TV, al mismo tiempo que se producía la expansión de la cobertura geográfica por parte de las emisoras.

Potenciado por las transmisiones vía satélite, el medio audiovisual doméstico llegó a cubrir en la década de 1980 prácticamente la totalidad del territorio latinoamericano. Por lo tanto, la televisión se presenta hoy con un enorme poder político y marca los rumbos de la industria cultural en el continente. Desde mediados de la década de 1960, la parte más grande de los ingresos publicitarios se desplaza del radio y de los medios impresos a la televisión.

La telenovela

Es posiblemente la atracción de mayor apelo popular, junto a la programación deportiva. Derivada de la radionovela, terminó por tornarse el producto más característico de la televisión latinoamericana, en especial en Brasil, México, Argentina, Colombia y Venezuela. El éxito de sus producciones no sólo impulsó la renovación del lenguaje dramático, sino también la adquisición de nuevos equipamientos y estudios.

En la Red Globo, en general hay tres tramas distintas exhibidas a diario, en seis días de la semana. Con una calidad superior, tanto técnica como dramática, a la de sus congéneres latinoamericanas, las novelas de la Red Globo han sido vendidas a más de 70 países desde la década de 1970. A comienzos de los años 90, la teledramaturgia argentina también se convirtió en producto de exportación para varios países de la región, y comercializó sus atracciones a Europa. El empresario y líder político italiano Silvio Berlusconi resolvió, a partir de ese momento, extender sus negocios al país. Poco después, la Televisa mexicana resolvió ampliar sus inversiones en el continente, y desembarcó en Perú, Bolivia, Chile y la Argentina.

El presidente de la Cámara de Diputados, Henrique Eduardo Alves, inaugura el LabHacker, un espacio para que programadores desarrollen aplicaciones que faciliten la divulgación de datos legislativos y aumenten la transparencia del trabajo parlamentario, en Brasilia, Brasil, febrero de 2014 (Lúcio Bernardo Jr./Cámara de Diputados)

 

La tecnología digital

El cuarto hito del desarrollo de las comunicaciones en América Latina se produjo a comienzos de los años 90, con avances en los terrenos de la tecnología digital y de la informática. Este salto se concretó en diversas modalidades, como la televisión digital, las transmisiones por cable y vía satélite, la telefonía móvil, internet, etc. Al mismo tiempo que se diversificaron, los medios masivos de comunicación se internacionalizaron. Inversiones, desarrollo tecnológico y estrategias de crecimiento pasaron a tener escala mundial y formaron un mercado cada vez menos competitivo, que tiende a la uniformidad de contenidos y marcado por una intensa concentración de capitales, por fusiones y adquisiciones.

Cuando una película o una música de país periférico obtiene gran acogida popular doméstica, se puede internacionalizar la producción o la distribución, haciendo el contenido más aceptable, de manera a obtenerse ganancias de magnitud. La estética cinematográfica y los ritmos musicales pueden ser amoldados a una uniformidad supuestamente sin fronteras. Así, aquello que era una característica local podría ser comprendido por públicos de diferentes países, tendientes a una homogeneización de la estética y de los gustos de distintas partes del mundo.

Esta tendencia a la pasteurización alcanzó prácticamente a todos los medios masivos de comunicación. Publicaciones impresas radicalizaron su comportamiento mercadotécnico, al buscar atraer anuncios a cualquier costo. Sin vender explícitamente espacio editorial o artículos, revistas y diarios promovieron casi una simbiosis entre la parte periodística y la publicitaria, creando una nueva modalidad de lo que ha pasado a denominarse periodismo de “servicio” o de “comportamiento”.

Ejemplo de esto son los artículos sobre consumo adolescente, gustos de clientes de centros comerciales, artefactos de moda (celulares, computadoras personales, cámaras digitales, etc.), además de una fiebre por temas de belleza, estética personal y salud. Los espacios dedicados a tales temas son secundados por anuncios que ofrecen productos relacionados. El sueño es la TV interactiva, en la cual toda la parafernalia de objetos en escenas de películas, programas o novelas –desde prendas de vestir hasta casas– pueda ser comprada por el espectador on line.

En los medios electrónicos, las grillas de programación obedecen a la misma lógica, y son elaboradas muchas veces por agencias de publicidad y marketing , sobre la base de investigaciones de opinión. El resultado es una programación televisiva que en los últimos años también tendió a uniformizarse internacionalmente, con la espectacularización de los noticieros, la exaltación de la violencia, la proliferación de talk shows reality shows.

Cabos

La primera de las nuevas tecnologías que propició la inversión externa directa en las empresas de la región fue la TV por cable, que llegó en distintas épocas, desde 1957 (México) a 1990 (Brasil). Fue en la última etapa que el capital globalizado, especialmente por medio de operadoras de los Estados Unidos, alcanzó a América Latina. Las grandes empresas regionales se apresuraron a articularse con las gigantes del sector (DirectTV, Sky y Telmex), y cambiaron las legislaciones nacionales con el propósito de permitir asociaciones y joint ventures.

La Argentina es el país latinoamericano en el cual la TV por cable tiene un desarrollo más acelerado y amplio. Es el cuarto país más “cableado” del mundo, en porcentaje, detrás de Canadá, Alemania y los Estados Unidos. La modalidad llegó al país en la década de 1960. En 1994, durante el gobierno Carlos Menem (1989-1999), la legislación se modificó para posibilitar la entrada de capitales extranjeros.

Alternativos

Los países del continente también poseen, de manera desigual, un creciente movimiento de radios y TVs comunitarias que se difunde a través de abaratamiento y avances técnicos de cada área. Con la difusión de equipos de video, al inicio de los años 1980, el segmento alternativo conoció una razonable expansión en Brasil y México, en la estera del aumento de los movimientos de movilización popular.

En Brasil, hay centenas de emisoras comunitarias de TV y radio. Sin embargo, centenas de estas pequeñas emisoras han sido cerradas de modo violento por la Policía Federal. En estas acciones, equipos son confiscados y radiodifusores presos, muchas veces de modo ilegal. Hay una legislación reglamentando las radios comunitarias, pero sus lagunas acaban por facilitar acciones represivas. 

Internet

La grand red llegó a América Latina y a otras partes del mundo, casi simultáneamente, en la segunda mitad de la década de 1980, en general ligada a las universidades. A partir de 1995 comenzó su difusión comercial. La expansión vino con la ola de privatizaciones de las empresas de telefonía, y con la inversión agresiva en el sector de los mayores grupos de medios masivos de comunicación y telecomunicaciones que invertieron de manera agresiva en el setor, encabezados en la región por el Grupo Folha y el Grupo Telefónica.

El crecimiento de la red mundial de computadoras genera una contradicción en su interior que es la proliferación de portales, sitios blogs alternativos en las áreas de información, opinión, cultura, deporte, pornografía, etc. Seguramente las grandes movilizaciones antiglobalización realizadas a partir de Seattle, en 1997 –desde la realização de los varios Foros Sociales Mundiales (FSM), hasta las protestas de la Primavera Árabe (2010), los indignados españoles (2011), las rebeliones griegas (2011-14) y las jornadas de junio de 2013 en Brasil– no habrían sido posibles sin la utilización de internet en todo su potencial.

Concentração de capital

La cuatro etapas históricas de los medios tuvieron por lo menos dos trazos comunes: exigieron pesadas inversiones financieras y se dieron a través de la acelerada concentración de capitales. Y cada una de estas dejó atrás formas de organización empresariales y económicas menos complejas. El siglo XX comienza con grupos capitalistas fundando periódicos y editoras y termina con gigantes trasnacionales juntando una vasta gama de sectores de comunicación. Panorama semejante se manifestó en otras partes del mundo.

Además de la aguda densificación vertical, el último período asiste, como nunca en la historia, al entrelazamiento en la propiedad de diferentes medios por un mismo grupo, que van del área editorial impresa, pasando por las industrias fonográfica, cinematográfica, telefonía, internet e institutos de pesquisa, hasta llegar a la televisión y a la radio, en un alcance a escala planetario.

Esto ha exigido cambios en las reglas legales para el sector. Hasta en los Estados Unidos, el FCC (Federal Communications Commission) ha sido presionado a relajar las limitaciones a la posibilidad de existencia de propiedades cruzadas –esto es, una misma empresa tener canales de TV, radios, periódicos etc., en una misma base territorial al mismo tiempo– para atender a las corporaciones transnacionales. 

Medios masivos de comunicación y poder

Los medios masivos de comunicación ligados a las clases dominantes siempre supieron ejercer plenamente el poder que tienen. Aunque los medios impresos tengan una enorme capacidad de persuasión, la televisión se hizo casi imbatible en la tarea. Llega a lugares a los que el mismo Estado ni siquiera logra alcanzar: sitios desprovistos de escuelas, centros de salud, cuarteles del Ejército, etc. La “pantalla chica” se transformó prácticamente en el único contacto externo que amplios sectores de la población logran acceder. De ese modo, las emisoras de televisión asumen un carácter de instrumentos de movilización, de formación de opinión pública, y actúan a favor de determinados intereses particulares, lo que muchas veces las lleva a ejercer el papel de los partidos políticos.

América Latina es pródiga en el uso político de la prensa. Existen por lo menos tres casos emblemáticos en los cuales los medios masivos de comunicación fueron decisivos en la precipitación de los acontecimientos asociados a la ruptura del orden constitucional: en Brasil, en 1964; en Chile, en 1973; y en Venezuela, en 2002. 

Brasil 1964

En la primera mitad de los años 60 el periódico y la radio eran los grandes medios de difusión de información y opinión en Brasil. El país asistía al ascenso de un movimiento popular fuertemente influenciado por dos corrientes de izquierda, el laborismo y el comunismo. Con el objetivo de incidir en el rumbo de los acontecimientos en esa coyuntura turbulenta, en plena Guerra Fría, a partir del segundo semestre de 1963, la prensa pasó a verbalizar la necesidad de una ruptura en las instituciones democráticas. Editoriales y artículos de diversos medios –especialmente los diarios O GloboO Estado de S. Paulo, Correio da Manhã Jornal do Brasil – exageraban el supuesto clima de caos reinante y atacaban duramente las reformas pretendidas por el presidente João Goulart (1961-1964), y preparaban su derrocamiento.

En 1962 se había conformado el Frente Patriótico Civil y Militar, cuya actuación se centró en un lobby anticomunista que incluía al gobernador carioca y periodista Carlos Lacerda, varios jefes militares y empresarios, entre ellos el propietario del periódico O Estado de S. Paulo, Júlio de Mesquita Filho. Dos organismos, el Instituto de Investigaciones y Estudios Sociales (IPES) y el Instituto Brasileño de Acción Democrática (IBAD), contactaban empresarios, intelectuales y periodistas con el fin de producir textos para la prensa y recolectaban fondos para la conspiración. Cuando el gobierno de Goulart fue derrocado, con el beneplácito de la Casa Blanca, los medios masivos de comunicación se regocijaron. Habían sido la piedra angular de su caída.

El golpe alteró la institucionalidad, instaló una dictadura militar y buscó cambiar la inserción internacional del país. Al priorizar la entrada de capital extranjero como motor del desarrollo, el ciclo militar también posibilitó nuevas bases para los negocios relacionados con la prensa, en especial con la televisión.

Chile, 1973 

La actuación de las grandes empresas de comunicación también fue decisiva para terminar con la más antigua democracia del continente. El 11 de septiembre de 1973, un golpe derrocó al presidente Salvador Allende y llevó al general Augusto Pinochet al poder.

En esa época, Agustín Edwards, el empresario más importante de las comunicaciones y dueño de la mayor fortuna de Chile, encabezó la embestida contra el gobierno. Su imperio tenía como principal portavoz a El Mercurio, el periódico más importante del país y uno de los más antiguos de América Latina.

Bien relacionado internacionalmente, Edwards buscó apoyo del gobierno norteamericano –con el secretario de Estado Henry Kissinger, el director de la CIA Richard Helms y el propio presidente Richard Nixon– en su cruzada contra la Unidad Popular, coalición de izquierda que había llevado a Allende al poder. Edwards habría recibido entonces US$ 2 millones (cerca de US$ 9 millones en 2005) para descargar una lluvia de ataques al gobierno. Otros 53 diarios y 98 radios participaron de la campaña, sumando el 64% de los medios de comunicación del país.

Protesta de estudiantes frente a la rectoría de la Universidad Católica de Chile, en Santiago, en la pancarta se lee: “Chileno: 44 años después, El Mercurio aún miente”, en junio de 2011 (Warko/Wikimedia Commons)

 

De acuerdo con el investigador norteamericano Peter Kornbluh, desde 1975 está probado que, además de financiar a El Mercurio, la CIA incluyó editores y cronistas en su nómina de empleados. Además, según reveló una comisión especial del Congreso de los Estados Unidos, transformó al periódico “en el más importante canal de la propaganda anti Allende”.

En 1970 El Mercurio atravesaba una seria crisis financiera. El dinero de la CIA fue muy oportuno para su recuperación. Cuando el gobierno buscó defenderse legalmente de los ataques, Edwards –en común acuerdo con el gobierno Nixon– pasó a agitar el fantasma de la amenaza a la libertad de prensa.

A lo largo de los 17 años de dictadura pinochetista, El Mercurio funcionó como el principal divulgador de los logros del régimen, al mismo tiempo que no dedicó espacio para denuncias de violaciones a los derechos humanos.

La cuatro etapas históricas de los medias tuvieron por lo menos dos trazos comunes: exigieron pesadas inversiones financieras y se dieron a través de la acelerada concentración de capitales. Y cada una de estas dejó atrás formas de organización empresariales y económicas menos complejas. El siglo XX comienza con grupos capitalistas fundando periódicos y editoras y termina con gigantes trasnacionales juntando una vasta gama de sectores de comunicación. Panorama semejante se manifestó en otras partes del mundo.

Además de la aguda densificación vertical, el último período asiste, como nunca en la historia, al entrelazamiento en la propiedad de diferentes medios por un mismo grupo, que van del área editorial impresa, pasando por las industrias fonográfica, cinematográfica, telefonía, internet e institutos de pesquisa, hasta llegar a la televisión y a la radio, en un alcance a escala planetario.

Todo parece indicar que la comunión de intereses no fue en vano. Tres décadas después, el grupo Edwards es el mayor grupo de medios masivos de comunicación chileno. Aunque tanto en  Brasil como en Chile – además de otros países – la prensa haya sufrido censura, los grandes medios no tuvieron sus negocios significativamente perjudicados. La censura se volvió especialmente contra la prensa popular. En abril de 2015, el Colegio de Periodistas de Chile decidió expulsar a Edwards, de 87 años, de sus cuadros por su colaboración con la CIA y con el golpe. 

Venezuela 2002

Venezuela es el país donde el poder de los grandes grupos privados de medios han sufrido sucesivas derrotas, después que patrocinaron –junto con la Casa Blanca y el gran empresariado local e internacional– el malogrado golpe de Estado de abril del 2002 contra el entonces presidente Hugo Chávez.

Los principales órganos privados son los canales de televisión Globovisión, Televen, RCTV y Venevisión, y los periódicos El NacionalEl Universal Tal Cual

El gran embate llegó a su punto culminante entre los días 11 y 13 de abril de 2002, época del pronunciamiento mediático-militar que derrocó por algunas horas al presidente Chávez.

El 11 de abril, las cuatro emisoras privadas sacaron del aire sus programaciones habituales, convocando insistentemente a la población a las marchas de protesta organizadas por la oposición de derecha. “Ni un paso atrás” fue la consigna repetida por todos los canales durante los flashes en vivo de las calles de Caracas. Aquella noche, sitiado por un implacable cerco de desinformación y bajo la amenaza de un bombardeo militar, Chávez dejó el palacio de gobierno como un mandatario depuesto.

Al día siguiente, todas las emisoras privadas de TV se esmeraron en la cobertura del acto de asunción del líder del golpe, el empresario Pedro Carmona, como presidente de la República. Sin embargo, a partir de la tarde del sábado 13 de abril, cuando las multitudes tomaron las calles para exigir la vuelta de Chávez y la mayoría de las Fuerzas Armadas se pronunció en contra de los golpistas, las emisoras de televisión se silenciaron. En la programación, dibujos animados y películas. Nada sobre lo que ocurría en las calles.

Hubo, no obstante, una voz disonante en el aire. Fue la radio Fe y Alegría, vinculada a la Iglesia Católica. Ubicada en Petare, barrio popular de la periferia de Caracas, la emisora dispone de pocos recursos técnicos y humanos. Con contactos en diversas regiones e informaciones de las agencias internacionales, la emisora rompió el bloqueo y terminó funcionando como una de las pocas fuentes confiables de información durante aquellos días.

En una revuelta de dimensiones impresionantes, las presiones populares y militares expulsaron a los golpistas del palacio y permitieron el regreso de Chávez al poder. Derrotado el golpe, el enfrentamiento entre el gobierno y los medios masivos de comunicación continuó.

A su vez, el presidente Hugo Chávez (1954-2013) se valió del medio televisivo como pocos. Dándose cuenta, desde el inicio de su gobierno, de que no contaría con la buena voluntad de las emisoras privadas, decidió crear un espacio semanal en el estatal Canal 8 (creado en 1974) para manifestarse. Surgió así el programa Aló Presidente.

Con una duración media superior a cuatro horas de transmisión ininterrumpida en vivo, el programa normalmente se compone de: la rendición de cuentas de la agenda presidencial de la semana anterior; el anuncio de nuevas medidas; propaganda e información detallada de las iniciativas del gobierno, generalmente con la participación de ministros y cuadros técnicos y con la indicación de cómo la población puede acceder a ellas; contactos telefónicos directos con la población; y variedades, como sugerencias de libros para lectura, difusión de iniciativas de diversos tipos de entidades y movimientos sociales, discusión de temas polémicos de interés nacional e internacional. El programa es transmitido siempre desde diferentes lugares, desde un museo militar hasta una villa miseria de Caracas.

La globalización mediática

El avance sin límites de los oligopolios privados de medios en la región han generado, entre otras acciones, una consecuencia perjudicial al Estado. Las emisoras de radio y televisión públicas van siendo sistemáticamente dilapidadas por medio de cortes presupuestarios, reducción de personal y obsolescencia material.

La excepción de la destrucción del área pública de telecomunicaciones se da en Venezuela y Argentina, especialmente. Incentivando en la mejora de dos emisoras públicas locales, el gobierno local invierte también en una red latinoamericana, Telesur.

De acuerdo con la revista Forbes (2004) el mercado de comunicación es dominado básicamente por diez gigantes de los EE.UU.: Comcast, Disney, Fox, Time Warner, DirecTV, WPP, CBS, Viacom e Dish Networks.

 La mayor parte de los estudios de Hollywood y de las redes de TV por cable es controlado por estas empresas que potencializan al máximo el uso de cada modalidad en que actúan, interfiriendo hasta en la producción local de los países donde tienen subsidiarias.

Los gigantescos conglomerados de comunicación llegaron a América Latina con el camino facilitado por la privatización de las empresas de telecomunicaciones, con el avance tecnológico y con la abertura para el libre movimiento de capitales. El grupo Telefónica (España), el banco JP Morgan y el grupo Prime TV (Australia) son algunos de los gigantes que operan en diversas modalidades del área –televisión, telefonía, internet– internacionalizando y uniformizando la programación. La necesidad de grandes inversiones para hacer frente a la tecnología de punta hace con que apenas los grandes conglomerados internacionales tengan la capacidad y la escala adecuada para enfrentar el mercado. Aunque la difusión de los medios impresos aún continúe limitada a marcos nacionales, la televisión, a pasos largos, deja de constituirse en emprendimiento de apenas un país, especialmente en América Latina. Comenzando por los canales por cable y llegando hasta la TV abierta, cada vez más el medio se internacionaliza.

El ministro ecuatoriano Ricardo Patiño entrevistado por Twitcam, en Telesur en Caracas, Venezuela, agosto de 2013 (Fernanda LeMarie/Cancillería del Ecuador)

 

Competencia

Las mayores empresas del continente –como Globo en Brasil, Televisa en México, Cisneros en Venezuela, además de redes más restringidas, como el grupo Clarín en la Argentina y el grupo Edwards en Chile, virtuales monopolistas en sus países– no tienen dimensión suficiente como para enfrentar a las megacorporaciones globales y buscan convertirse en potencias regionales. Al principio a través de la venta de contenido, como las telenovelas a partir de los años 70; tres décadas más tarde, negociando con sus pares de los países vecinos, con el objetivo de cerrar asociaciones y joint ventures en condiciones más ventajosas con las mayores del mundo. Juntas, presionan a gobiernos y parlamentos para lograr la modificación de las legislaciones restrictivas a la entrada de capital extranjero en el sector en cada país.

El período (años 1990) marcó también el fin de una relación entre el poder del Estado y las oligarquías de los medios de comunicación –generalmente grupos familiares– creadas en relación casi simbiótica con gobernantes de turno. La llegada del neoliberalismo no terminó con esa relación, pero alteró su calidad y la titularidad de parte de las empresas. En un movimiento que después fue evaluado como suicida, los propietarios hicieron de sus medios de comunicación los principales propagandistas de las tesis sobre la privatización y la liberalización financiera, pues advertían posibilidades hasta entonces inéditas de asociarse con el capital extranjero en un ambiente extremo de libre mercado. Contaban con su permanencia en la conducción del proceso, pero no fue eso lo que ocurrió.

Un caso paradigmático fue el del tradicional periódico brasileño O Estado de S. Paulo, fundado en 1875. Endeudada, la empresa –que también posee un vespertino, una radio, una gráfica y una agencia de noticias– fue obligada a reestructurarse en 2003. La familia Mesquita –que controlaba al grupo desde 1891– se apartó de la dirección general, que pasó a ser ejercida por representantes de un consorcio de bancos acreedores.

Más que nunca la información pasó a ser mercancía. Tras la embestida más agresiva de los grupos de multimedios en el continente, a lo largo de los años 90, la disputa de mercados ha desembocado actualmente en una cierta estabilidad en la distribución de espacios. Sin embargo, el panorama puede verse alterado internamente, con fusiones y adquisiciones en los países centrales y cambios en el perfil societario de las empresas, que transforman competidores momentáneos en brazos de un mismo emprendimiento global. Encontrar poros en esa gigantesca red, buscando afirmar el derecho a la información –una mercancía cada vez más valiosa– y construir alternativas son las únicas maneras de escapar de la dictadura mediática mundial.

La sede del periódico O Estado de São Paulo, en São Paulo, Brasil (Luis Dantas/Wikimedia Commons)

 

Regulación y disputa política

En la última década y media, la elaboración de nuevas legislaciones para los medios de comunicación en algunos países del continente se tornó motivo para serios enfrentamientos políticos. Esto sucedió especialmente en Venezuela, en Argentina, Ecuador, Bolivia y Uruguay. Las empresas de medios tradicionales, por liderar la difusión de ideas, valores y abordajes subjetivos alegan ser pretensión de los que abogan la creación de nuevas normas, implantar la censura y el cercenamiento a la libre circulación de ideas. Los defensores de los cambios afirman lo contrario. Dicen que el sector es monopolizado y que un nuevo pacto legal tendría por base la defensa de un pluralismo de opiniones.

Como telón de fondo, una serie de procesos técnicos tornó obsoletas las políticas públicas de comunicación establecidas hace más de cinco décadas.

Las primeras legislaciones sobre medios de comunicación en el continente fueron creadas en el período del nacional-desarrollismo, entre los años 1930 y 1960, teniendo como marca inspiradora la estrategia de sustitución de importaciones. Sus supuestos básicos eran la definición del espectro radioeléctrico como espacio público (que funcionaría en régimen de concesión a la iniciativa privada) y el no permiso a que los extranjeros fueran propietarios de empresas o medios.

Las políticas de aberturas de las economías, privatizaciones y debilitación de los poderes de fiscalización y regulación del poder público en los años 1980 y 1990, resultaron en varias situaciones de hiatos legales. La constitución de agencias reguladoras, de composición tripartita –estado, empresas y sociedad civil– en algunos casos, dejó a las sociedades a la merced de oscilaciones y de la volatilidad de los mercados.

Tecnología y economía

El proceso de internacionalización de las empresas de comunicación en América Latina obedece a por lo menos dos dinámicas, una tecnológica y otra económica y política.

La primera de ella, la tecnológica, se refiere al gran salto realizado por la micro-electrónica en los últimos cuarenta años y que podría ser sintetizado por la convergencia digital, observada a partir de la segunda mitad de los años 1980. Telefonía, televisión, radio, transmisión de datos, cine y música pasaron a confluir y a apoyarse, cada vez más, en plataformas comunes. En el ámbito legal, esto hizo con que las lógicas balizadoras en las décadas anteriores, que tratan separadamente de estos medios, quedaran obsoletas.

Las empresas de telefonía, por ejemplo, que en los años 1990 tenían a su cargo apenas a la comunicación de voz a distancia se consolidaron dos décadas después, como los mayores proveedores de internet de la región y presentaron un poder económico y cultural difícilmente igualado por cualquier red de TV tradicional.

La privatización de las teles abrió una caja de Pandora. Fueron vendidos monopolios de telefonía del estado. Es posible que los gobernantes que patrocinaron tales acciones no vislumbraron estar a las puertas de un giro tecnológico inesperado. Por las leyes en vigor, las teles no son clasificables como empresas productoras de contenido informacional.

¿Cómo convivir con leyes que impiden la participación de extranjeros en grupos de medios si tales empresas están no solo en el mercado de internet, sino en el de televisión, de radiofonía y de producción de contenidos? ¿Cómo someter tales empresas a las jurisdicciones nacionales?

La segunda variable de esta ecuación tiene contornos en la dinámica de la economía y de la política. La abertura de los países del sur del mundo a la globalización, a través de los puntos definidos por el Consenso de Washington (1989), acarreó la ampliación de la libertad de circulación de capitales, incremento de inversiones en cartera, compra de empresas, jointventures y fusiones de todo orden.

Activos negociados en las grandes bolsas internacionales cambian rápidamente de manos y sociedades son hechas y deshechas con la rapidez de un impulso electrónico. Accionistas mayoritarios se tornan minoritarios de la noche a la mañana. En la lógica de los negocios, no habría razones para que las empresas de comunicación siguieran una senda diversa.

Des-territorialización empresarial

Otra novedad con la llegada de la tecnología digital y de las redes virtuales es la des-territorialización de las empresas de comunicación. Hasta el giro de los años 1980 y 1990, las compañías tenía que estar situadas en el país en el que operaban. No se trataba apenas de una exigencia legal. Toda una red de negocios, especialmente aquellos conectados a la publicidad y al financiamiento de los medios, estaba anclada en fronteras definidas.

Ahora, un proveedor de internet, un site, portal o una emisora de TV por cable pueden emitir contenido desde cualquier parte del globo para cualquier país, sin necesidad de antenas transmisoras o equipos sofisticados.

Cómo los proveedores no están encuadrados en las antiguas normas legales, sus atracciones pueden ser producidas en cualquier parte del mundo. Al mismo tiempo, como las empresas globales también poseen representación en cada país, una complicada cadena de brechas en las antiguas regulaciones fue aprovechada para legalizar las nuevas empresas.

Las nuevas leyes

En Venezuela (2000), Argentina (2009) y Bolivia (2011) fueron aprobadas normas para regularizar la actividad de comunicación. En Ecuador, en diciembre de 2011, la Asamblea Nacional discutía nuevas reglas para el sector. México posee una legislación aprobada en 1995 que no impone restricciones al capital externo. Uruguay aprobó un nuevo texto legal al final de 2014. En Brasil, el debate sobre una nueva legislación hace parte de la demanda de diversos sectores sociales, pero no llegó a integrar la agenda gubernamental.

Argentina

La legislación más amplia y detallada para el sector de comunicaciones de los años recientes fue promulgada en la Argentina, en 2009, después de una serie de audiencias públicas y debates congresuales. La Ley de Medios propone mecanismos destinados a la promoción, descentralización, desconcentración e incentivo a la competencia, con el objetivo de baratear, democratizar y universalizar las nuevas tecnologías de información y de comunicación. Su principal marca es impedir la creación de monopolios en el sector.

Bolivia

En el 2011, el presidente Evo Morales promulgó la Ley General de Telecomunicaciones, Tecnologías de Información y Comunicación, que establece un marco regulatorio a la propiedad privada de radio y televisión y garantiza varios derechos a los llamados pueblos originarios. El dispositivo legal también creó un proceso de licitación pública para las concesiones y estipuló requisitos a ser cumplidos por las concesionarias privadas.

Brasil

En Brasil, donde aún está en vigor el Código Nacional de Telecomunicaciones de 1962, a pesar de la vigencia de nuevas normas –como la Ley de cable (1994) y de la Ley de TV paga (2011)– no hay una regulación totalizante. Una parcela expresiva de la sociedad organizada (movimientos populares y entidades empresariales) y representantes del Estado realizaron, al final de 2009, la I Conferencia Nacional de Comunicación (Confecom) en la cual se destacaron seis puntos centrales: un nuevo marco regulatorio para las comunicaciones, la reglamentación del artículo 221 de la Constitución Federal (que trata de la regionalización de la programación de la televisión), los derechos autorales, la comunicación pública (radiodifusión estatal) el marco civil de la internet y la concretización del Consejo Nacional de Comunicación. Son debates que aún aguardan solución

Chile

No hay en el país restricción o limitación de capital extranjero.

Ecuador

La Ley Orgánica de Comunicación de Ecuador fue aprobada en 2013. Con 128 artículos, ésta establece que las frecuencias a ser concedidas en el espacio radioeléctrico se repartirán en un tercio a cada sector: estatal, comunitario y privado. La publicidad pública también será distribuida de manera ecuánime. Se exige 50% de producción propia para emisoras de radio y televisión, como forma de garantizar la diversidad cultural e identitaria.

Paraguay

Junto con el Poder Ejecutivo, el Consejo Nacional de Telecomunicaciones (Conatel) fiscaliza, controla y se pronuncia a respecto de las renovaciones de las licencias después del plazo máximo de veinte años, renovables una única vez por diez años más. No hay restricción al capital extranjero.

 Uruguay

La ley uruguaya, aprobada al final de 2014, prohíbe el monopolio en la radiodifusión y busca reglamentar un porcentual mínimo de producción nacional.

Venezuela

En Venezuela, la Ley Orgánica de Telecomunicaciones fue aprobada en el 2000. La norma reserva la exploración de los servicios de telecomunicaciones a personas domiciliadas en el país. El tiempo de concesiones de frecuencias de radio y de televisión es estipulado para un período máximo de quince años, pudiendo o no ser prorrogado. Y fueron establecidas sanciones a los concesionarios que van de la amonestación pública, multa y revocación de la concesión a la prisión de los responsables.

El futuro

Todas estas leyes se dirigen a la regulación de los medios tradicionales. No inciden sobre internet y sobre la acción de proveedores y sites, que operan en escala mundial. Un nuevo estándar comunicacional se estableció en todo el mundo a partir del 2005. Se trata de la proliferación de los llamados smartphones, que permitió la convergencia, en un solo aparato, de los servicios de telefonía, transferencia de datos, transmisión de imágenes, sonidos, mensajes y un sin número de interacciones entre usuarios, gracias a los avances de la internet móvil. El site brasileño Teleco, dirigido al sector, estima que el número de aparatos celulares en América Latina pasó de 381,5 millones en el 2007 para 664 millones en 2015. Si comparamos estos números con la población continental –cerca de 580 millones– podemos tener una idea de que la comunicación no solo se masifica, también hace esto de forma interactiva y personalizada con cada usuario. La pantalla de los pequeños aparatos compite en audiencia con la TV en sus modalidades abierta y paga. El futuro del sector pasa, seguramente, por las manos de cada habitante de la región y por los designios de las grandes corporaciones. 

 Bibliografía

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Sitios

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  • http://www.puc.cl/ru/84/tema_2.html
  • http://www.sipiapa.com

Conteúdo atualizado em 20/05/2017 14:49